Posesiones infernales
Mark lo tiene todo para ser un gilipollas como un piano, uno de esos que podría perfectamente salir en Succession pero sale en esta película que va de otra cosa así que lo que pasa en su trabajo solo se intuye. Es igual que algún tipejo que seguro conocemos cuya mujer (Till Death, hasta que la muerte les separe) —en este caso Emma (Megan Fox), que está hasta los ovarios de cargar con su cuerpo, antes y después de muerto, como llega a confesarle en un momento dado— es solo un objeto que exhibir, a la que hacer mansplaining (antes y después de muerto), gaslighting, y muchas otras cosas acabadas en –ing que no me atrevo a escribir, y por tener tiene incluso unos cuernos que no le caben por la puerta. Emma tiene un amante, que se acojona si ve a su jefe (que casualmente es Mark, el marido de ella) en gayumbos pero que no le importa subir con ambos en el ascensor y hacer el paripé, un amante que también le hace mansplaining y que no sirve de mucho cuando realmente se le necesita. Emma, fotógrafa, tiene también un acosador (Bobby) que en su día no solo se llevó su cámara tras apuñalarla sino también unas llaves clavadas en el ojo y diez años a la sombra. Bobby tiene un abogado (del bufete de Mark —ten maridos para esto—) que le ha conseguido la condicional, un hermano pequeño que le sigue a todas partes y muchas ganas de venganza. Mark tiene una caja fuerte con doble autenticación (bendita sea), una casa en medio de un lago helado y un sentido del humor parecido al de Jigsaw o a Stephen King endrogado escribiendo El juego de Gerald. Emma tiene un collar de diamantes y muchos hombres a su alrededor pero son todos idiotas, o malas personas. Muchas posesiones pero ya se sabe que no es más rico el que más tiene sino el que menos necesita.
S.K. Dale dirige su primera película con interesantes ideas de puesta en escena y una ejecución acorde (en concreto un zoom out que promete que algo vendrá después, y no en vano; un montaje en paralelo con los dos hermanos trazando acciones similares mientras registran en distintas partes de la casa; una cierta tendencia a colocar la cámara por encima o, sobre todo, por debajo de los personajes), pero también algunos trucos de guion previsibles, burdos e innecesarios, que a ratos la relegan a los thrillers del montón cuando podría haberse quedado algún escalón por encima. Los diálogos no son abundantes, y pienso que casi se podría haber hecho una película muda con unos pocos intertítulos (perdón, esto es casi un pensamiento en voz alta, aunque bastante certero, creo). Disfrutable y olvidable, como casi todo en esta vida, Till Death tiene una virtud adicional, y es que dura menos de 90 minutos, algo que cada vez aprecio más y que no abunda tanto como antaño. Y un póster con un par.