Nadie, de Ilya Naishuller

Escapatoria

Todos hemos soñado alguna vez, eso cuando no estamos inmersos permanentemente en la fantasía, con dejar atrás nuestro trabajo y poder dedicarnos a algo que realmente nos guste, nos llene, algo con lo que disfrutemos, por supuesto sin perder en nivel adquisitivo, o mejor aún, ganar en calidad de vida, dos cosas que no necesariamente deberían ir ligadas, siendo que quizá podamos vivir mejor con menos, ¿Quién sabe? Cuando digo todos, me refiero, obviamente a esa gran mayoría de la población que no goza especialmente con su trabajo, pero que es la única forma que tiene de pagar la hipoteca, el alquiler, el sustento y algún que otro vicio, en el mejor de los casos. Esa era la aspiración de Hutch (un Bob Odenkirk al que, a sus 58 años, le va a costar desembarazarse de su papel en Breaking Bad/Better Call Saul, con el que Hutch tiene por cierto algunos puntos en común), que finalmente consiguió, como nos enteramos mientras se lo cuenta en un flashback bien mediada la película a cuatro mafiosos moribundos que ha dejado agonizando en el sofá de su salón, reafirmando como running gag (solo se repite una vez pero es tan condenadamente bueno que merece ser calificado como tal) el hecho de confesarse ante sus víctimas, que nunca terminan de escuchar lo que les cuenta pues sus muertes adelantan por la derecha a este narrador algo moroso, que no se demora tanto a la hora de repartir estopa. Y sin embargo, desde el comienzo de la película vemos su rutina representada en un perpetuo ciclo de semanas idénticas, reemplazables, aparentemente anodinas y odiables, el tipo de vida que muchos querríamos dejar atrás como comentaba al principio, y que sin embargo para alguien como él es la aspiración máxima (después podremos llegar a entender por qué).

Nadie

Pero siempre hay que tener cuidado con lo que se desea, parece imposible alcanzar la felicidad plena durante un periodo de tiempo demasiado prolongado, siempre viene alguien o algo y lo jode. Siempre hay un contrapunto, un sacrificio, puedes tener esto, pero a costa de esto otro. Hutch vivía feliz en su anodinez hasta que un incidente (una pequeña home invasion que sufre a manos de un par de ineptos atracadores amateur) que a más de uno le dejaría con crisis nerviosas y tratamiento psicológico de por vida, y que a él le supone simplemente un pequeño recordatorio de su vida anterior, una anécdota con la que salpicar su amada rutina diaria, desemboca en una búsqueda, que comienza como una pequeña bola de nieve que a medida que va creciendo no hace sino confirmar esa máxima. Y sí, a tenor del tráiler podríamos pensar que es otra más de esas películas de bodycount más que de mamporros, que también alguno hay, y no lo voy a negar, la divertida escena del autobús y el ameno tiroteo final que me arrancó alguna que otra carcajada son además puro disfrute espiritual (que me han dejado con ganas de ver Hardcore Henry, la anterior película del ruso Ilya Naishuller, que en su momento descarté porque ya había jugado a y disfrutado con la trilogía de Bioshock, a la que me remitían tanto argumento como planteamiento). Pero también decir que esa visión del sueño americano puesto del revés resulta algo estremecedora, y mucho más representativa de la película, que la otra parte, teniendo en cuenta además que siendo la mafia rusa los enemigos a los que se enfrenta nuestro sufrido héroe y paterfamilia, no le representa demasiado reto. No hay apenas suspense al respecto, no hay dudas del resultado, y menos aún cuando vemos su temple (o sus cojones de acero) mientras cena en el garito que regenta Kuznetsov (Aleksey Serebriakov), después de haberle destrozado la vida y sin que aquel aún lo sepa (va allí para contárselo a la cara). Pero siempre que tengamos un sótano en casa (entiéndase esto, aplicándolo a la vida real de aquellos que no hemos trabajado para el FBI o la CIA como una metáfora que representa una vía de escape), todo será más llevadero.