La ligne, de Ursula Meier (Sección Oficial)
Ursula Meier cambia de registro con su tercer largo de ficción, La ligne. Sale regular.
Funambulismo sin red
Será por la nostalgia de una infancia de bollos industriales, pero una línea pintada en el suelo como desencadenante de un conflicto siempre motiva. ¿Cómo olvidar el duelo titánico entre La pantera rosa y El hombrecillo en la animación de Friz Freleng? Aquí la premisa adquiere tintes más dramáticos (si entendemos por drama el realismo): orden de alejamiento de 100 metros para una hija que odia a su madre hasta el punto de zurrarla a base de bien. Para que todo quede claro, la distancia se pinta con una franja de color azul en torno al hogar. La madre es Valeria Bruni-Tedeschi, es su enésimo papel de madurita de clase alta ligera de cascos, extravagante y empinacodos. La hija es Stéphanie Blanchoud, coguionista y que, por lo visto, ha aportado su experiencia como practicante de boxeo. El cordón umbilical lo compone el talento musical y el conflicto… pues no se llega a saber nunca muy bien cuál es. ¿Será que la violencia de Stéphanie nace de su condición de rockera y la excentricidad de Valeria de su virtuosismo al piano? Pues tampoco, porque Stéphanie está más cerca de la chanson flojita a lo Dominique A que de otra cosa.
Meier se hizo un nombre subiéndose a la sórdida ola hanekiana de principios del milenio. Esa que arrasó centroeuropa y que, en palabras del atribulado Daniel Castro de Ilusión (2013): “mostraban al ser humano como un conjunto de miedos y vicios sin ilusión alguna”. Lo hizo, además, con unas reflexiones sobre el espacio y los no lugares, en desoladoras fábulas como Home (2008) o Sister (2012). Pues ya no. Bien sea por voluntad propia, o por la personalidad de la actriz Valeria Bruni-Tedeschi y su irrefrenable vis cómica, lo que podría haber sido un dramón a la altura de los anteriores se convierte en un no sé qué. Y lo hace desde el primer momento, en una escena incomprensible: una bronca familiar a cámara lenta y sonido asincrónico, impropia de una directora de su talento y prestigio. Es un momento que podría perfectamente aparecer en una comedia de Mediaset España hasta el punto de que uno está esperando todo el rato a que aparezcan Carmen Machi o Paco León en medio de la trifulca. Si los personajes de Meier dudan todo el rato sobre si atravesar o no la línea física azul, ella hace lo propio con los géneros, y nunca acabamos de saber muy bien si es una comedia o un drama. Tampoco conocemos a los personajes y sus motivaciones, ¿será por el conjunto de miedos y vicios que mencionaba Castro? Para acabar su ejercicio en el alambre, cuela de rondón a una adolescente con voz angelical y problemas de fe. Mención aparte merece la presencia de un Benjamin Biolay, en un papelito de ex pareja artística (¿y también sentimental? Ni esa línea nos queda clara). Sus ojeras parecen destinadas a competir con Benicio del Toro como las de mayor volumen del show business mundial. Esos dos globos terráqueos sí que se desparraman por cualquier línea que pueda trazar un ser humano (o una directora de cine).