Sitges 2021. Volumen 1

Como cada año, como todo festival, el Festival Internacional de Cine Fantástico de Sitges llegó y se fue. Sitges 2021 llegó y se fue con la promesa del fin de la pandemia, con el grueso de las restricciones desapareciendo el penúltimo día del festival. Y con uno de los mejores carteles de los últimos años, en la Sección oficial, en Panorama, en Noves Visions, en Documenta, Anima’t o Seven Chances… y en notables proyecciones especiales.

Vimos más de 50 películas  y trataremos de haceros llegar el espíritu de algunas de las propuestas, algunas agrupadas (más o menos) temáticamente, otras de modo más episódico, otras vinculadas a sus fechas de estreno comercial.

Empecemos por lo que nos gusta más de Sitges, las excentricidades. 

Oddities

Soy consciente de mi vocación snob de raruno. En un festival dónde muchos asistentes gustan de ser considerados freaks, nerds o weirdos, algunos gustamos de experiencias extrañas, películas que se acercan a la zona de las experimentales, tomando aromas de estas para mezclarlo con los estándares del cine narrativo. Lo mejor es que Sitges nunca nos falla para ofrecernos tales obras y tuvimos un buen puñado en la última edición del festival.

In the Earth (Ben Wheatley, 2021)

¡Qué ganas teníamos de volver a ver a Ben Wheatley! De ver SU cine, sus auténticas películas. El cine de Wheatley es una adaptación del experimental al comercial con resultados notables. Down Terrace (2009), su debut, ya nos situaba en un contexto roto en el que sobrevivían personajes quebrados. Aquella historia, narrada a saltos, con pequeñas anécdotas, no era sólo el resultado de un muy escaso presupuesto sino también de la intención de trasladar a la narración la fragmentación del núcleo familiar y de la banda de delincuentes a la que Wheatley pasaba revista. Un humor negro, ácido, la recorría con muy mala leche para reaparecer, desbordante, en la irregular Turistas (2012) y desbordarse en el petardero y brillante Free Fire. En A Field in England (2013), vista también en el Festival, Wheatley descolocó a la mayor parte de los fans que había cosechado en años anteriores con Kill List (2011) y Turistas. Si la primera mezclaba el noir y el terror y la segunda se movía en el terreno de la farsa, ahora nos dejaba en plena batalla con unos personajes del siglo XVII que se escaqueaban y atravesaban extraños espacios en mutua persecución. El director de Kill List conseguiría un éxito con High Rise (2014), adaptación de la obra homónima de J. G. Ballard, creando un micromundo en un rascacielos que acabará saqueado por la indolencia de unos y la corrupción de otros, en una suerte de ola revolucionaria que arrasa, literalmente, la construcción y sus habitantes. Las obras posteriores de Wheatley, no obstante, le alejaron de los parámetros que nos interesaban. Feliz año nuevo, Colin Burstead (2018) reunía un variado grupo de familiares y amigos en un palacete para celebrar un encuentro que acaba de modo desafortunado para el protagonista. El resultado tampoco fue redondo para el espectador en una obra agridulce, que recordaba a numerosas películas de grupo, que enfrentaban padres e hijos y hermanos y cónyuges a (y por) secretos del pasado. El reciente remake de Rebeca (2020) (¡nada menos que retwitear a Hitch!) no parecía prometer demasiado del futuro de Wheatley… Y, sin embargo, aquí tenemos In the Earth, una propuesta tan original como A Field in England, tan dura como Kill List y tan compleja como High Rise. In the Earth se desarrolla en tres tramos muy diferentes entre sí, a nivel temático y estético. En el primero se nos presenta a uno de los protagonistas, llegando a un bosque al que parece visitar no tanto para desarrollar estudios biológicos como para huir de una pandemia que asola el mundo. Tal vez sea la primera película dónde los protagonistas, con mascarilla, se hacen test para verificar su negatividad. Sin embargo, la trama nos lleva al interior del bosque dónde él y su compañera salvan la vida tras diversas sesiones de tortura para, finalmente, llegar a un tramo final que es la esencia de In the Earth y que evoluciona del suspense al fantástico, de la ciencia ficción al terror primigenio.

Sitges 2021

In the Earth (Ben Wheatley, 2021)

Wheatley goza narrando y se permite elipsis temporales para pescar nuestro interés. El desarrollo de la acción revela que el supuesto protagonista es un pusilánime científico que no se atreve a llevar a cabo ni avances en su campo ni tampoco avances a nivel sexual y que, por ello, sufrirá vergüenza y mutilaciones diversas. El humor negro, casi sádico, de Wheatley campará a sus anchas y, finalmente, la trama desemboca en una orgía de color y sonido en la comunión entre naturaleza y humanos, con no pocas resonancias de Upstream Color (Shane Carruth, 2013). In the Earth es una obra que, sin duda, atraerá y rechazará a fieles y haters. Sin embargo, más allá del color, del ruido y la furia, contiene buena parte del mejor cine del año. La fascinación de la narración fundida con la sensualidad. No es poco lo que nos regala Ben Wheatley.

Un plato bien pasado

Llegó un día antes de su estreno oficial, arropada no tanto por el premio del jurado de Cannes,  como por la reputación ganada hace un par de años en Sitges por su obra previa, Raw (2016) Como sucedía en aquella, Titane (Julie Ducournau, 2021) cuenta la (r)evolución de una joven, emocional, física y moral. Como en aquella la historia se sumerge directamente en el fantástico. Como en Raw, Julie Ducournau no rechaza sumergirse en el gore si es preciso. En ambas, la directora reta al espectador a seguirla en una historia rocambolesca. Sin embargo, Titane eleva la apuesta a límites insólitos, con una notable valentía por parte de dirección y producción de desarrollar una propuesta insólita en forma y argumento.

Sitges 2021

Titane (Julie Ducournau, 2021)

En este caso la protagonista de Titane, Alexia, a diferencia de la joven de Raw, demuestra ya en su infancia un carácter agresivo con tal mala leche que ocasionará el accidente e injerto que da pie al título de la película. Tras el breve e inquietante prólogo, la directora nos muestra en una secuencia altamente erótica su profesión, bailarina de pole o striptease sobre vehículos tuneados para, casi sin solución de continuidad, lanzarnos a una historia de psychokillers. Sin embargo, no es éste el interés de la directora y, si creíamos vernos en una obra próxima al terror cronenbergiano, nos encontramos súbitamente en el terreno del melodrama más extremo, de Fassbinder y Almodóvar. La protagonista será adoptada (no contaremos de qué manera) por un rudo jefe de bomberos. Y allí Titane gana definitivamente enteros, en ardores y quemaduras emocionales y físicas. Titane se aproxima a las relaciones atormentadas, condicionadas por el físico y el pasado, de las cintas de Claire Denis, con Beau travail (1999) a la cabeza. Es una cinta dónde la fisicidad y el físico condicionan las decisiones, a la par que los personajes se enfrentan con las identidades de género y los sentimientos. Ducournau desarrolla la obra con solvencia, rozando el ridículo sin temor a caer en él, y enfrenta a padre (un dolido, brutal, soberbio Vincent Lindon) e hijo, a padre e hija, a mujer y hombre, enfrenta valores sociales y valores humanos, paternofiliales, en una espiral de sentimientos enfrentados. Titane no renuncia ni a presentar la ternura ni la brutalidad y triunfa al juntarlas en la misma escena. Al final, cuando dolor y amor se funden, cuando brutalidad y cariño se aproximan, cuando vida y muerte parecen indisolubles, Titane y Ducorneau alcanzan una cima peculiar al dar una inesperada, extraña, esperanza en un mundo de horror. 

Ecos (lejanos) de Lynch

Allí dónde In the Earth lucía pirotecnia, allí dónde Titane desarrollaba furia y emoción, Earwig (Lucille Hadzihalilovic, 2021) se repliega sobre sí misma, en imagen y sonido, desarrollando un críptico cuento que nos fuerza a imaginar la historia que estamos viendo. Lucile Hadzihalilovic nos muestra una niña custodiada por un personaje a la que un odontólogo visita periódicamente para colocar unos extraños aparatos orales y preparar nuevas piezas, derivadas de la congelación de su saliva. El personaje principal obedece a otro personaje al que reporta telefónicamente y a quien deberá llevar a la niña que, según cierta documentación no reconocida por él mismo, sería su propia hija. En paralelo una joven camarera trata de establecer una relación con él…

Sitges 2021

Earwig (Lucille Hadzihalilovic, 2021)

No tendremos muchas más pistas para este puzle que fuerza al espectador a crear su propia película. Mucho menos sugerencias visuales. La obra se abre con la imagen de una oreja y la banda sonora abunda en sonidos diversos, de los pasos sobre la madera crujiente del domicilio, el sonido permanente de un reloj, el timbre del teléfono al que rendir cuentas… la directora de Evolution (2015, también proyectada hace unos años en Sitges) desafía al espectador en una obra muy próxima a la ensoñación. Como aquellas mañanas en que uno trata, esforzadamente, de reconstruir las imágenes y la historia vividas sobre la almohada, el espectador saldrá de la sala debatiendo las posibles derivas de la historia. Una historia, de hecho, que son muchas, transcurridas en tiempos distintos y, tal vez, en universos distintos, con un padre que no reconoce a su hija, con una madre que disimula serlo o con una hija, tal vez, que ataca a su padre una vez madura. Earwig es, sin duda, voluntariosamente difícil. Una obra que debe verse en pantalla grande, sobretodo porque la pantalla de un televisor no podrá recoger la sutileza de la oscuridad destilada por la fotografía. Una obra que, tal vez, podría verse en una galería de arte.

Mad God (Phil Tippet, 2021) / Junk Head (Takahide Hori, 2021)

Frente a la severidad de Earwig, Mad God y Junk Head celebran el goce de crear, el goce de narrar, la exuberancia y la creatividad. Tippet tardó tres décadas en crear un universo propio en Mad God, un mundo subterráneo de fondo infinito, habitado por incontables criaturas de todo tipo. Mad God es también un catálogo de incontables técnicas de animación stop motion. Tippet, responsable de la animación de diversos seres de Star Wars y Parque Jurásico, se ha dedicado durante treinta años a elaborar un fascinante mundo. Y, digámoslo ya, Mad God es más una experiencia hipnótica que una película. Al inicio vemos como una cápsula desciende desde la superficie hasta las profundidades. Un descenso aparentemente infinito por incontables escenarios cavernarios, repletos de vidas mutantes, al que seguirá la azarosa odisea del tripulante hasta caer víctima de una clínica terrorífica. Una segunda cápsula no seguirá mejor suerte, quedando el nuevo explorador prisionero de una batalla entre tanques y monstruos. Tippet construye una obra que se me antoja equiparable al Jardín de las Delicias del Bosco, en locura, en extravagancia, en riqueza de personajes, en sumisión del espectador a la obra. Las imágenes, las propuestas, desbordan la cuarta pared, asomando por uno u otro ángulo de la pantalla con nuevos animales (?), plantas, colores y formas. En determinado momento, la autopsia del primer personaje, vista o retransmitida para espectadores curiosos que asoman también en algunos planos, de lugar a un pequeño ser que se retuerce como la criatura de Cabeza borradora (Eraserhead, David Lynch, 1977; una obra que también sería referencia para Earwig, por cierto). Mientras tanto, sigue la arenga en la superficie y la lucha en otro punto… El Universo o el infierno, Tippet ha creado un mundo casi sin parangón que termina casi como empezó, con un movimiento continuo, con imaginación en mayúsculas.

Junk Head (Takahide Hori, 2021)

Casi sin parangón… He ahí la magia y el conflicto de los festivales, puesto que en esta edición pudimos también disfrutar del doble, el sosías, el clon de Mad God. No un doble oscuro, sino alegre y desenfadado. Más modesta que la propuesta del autor americano pero tan meritoria como aquella. Si Tippet desarrolló su obra magna durante tres décadas con la colaboración de un equipo de profesionales y estudiantes, Takahide Hori ha elaborado Junk Head durante cerca de una década de modo plenamente autónomo, creando argumento, personajes, desarrollando la acción por stop motion, fotografiando, dando vida y poniendo banda sonora y voz a otro mundo subterráneo. Es cierto que la similitud entre ambas películas hace pensar que Takahiro conocía la obra de Tippet, presentada parcialmente en algún festival, y también hay que reconocer que las creaciones en Junk Head son menos sofisticadas que las de Mad God. Sin embargo, eso sería como despreciar el manga o la línea blanca ante las imágenes barrocas. A nivel técnico la proeza de Hori es tan meritoria como la de Tippet. A nivel narrativo le concede la argumentación que el otro evitó pero consigue con ello una empatía hacia los personajes que la hacen tremendamente atractiva. Si los pasillos del inframundo se ven decepcionantemente vacíos comparados con los dantescos niveles de Mad God, la profusión de gag en las persecuciones o las relaciones entre unos y otros personajes (el reiterado desmembramiento y recuperación del protagonista, en mutación continua de cuerpo, la persistencia del grupo de defensa) hacen de Junk head una delicatesen al nivel de su predecesora… y con posibilidades de continuidad.

El Romero oculto

Alguien hizo un disparate al planear un mediometraje como llamada de atención hacia la situación de desamparo de los ancianos. No sólo por el formato (¿quién iría a ver una película de estas características?) sino también por el director elegido para rodarla, el autor de La noche de los muertos vivientes (1968) o La estación de la bruja (1972). George A. Romero, sin embargo, se tomó en serio el proyecto aun llevándolo a su ámbito. El resultado, The Amusement Park (1977), es una narración episódica en la que, a través del paso por diversas atracciones de feria, un anciano recibe todos los golpes posibles: el abuso económico, exigiendo precios desorbitados por los tickets; la limitación de acceso a determinados espacios argumentando edad o enfermedad, presentada con una revisión oftalmológica en la cola de los autos de choque que deniega el permiso de conducir; la falta de acceso a la sanidad o las malas condiciones de los servicios de salud, el menosprecio o la burla directa, el recorte de libertades con excusas administrativas o hasta el robo y la estafa se van sucediendo en diversas secuencias vinculadas de uno u otro modo al intento de disfrutar de la feria.

The Amusement Park (George A. Romero, 1977)

Esta rareza de Romero, montada en planos cortos y rodada cámara en mano, produce realmente una sensación angustiosa y deprimente al ver las malas perspectivas de vida en la tercera edad. No deja de ser terrible, cuatro décadas tras su realización, que buena parte de los temores expresados en los años setenta son tristes realidades para los ancianos de hoy. La parte más divertida de la sesión fueron los rostros de aquellos espectadores despistados que esperaban ver como los zombis devoraban sus víctimas en el carrusel.

El planeta de las peluqueras indómitas. After Blue (Paradis sale, Bertrand Mandico, 2021)

Tras escapar de la inhabitabilidad de la Tierra la humanidad (una muy errónea definición tal y como se contempla en ésta y otras obras del festival) se refugia en otro planeta al que, de modo no muy original, denominan After Blue. Si en otra cinta vista en Sitges con inicio semejante, The Colony (Tides, Tim Fehlbaum, 2021), la radiación en el nuevo planeta impedía la reproducción masculina, en After Blue sólo han sobrevivido las mujeres. De modo parecido, parece que la fértil creatividad que Mandico luciera en la atractiva Los chicos salvajes (Les garçons sauvages, 2017) se haya limitado en esta nueva propuesta que luce como un proyecto televisivo para adolescentes. 

After Blue (Paradis sale) (Bertrand Mandico, 2021)

Rodada en colores virados, con abundantes filtros y postproducción, Mandico presenta una suerte de Mad Max espacial en que las protagonistas son mujeres con bastantes ganas de pelea. Las dos protagonistas, una madre peluquera y su hija rebelde, se ven forzadas a trabajar como cazadoras de recompensas para compensar la liberación de una asesina, Kate Bush, por parte de la hija. En su trayectoria psicodélica se sucederán diversos personajes, saldados con encuentros eróticos y saldados en diversas ocasiones de modo violento. After Blue no deja de tener apuntes de humor (a expensas de la profesión de la madre o a referencias de productos de moda). After Blue funciona como creación de mundo tan exótico como erótico y la presentación de algunos personajes impagables, como el conjunto de puritanas con indumentarias que oscilan entre la inquisición y la brujería. Sin embargo el resultado no deja de ser un neo western lésbico post apocaliptico alargado innecesariamente. Siendo una propuesta tan inferior a la excelente e ignorada Los chicos salvajes da la sensación que los jurados, el oficial y el de la crítica, la premiaran ejerciendo una justicia poética.

Dios es una buena loncha de jamón

Y, finalmente, Agnes (Mickey Reece, 2021) que por sencilla no dejaba de ser una rareza notable. Estructurada en una primera parte en torno a un supuesto caso de posesión demoníaca y peculiar intento de exorcismo, la cinta se interrumpe a mitad de metraje y surge un drama que se presenta con discreción y efectividad.

Agnes (Mickey Reece, 2021)

De hecho, Agnes es una evidente crítica a la Iglesia católica, en la presentación de un veterano padre, con inclinación franca a utilizar la sangre de Cristo o sus variantes más espirituosas. Acusado de pedofilia, se le obliga a llevar a cabo un exorcismo con la ayuda de un joven diácono. Reece no se alarga en la argumentación o diálogos pero presenta a unos personajes cardenalicios maquiavélicos, de cariz claramente mafiosa, y a un par de outsiders (el uno pasado de vueltas y el otro novato) como contrapunto. Su llegada y estancia en el convento de monjas se utiliza también para evidenciar la represión moral y sexual de sus integrantes, que contemplan con más avidez que interés los pasos de los invitados. Los dos intentos de exorcismo son tratados en una tono de farsa que rompe el tono sutil de la ironía con que contemplaba los personajes pero dan pie a una escena histérica que cierra, bruscamente, la primera parte. En su segunda mitad, Reece continúa con el íntimo drama de una joven monja que deja los hábitos para chocar con la realidad social, la desigualdad de género, los abusos en el mundo laboral, la dificultad de llegar a final de mes y la falta de presencia divina. La historia se cerrará con un intento de hacer justicia a su anterior compañera y a su resistencia a reintegrarse en el sistema religioso. La guinda del pastel la pondrá el diácono que aparecía en la primer parte quien, tratando de justificar e identificar la presencia divina en un mundo de tristeza y dificultades, equipara la vida con un bocadillo de mala calidad, con tomate insípido y queso industrial, y a Dios con la buena loncha de jamón que puedes hallar en él… Corte a negro y fin, una propuesta tan irregular como interesante, tan extraña como insólita. Así es Sitges, así nos gusta.