Retorno a Baltimore
En History Lesson – Part II, temazo autobiográfico incluido en el imprescindible doble álbum Double Nickels on the Dime (1984), D. Boon recita los siguientes versos: “Mr. Narrator/ This is Bob Dylan to me/ My story could be his songs / I’m his soldier child”. El cantante de los Minutemen se ve reflejado en las letras de Dylan por la genuina capacidad del genio de Minnesota para trascender lo particular y convertirlo en universal, evitando así el aspecto coyuntural que se percibe en muchos cantautores de los 60’ para convertir su cancionero en una fuente poética de la que fluye de manera incesante una Historia Alternativa de los EE.UU. cuyo valor resulta indiscutible como documento histórico en continuo desarrollo. Al igual que el autor de A Hard Rain’s A-Gonna Fall, Subterranean Homesick Blues y Hurricane, el escritor David Simon lleva décadas componiendo un gran mosaico en el que se exponen desde una perspectiva tan crítica como rigurosamente documentada algunos de los aspectos más incómodos de la sociedad estadounidense que el establishment preferiría mantener ocultos en el gran cajón de los trapos sucios. Dentro de este enorme mural dedicado a revelar las causas profundas del malestar endémico de un país tan tendente a la autocomplacencia patriótica como es EE.UU., la obra de Simon se nos revela como una crónica minuciosa y humanista sobre la autodestrucción interna de una nación que constituye un trabajo necesariamente inacabado al que se van añadiendo nuevas piezas para ir componiendo un corpus con capacidad de ramificarse hasta el infinito. Por tanto, estamos ante un mastodóntico opus magnum sobre el temperamento despiadado de la sociedad capitalista americana que está creciendo de manera constante. Un eterno work in progress que comenzó con la publicación de Homicidio: un año en las calles de la muerte (Homicide: A Year on the Killing Streets, 1991), libro que sirvió como base de Homicidio (Homicide: Life on the Street, 1993-1999), la excelente serie de la NBC que le abrió las puertas del medio televisivo, y cuyo último anexo, hasta el momento, es La ciudad es nuestra.
Sin duda, la ciudad de Baltimore y una conciencia crítica marcada por una honestidad brutal a la hora de desempeñar el oficio de periodista son dos bases fundamentales para entender la obra de David Simon. De hecho, buena parte de las experiencias acumuladas durante los trece años que anduvo recorriendo sus calles como reportero del Baltimore Sun fueron vertidas en The Wire (Bajo escucha) (The Wire, 2002-2008), obra maestra absoluta que condensa un profundo conocimiento de los distintos sustratos que componen la idiosincrasia política, social y económica de Baltimore para plantear un relato poliédrico que traza una compleja cartografía en la que se acumulan diversas capas sustentadas sobre las relaciones de poder que se establecen en una ciudad que sirve como paradigma de la decadencia de la urbe post-industrial estadounidense. Así pues, sus obras, incluso las menos afortunadas, se caracterizan por un intenso trabajo de investigación previo que se traduce en una complejidad expositiva en la forma de abordar la ficción que le lleva a alcanzar un grado de realismo donde se conjuga la veracidad del reportaje periodístico y el informe policíaco con la profundidad psicológica y la ambigüedad moral de la novela moderna en el desarrollo de personajes para ofrecer una representación multidimensional que compone universos con un marcado tono naturalista.
Si The Corner (íd., 2000), trabajo iniciático de Simon y Ed Burns que focaliza su atención en cómo influyen en la comunidad los trapicheos producidos en una esquina de Baltimore tristemente célebre por ser un supermercado de la droga que supone la principal fuente de ingresos de un barrio tremendamente pauperizado, era una suerte de prólogo de lo que posteriormente se desarrollaría más extensamente en The Wire, La ciudad es nuestra, cuyo argumento se centra en mostrar la progresión creciente que ha experimentado la corrupción sistémica de la institución policial en la ciudad de Baltimore durante las dos últimas décadas, puede entenderse como un epílogo tremendamente pesimista de su obra más celebrada.
La ciudad es nuestra se sustenta, como todas las series producidas por David Simon salvo quizás La conjura contra América (The Plot Against America, 2020), su adaptación de la ucronía literaria de Philip Roth, sobre una base que toma ciertos elementos reales para desarrollar un retrato coral que representa determinados acontecimientos otorgándoles un enfoque humanista con una especial preocupación por establecer con gran precisión las razones que mueven a sus protagonistas a actuar como lo hacen, sin justificar ni censurar sus acciones en ningún momento. Asimismo, en este sentido resulta clave cómo la interacción de los personajes con el entorno en el que se desenvuelven es reflejada dentro del contexto en el que se desarrolla la trama.
El escritor de serie negra George Pelecanos, colaborador habitual de Simon que ya participó como guionista y productor ejecutivo en The Wire, Treme (Ídem, 2010-2013) y The Deuce (Las crónicas de Times Square) (The Deuce, 2017-2019), en la que también desarrolló funciones de showrunner, es la otra cabeza visible al frente de La ciudad es nuestra. Sin duda, la influencia del autor de El jardinero nocturno (Night Gardener, 2006) hace que esta nueva miniserie tenga un aroma noir que conjuga los tropos del relato criminal postclásico con una exposición naturalista del complicado proceso administrativo que conllevan las labores de aquellos honestos profesionales anónimos que se ven obligados a moverse en un interminable laberinto burocrático con el fin de impartir justicia dentro de un alambicado sistema que no se lo pone nada fácil.
En este caso, el material que sirve como inspiración de La ciudad es nuestra es el libro de no ficción We Own This City: A True Story of Crime, Cops, and Corruption (2021), donde el periodista Justin Fenton, que también fue redactor del Baltimore Sun, ahonda en los movimientos internos de la Fuerza Especial de Rastreo de Armas, una unidad de élite policial que en 2017 recibió numerosas acusaciones por, entre otros delitos, extorsión, brutalidad policial, fraude y robo. David Simon toma el libro de su colega y lo utiliza para explorar cómo la corrupción de las instituciones, el racismo, las muertes producidas por el uso indiscriminado de armas y las desigualdades sociales son dolencias realmente intrincadas en la ciudad de Baltimore, que en esencia viene a ser una pequeña muestra de los males que aquejan a la mayor parte de la sociedad norteamericana. Asimismo, el tenso ambiente generado en Baltimore tras las revueltas derivadas por la extraña muerte bajo custodia policial del joven negro Freddy Gray en 2015 es otro hecho real que aporta un contexto fundamental en algunas de las líneas temporales en las que se estructura la serie. Por otra parte, la muerte de George Floyd, otro afroamericano víctima de la brutalidad policial fallecido el 25 de mayo de 2020 en Minnesota, cuyo homicidio a manos del agente Derek Chauvin pudo ser denunciado gracias a una grabación que se hizo viral en redes sociales, generó en David Simon la necesidad de mostrar en la serie el gran poder que poseemos los ciudadanos al tener la capacidad de evidenciar y hacer públicos este tipo de abusos policiales con la cámara de nuestros teléfonos inteligentes. En este sentido, ya en el primer capítulo asistimos a una secuencia en la que unos agentes de policía se ven amedrentados por una multitud de teléfonos móviles que los graban haciendo una detención irregular que finalmente terminan anulando por temor a las repercusiones que pueda tener la exposición pública de sus actos.
En el aspecto formal, la puesta en escena de Reinaldo Marcus Green se muestra tan efectiva como sobria. Además, al ser el director de todos los episodios consigue un conjunto homogéneo en el que impera la claridad expositiva a la hora de trasladar a imágenes una trama de estructura complicada que se articula en diferentes líneas cronológicas que fluctúan de forma desordenada entre 2003 y 2017. Pese a los continuos saltos temporales que tienen lugar durante el desarrollo de las distintas acciones, los artífices de La ciudad es nuestra consiguen que el espectador no se pierda dentro de esta compleja construcción narrativa no lineal sin la necesidad de abusar de los intertítulos de situación temporal, que aparecen en contadísimas ocasiones, gracias a la introducción de inteligentes recursos como son la utilización de las fechas de los informes policiales redactados por Wayne Jenkins (Jon Bernthal) y las de las cámaras de seguridad a través de las cuáles somos testigos de buena parte de las secuencias de interrogatorios que salpican su metraje. De esta forma, Simon y Pelecanos consiguen situar al espectador en el momento exacto en el que transcurre la acción de una manera natural y fluida.
Del mismo modo, la manera de rodar del director de Monsters and Men (íd., 2018), interesante debut cinematográfico que comparte numerosas inquietudes temáticas con La ciudad es nuestra, está marcada por un estilo aparentemente invisible en pos de una verosimilitud y un naturalismo característicos del reportaje periodístico que se adecua a la perfección a lo demandado por David Simon y George Pelecanos. Asimismo, viendo La ciudad es nuestra resulta inevitable rememorar películas como Serpico (íd., 1973) y El príncipe de la ciudad (Prince of the City, 1981), en las que el gran Sidney Lumet, ecléctico cineasta perteneciente a esa generación de realizadores proveniente de la televisión de los 50’ que convivió durante un tiempo con los cachorros barbudos del Nuevo Hollywood, focaliza su atención en el escrutinio severo de la corrupción policial a través de una exposición tan cruda y melancólica en sus planteamientos cinematográficos como diáfana y feroz en su crítica, donde, al igual que en la magnífica serie que nos ocupa, se impone una visión demoledora del establishment estadounidense.