Cuentos de la luna roja
Más allá de otras consideraciones deberíamos celebrar La noche de los reyes. En primer lugar, por su mera existencia. No es fácil para un país como Costa de Marfil, aun con inversión extranjera, desarrollar un producto con estándares internacionales de calidad. En segundo lugar, por la valentía de una distribuidora que apuesta por su exhibición comercial. Y en tercer lugar, por supuesto, por su calidad intrínseca.
La noche de los reyes se sitúa en La Maca (Maison d’arrêt et de correction), una siniestra cárcel rodeada de selva a unos kilómetros de Abidjan. Cabe la pena reseñar al margen de la película que la MACA se cerró hace una década cuándo la población de internos superó los 1500 previstos para alcanzar los 5000 pero fue posteriormente abierta. El retrato que se ofrece de ella no difiere del que hemos podido ver en otras cintas, latinas o asiáticas, centradas en el mundo carcelario: espacios sobrecargados, timbas de póker, adicciones, violencia sexual, bandas que pugnan por el control, espacios a los que no debes acercarte… En La MACA, no obstante, la escena que se nos ofrece es de una realidad notable, transportándonos al interior del mismo penal, un microcosmos en el que imperan reglas determinadas marcadas por los propios internos. Así, Barba Negra es el auténtico gobernador que dicta las normas, por encima de la policía que les custodia. Él mismo se somete a sus reglas e, incapaz de controlar el lugar por su avanzada enfermedad, debe suicidarse y ceder su espacio a un nuevo jefe. Es en esta última noche cuando Barba Roja, en un último intento por ganar tiempo, recupera una tradición. The show must go on. La luna roja se acompaña de un espectáculo de narración, de cuenta cuentos y presentación de leyendas. ¿Qué mejor que un sacrificio humano para apaciguar las masas? Un joven recién llegado deberá entretener al respetable durante toda la noche a riesgo de perder la vida si detiene su discurso.
Philippe Lacôte construye una Costa de Marfil metafórica en La MACA. Un gobierno ausente, representado por los policías escondidos tras un muro, temerosos de intervenir, que actúan hasta el final como espectadores pasivos. Frente a ellos un poder violento y corrupto. Y, supeditados a sus decisiones, un ciudadano (no exento de culpa) que debe entretener a la masa para que ignore las luchas de poder y, así, perpetuar el sistema. Es muy significativo el comentario del aspirante al trono carcelario: “debemos dejar de tener esclavos, para tener clientes”. El dinero manda en todos los ámbitos de la vida. No obstante, no es ese el mayor interés de la cinta. Hay que destacar, como decíamos, la potente representación del penal y sus condiciones de vida, siendo muy superior en realismo a clásicos como Fuerza bruta (Brute force, Jules Dassin, 1947), La evasión (Le trou, Jacques Becker, 1960), Papillon (íd., Franklin J. Schaffner, 1973), Fuga de Alcatraz (Escape from Alcatraz, Don Siegel, 1979) o Cadena perpetua (The Shawshank Redemption, Frank Darabont, 1984) y tan cruda como obras contemporáneas como Hunger (íd., S. McQueen, 2008), Bronson (íd., Nicolas Winding Refn, 2008), Un profeta (Un prophète, Jacques Audiard, 2009), Convicto (Starred Up, David Mackenzie, 2013) o Brawl in Cell Block 99 (Craig S. Zahler, 2017).
Lacôte va, sin embargo, más allá de la excelente representación de las pésimas condiciones de vida en la MACA y en Costa de Marfil. Son el escenario necesario pero no su objetivo no es ni el thriller ni el gore. El espectáculo no está en la violencia, sino en la voz, en la historia y en la capacidad de representación de la misma. La noche de los reyes destaca por su capacidad de vincular tradición y modernidad, oralidad e imagen. El joven recién llegado es apodado Roman. Él es, por tanto, la encarnación de las historias y las leyendas, es el representante actual de los griot, los narradores de la tradición africana. Asustado e inicialmente incapaz de contar nada, Roman irá apresurándose a contar su vida y a prolongarla en una vida imaginaria. Su historia arranca con las supuestas correrías con un delincuente famoso, King Zama, para acabar mezclada con batallas entre reinos míticos. De un modo tal vez inconsciente para Roman pero plenamente asumido por Lacote, la leyenda de Costa de Marfil se entremezcla con la realidad más vulgar y triste de la actualidad en una única narrativa. Simultáneamente el director pone en escena intervenciones de los reos quienes, según la historia, intervienen como coro clásico o como personajes que cruzan su vida con lo contado, sea gritando, bailando… o muriendo durante el espectáculo. Las historias capturadas por Roman de su vida y de su memoria, de realidad y fantasía, se transmiten a su audiencia y son representadas por los prisioneros y captadas por el director de la cinta en una evolución de palabra a imagen.
De tal modo, a medida que pasa la noche, mientras reina la luna roja, la mezcla de sueños y realidad se hará más confusa, como tal vez sea el día a día en Costa de Marfil.