El año de Tim Sutton
La auténtica sorpresa de esta edición post pandémica del Americana Filmfest fue sin duda la retrospectiva de Tim Sutton. Un autor que merece gran atención, cuya obra se desliza hacia la abstracción desde una suerte de ensayo documental en Dark Night (2016) o en Funny Face (2020) y que se sitúa en una narración violenta en Quien quede en pie (Donnybrook, 2018) o The Last Son (2021) (no pudimos ver Pavilion o Memphis, sus obras anteriores). Es muy interesante ver como Dark Night evita centrarse en una historia o una situación forzando al espectador a construir, imaginar, más que entender la obra. Referida a una masacre que tuvo lugar en un cine dónde se exhibía The Dark Knight, Sutton recoge imágenes cotidianas de diversos personajes: un joven que, junto a su madre, es el único entrevistado directamente, traumatizado por algún hecho inexplicado, unas jóvenes latinas, unos skater, un padre de familia de continua tristeza y un adolescente de inclinaciones violentas. Todos ellos son contemplados en situaciones ya iniciadas y de las que no veremos, a menudo, conclusión alguna. Sus secuencias se alternan con planos estáticos de postes o lámparas de carretera, de vegetación, de jardines medio abandonados o de parking callejeros. La tristeza es absoluta. Al final, el adolescente cargado de armas entra en la sala de cine en la que están algunos de los personajes. No sabremos si todo lo visto anteriormente se corresponde con situaciones previas al atentado o son consecuencia del mismo pero tanto da. El malestar es el mismo. Si estas personas estaban, de un modo u otro, de antemano la sensación es tan terrible como si han sobrevivido a la masacre. Su futuro es tan oscuro como la noche en la que parecen vivir. Funny Face, por su parte, vincula a un joven insatisfecho que vive con sus abuelos a punto de desahucio con una joven musulmana que huye del domicilio dónde vive con sus tíos, de maneras conservadoras. Él, oculto por una máscara semejante al Joker, trata de vengarse del promotor inmobiliario que está destrozando el barrio. Ella, desvinculada también de todo, le apoya en sus breves correrías. Sutton reproduce el tono de tristeza de Dark Night, contempla los espacios muertos, aquellos “no sitios” que ocupan un lugar entre casas condenadas al derribo, comercios precarios y lo trasciende a las propias vidas de los protagonistas. Solo la contemplación del océano, más allá de Coney Island, parece ser un remanso de paz, un imposible refugio para los atosigados habitantes del barrio. Sutton dibuja, someramente, un esquema argumental. Pero, como si se resistiera a ello, no alcanza a construir una narración completa. Al fin el promotor resulta estar en crisis y amenazado por deudas. La venganza no se completa nunca. La trama se quiebra y, perdiéndose el sentido de sus actos, el protagonista pierde la identidad que estaba adquiriendo y los atributos que empezaban a caracterizarle. Sutton, en medio de la miseria y el sin sentido, en medio de un parking que ocupa los espacios antaño vitales, le rescata in extremis tratando de borrar la tristeza. Sólo lo consigue en parte.
Donnybrook y The Last Son son formalmente distintas, obras argumentales plenas. Sin embargo, comparten con las anteriores la tristeza vital y las constantes estéticas. Donnybrook, que podría hermanarse con El diablo a todas horas (The Devil All the Time, Antonio Campos, 2020), narra el viaje de Jarhead Earl (Jamie Bell) a un combate múltiple el ganador del cual recibirá 100.000 dólares. Su tortuoso periplo es paralelo al de Chainsaw Angus (Frank Grillo) un camello psicópata que plantea derrotarle y que va dejando un reguero de cadáveres a su paso. Sutton se me antoja cercano a autores modernos como fueran Arthur Penn y Aldrich, rebuscando en la miseria y violencia aunque evita la espectacularidad propia de Peckinpah, Leone o el contemporáneo Tarantino. A la par, contrasta los crímenes con puntuales secuencias de paz en las que los personajes contemplan la naturaleza y meditan sobre su situación. Donnybrook arranca con el robo del dinero necesario para participar en el concurso, sigue con la pelea entre Jarhead y Angus, la fuga del primero junto a su hijo, la trayectoria criminal de Chainsaw y alcanza el salvaje combate final tras más de media docena de cadáveres. En este trayecto veremos el polvo rematado sanguinariamente con Eldon, el duelo brutal con recortadas de Chainsaw y el sheriff en un oscuro aparcamiento y un par de asesinatos a sangre fría. Sin embargo, Sutton presenta también escenas contemplativas de Jarhead y su hijo, tras el robo del auto policial, de Delia tras haber disparado a Chainsaw o de Jarhead y Delia en el río, cuándo ella confiesa la atracción que siente por él. Hay quien podría vincular en tales secuencias a Sutton con Malick. Sin embargo, no parece tener una intención poética sino que su objetivo es más bien buscar un espacio, un instante, durante el cual los personajes puedan balancear sus impulsos violentos con la razón. Son, no obstante, momentos tan frágiles como estériles pues Sutton da a sus personajes como condenados de antemano, tal vez como a los personajes de Dark Night, y los arrastra a un final que nunca podrá ser feliz.
El argumento de The Last Son puede ser más insólito pero la estructura es semejante. Isaac Lemay, pistolero que ha facilitado el “avance de la civilización” a golpe de revolver matando indios es maldecido por éstos, anunciándole que será asesinado a manos de uno de sus múltiples bastardos. Lemay no duda en repasar su rastro y eliminarles uno tras otro hasta topar con Cal, el último hijo, un bandolero psicópata en fase expansiva tras el asalto y robo de una ametralladora del ejército. En tal situación, ¿qué se puede esperar? Como en Donnybrook la trama es desoladora y la catadura de los personajes oscila entre la abyección y la miseria. Los caminos de Lemay y Cal están sembrados de cadáveres (la ametralladora ayuda mucho) y el único personaje que podría pararlos acaba liquidado como sucedía con su equivalente en Donnybrook. También, como en aquel caso, hay breves secuencias de paz, acentuando la extrañeza de la situación. Llaman especialmente la atención las dos escenas en que Lemay se detiene en el bosque y observa abstraído los árboles, antes de verse involucrado en sendas luchas por la supervivencia. No hay, sin embargo, rutina en la construcción. Pese a las similitudes, The Last Son conforma una obra singular, de gran fuerza visual, que se integra tanto en la filmografía del autor como en el western. El enfrentamiento final del protagonista contra todos los demás en el pueblo solitario es heredero directo de Desafío en la ciudad muerta (The Law and Jake Wade, John Sturges, 1958) y muy especialmente de Infierno de cobardes (High Planes Drifter, Clint Eastwood, 1973) o El jinete pálido (The Pale Rider, Clint Eastwood, 1985). Ciertamente, como otros autores, Tim Sutton puede vincularse a cierta trayectoria del cine americano pero no se puede, por otra parte, negar su originalidad y bien merece seguir a la espera de nuevas propuestas.
Americana Filmfest 2022. Volumen 2