Desde Asia con dolor
Sitges es una gran plataforma para la difusión del cine oriental y hemos visto en otras ediciones auténticas obras maestras y cintas realmente insólitas. En esta edición, sin embargo, la propuesta asiática era más limitada que en otras ocasiones. Tuvimos la oportunidad de gozar con Junk Head o con Beyond Infinite Two Minutes (comentadas en otros textos), hubo propuestas de animación en la sección correspondiente (Poupelle of Chimneytown, The Deer King, Pompo) y alguna otra obra que llegaba precedida, estas sí, de una fama notable.
…Y con terror
En el ámbito del terror vinieron The Sadness (Ku Bei, Rob Jabbaz, 2021) y la tailandesa The Medium (Banjong Pisanthanakun, 2021) con una aureola de éxito seguro. En lo que respecta a la primera la promoción era bastante acertada, con uno de los mayores gastos de hemoglobina por plano, a punto de salpicar a una platea entusiasmada con desmembramientos, hemorragias y sangrientas orgías. La trama, no obstante, replicaba y copiaba a clásicos y remakes, con dos jóvenes tratando de reunirse en pleno holocausto urbano tras una pandemia desencadenada por un virus integrado por componentes de coronavirus y de la rabia. El director logra tensión continua con un mínimo presupuesto y da entidad al desaforado personaje que traje y paraguas en ristre, persigue a la protagonista. Desafortunadamente, esta película (o muchas como ella) ya habían sido vistas en las pantallas del Festival en años anteriores.
The Medium lucía de modo más atractivo. Un falso documental sobre chamanismo en Tailandia emplea buena parte del metraje en desarrollar un contexto sugerente que resulta, de hecho, un buen reportaje sobre las costumbres rurales respecto de divinidades locales, de las que ya se perdió años atrás su origen pero que perviven en el imaginario y son reconocidos con fervor popular. La trama se introduce de modo muy progresivo a medida que los miembros del equipo de rodaje del documental se reúnen no sólo con la chamán protagonista sino con los miembros de la familia, en la cual van sucediendo diversos hechos misteriosos. De modo sutil la película se va despojando de su disfraz documental para ir deslizándose en el más puro terror a medida que se suceden las muertes en extrañas circunstancia. Finalmente el propio equipo de rodaje se verá involucrado en una espiral de violencia, rodada de manera muy eficiente aunque nos deja sensación de déjà vu… ¡Cuánto daño ha hecho el found footage!
De las lágrimas orientales, avatares en la red y maltrato infantil
Hay una cierta tendencia en el cine asiático a destacar las situaciones lacrimógenas. Es, sin duda, una característica cultural que nos choca. Del mismo modo que al público oriental le puede chocar la desinhibición que Occidente tiene para mostrar actitudes de cariño o intimidad. No dejo de sorprenderme, sin embargo, al recordar a la pobre Heidi, viviendo adoptada en las montañas, o a Marco, recorriendo los Andes en busca de su mamá… Seriales cuyos autores se han contado posteriormente entre los grandes del anime japonés. Tal vez sea por esta concepción cultural de la familia rota como causa de los males y desencadenante de inesperadas situaciones que tenga lugar buena parte de las tramas del anime: la madre enferma en Totoro, los padres desaparecidos de Chihiro, la madre ausente (y el padre) de Sophie en El Castillo ambulante, el padre ausente en Los niños lobo o El chico y el monstruo, el protagonista fugado de Weathering With You… la lista sería interminable y éstos son sólo algunos ejemplos de las obras más populares. A todos ellos se tiene ahora que añadir la muerte prematura de la madre de Su, la protagonista de Belle (Ryû to sobakasu no hime, Mamoru Hosoda, 2021). Y es esta ausencia la que, una vez más, desencadena la trama.
Su, tímida, introvertida, no conecta con su padre (sin que a éste le parezca importar demasiado, puesto que nunca insiste en acompañarla o cenar con ella, preguntándolo sólo de modo rutinario) y se relaciona básicamente con una amiga. Será ésta quien la introduzca en un mundo virtual dónde Belle, el avatar de Su, desplegará su inocente encanto y podrá desarrollar una personalidad atractiva, ganando millones de seguidores por las canciones que no se atreve a cantar en la vida real. No obstante, deberá enfrentarse y comprender el misterio y motivaciones de la Bestia, avatar de un desconocido que interrumpe las celebraciones del mundo ficticio sin causa u objetivo aparentes. Hosoda desarrolla así en Belle una variación de la Bella y la Bestia que tiene como máximo atractivo el desarrollo visual de U, el mundo virtual, lleno de avatares de formas y colores infinitos y con espacios que la animación despliega con infinidad de formas. El veterano autor, premiado en Sitges, se luce en la creación de este mundo creando personajes a caballo entre lo humano y lo animal, mezclando formas y permitiendo vuelos y desplazamientos coreografiados de cientos de seres entre los que, una y otra vez, asoma una gigantesca ballena.
La película, sin embargo, queda en parte lastrada por diversas líneas argumentales que se atropellan. Hay, por un lado, la indagación social sobre la identidad de la Bestia, con aparición de famosos reales negando que sea su avatar. Tenemos, por otro lado, reiteradas secuencias en las que Su insiste en su problema íntimo, en la pérdida materna, el consiguiente aislamiento social y en la música que, desarrollada en el mundo de U, puede representar una solución a sus problemas. La aparición de una trama, en el último tramo de la película, vinculada a la denuncia de abusos y violencia contra la infancia choca con las anteriores, especialmente por resolverse de modo aún más brusco del que se identificó. Si bien el conflicto que denuncia Hosoda, tanto por la desatención que padece Su como por la violencia contra otros niños, queda plasmado meridianamente en la película y se resuelve finalmente de modo satisfactorio, no deja de chocar con la reiteración de las secuencias musicales y la forzada alegría del mundo virtual. Una vez más la búsqueda de la lágrima limita el impacto del mensaje y Belle, aun dejando un gran sabor de boca, no consigue el equilibrio que había en Wolf Children o El chico y el monstruo o Mirai, mi hermana pequeña.
Cliffwalkers
La invasión japonesa de Manchuria y Corea ha dado de sí diversas obras que han alcanzado las pantallas occidentales, desde la lejana El primer emperador a las recientes The Age of Shadows y La mujer del espía. China, esta extraña China que se proclama comunista y vive como capitalista, se siente necesitada de reivindicar patria y héroes, sean reales o ficticios, contemporáneos, pasados o legendarios. Zhang Yimou, antaño represaliado por el sistema, es la mejor representación del star system cultural de la República asiática. Autor de qualité, capaz de llevar a cabo obras personales con una estética muy propia, películas de género (sea wuxia o noir) o sensibleros melodramas, ha asumido en más de una ocasión, en lo que va de siglo, obras de encargo a mayor gloria del sistema. Sombra fue, afortunadamente, uno de los hitos de su carrera, a nivel de energía y estética visual, pese a incorporar el mensaje de la China unida, más allá de diferencias tribales o políticas. En Cliffwalkers Yimou recupera el enfrentamiento chino japonés en una hagiografía de los héroes anónimos que lucharon contra la invasión.
El arranque de la película es altamente sugerente, con un plano cenital sobre cuatro paracaidistas que descienden, en una tempestad de nieve, hacia los bosques de Manchuria. El desplazamiento de los cuatro espías por la nieve, las incidencias que surgen y el posterior viaje en tren son narrados con brío por el veterano director. No obstante, a partir de la llegada a Harbin, con el grupo separado y acechado por la policía colaboracionista, la acción se complica (como en toda película de espías que se precie) y llega a resultar confusa. Los toques heroico-patrióticos hacen algo más indigesto el visionado y el resultado final queda por debajo de las obras anteriormente referidas.
Hong Kong noir… y en color
Sitges suele ofrecer oportunidades de ver buenos thrillers asiáticos. En esta ocasión Limbo (Soi Cheang, 2021) ha sido recibida como una de las grandes películas de esta edición aunque ha eclipsado injustamente a otra obra destacable, Hand Rolled Cigarette.
Limbo es dirigida por Soi Cheang, de quién habíamos visto Motorway y la muy destacable Accident. Cheang modifica radicalmente la estética de estos thrillers urbanos y se lanza a un oscuro blanco y negro que nos sumerge en una ciudad especialmente opresiva. Al incesante tráfico humano y de vehículos al que se nos ha acostumbrado como escenario habitual en tantas películas, se suma ahora una presencia continua de la basura, en bolsas, en contenedores o dispersa por todos lados en una evidente alegoría de la suciedad moral que habita en la ciudad. No hay especial originalidad en la trama. Una pareja de policías, uno sobradamente duro y experto, otro novato y torpe, en busca de un psychokiller que gusta de mutilar a sus víctimas cortándoles la mano. La estética, no obstante, marca la película y la oscuridad de la pantalla es equiparable a la del protagonista, el policía maduro, quien, enconado con una ladronzuela, la maltrata física y moralmente de modo brutal, rompiendo toda norma ética y poniendo en riesgo la vida de la joven, no sólo por los golpes propinados sino por la exposición al asalto de otros a quienes obliga a delatar.
Esta falta de ética profesional, esta brutalidad policial, tendrá efectos negativos llegando a complicar una investigación ya compleja de por sí. Ello dará pie a uno de los dos clímax de la película, con una doble persecución simultánea en el mismo lugar, los callejones de un mercado, mientras la joven trata de salvar su vida y los policías persiguen al asesino. La desaparición de la joven permite al director la introducción en la trama del motivo por el cual el policía la odia, un motivo trágico que se presenta con toques melodramáticos como parece ser inevitable en tantos productos asiáticos, y que lastra un poco la narración, por puro contraste con la dureza del resto de la trama. Finalmente, un clímax angustioso dónde la tensión no decae, recupera el gran nivel previo con una lucha a muerte en medio de la basura.
Hand Rolled Cigarette (Kelvin Long Chang, 2020) amenazaba con trompazos múltiples. La asociación de un emigrante indostaní y un antiguo policía colonial para enfrentarse a una banda de traficantes parecía augurar un tenso thriller lleno de peleas, disparos y asesinatos. Sin embargo, el director nos sorprende con una obra de auténtico cine negro. Como es canónico, el protagonista, un ex policía abandonado a su suerte en la península al marchar la Corona, no tiene oficio ni beneficio sino abundantes deudas, adquiridas en fallidas inversiones bursátiles. Con el agua al cuello, verá su vida complicada por un fugitivo al que amenaza la misma banda que a él mismo. El director muestra un Hong Kong menos siniestro que el de Limbo pero no más seguro, con actividades ilegales, peleas y extorsiones a la vista de todos y para nada complaciente dados los miserables espacios en que transcurre la acción, sea las viviendas de los protagonistas, los callejones del mercado (de nuevo, el mercado) o la guarida de los delincuentes. Elaborada con un continuo anticlímax, con tono aparentemente menor, Hand Rolled Cigarette tiene un punto elegíaco para aquellos personajes que han sido marginados por la sociedad y por la vida en general. El curioso final, menos catártico y mucho más cínico de lo que podría considerarse, contiene una pelea cansada, más realista de lo habitual, con personajes que caen unos encima de otros y reciben más golpes de los que dan. La lucha es, incluso, recogida con un pausado travelling hacia un lado y hacia otro para acabar definiendo el destino de los protagonistas y redondeando esta excelente muestra de noir hongkonés.