Babe, tú vales mucho
Babe, el cerdito en la ciudad (George Miller, 1998) —en adelante Babe II— es una película realizada por animatronic, una técnica depurada donde se dota de ánima a figuras que representan animales con frecuencia reales. Representa, según el propio realizador, ese lugar donde «acostumbramos a los animales a convivir entre especies y con cámaras, luces y claquetas». El proceso técnico está muy bien rematado (de hecho, el rodaje duró tres años) en esta fábula negra sobre la dureza de la vida en la gran ciudad. Después del éxito de Babe el cerdito valiente (en adelante Babe I) donde Miller aparecía ya como guionista y productor, se animó a realizar una segunda parte, esta vez como director, cuando tuvo los derechos sobre el libro. Esperó también a que la tecnología mejorara, como así fue, aunque no fuera reconocida como merecía. Tanto Babe I (basada en el libro The Sheep, de Dick King-Smith), que ganó el Oscar a los mejores efectos especiales por Rhythm & Hues Studios and Jim Henson’s Creature Shop (pulse para ver la técnica y aquí para ver cómo se consigue que los animales hablen) como Babe II son un prodigio de imaginación y técnica, pero esta última falló comercialmente. El motivo pudo ser el no cumplir las expectativas de película familiar que se crearon tras la primera parte. De hecho, fue considerada como PG para la MPPA (la organización que califica los contenidos audiovisuales en USA). Esto es, película en la que se sugiere que los menores vayan en compañía de adultos porque algunas de sus escenas evidencian la búsqueda de un público maduro o quizás una sobrevalorización de la madurez en la más tierna infancia. Y es que Babe II rompe con la mitificación de la candidez de las clásicas películas infantiles porque bien sabe Miller que son en realidad y en su fuero interno agridulces, como la vida misma.
Pues bien, para entender esta pequeña joyita es necesario que empecemos por el principio, esto es, recordando al realizador y es que conviene resaltar que realizó uno de los bombazos comerciales del cine australiano, Mad Max (George Miller, 1979), junto con Cocodrilo Dundee (John Cornell, 1988), pero mientras Cocodrilo Dundee es una muestra de cine pro Australia, Mad Max, ese primer largometraje, es una crítica corrosiva ante los peligros del capitalismo y la crisis climática, emergente a finales de los 70´s. “Ambos son arquetipos con retazos de western y espíritu de frontera, pero mientras Mad Max —matiza Adrián Sánchez en su libro La historia del cine australiano— habita en el límite de la civilización, en el lapso entre la destrucción y la reconstrucción, Cocodrilo Dundee vive un presente mítico, perfecto, edénico, donde lo australiano es una amalgama de valores superiores, una forma limpia, perfecta en su pureza ruda, de ver la vida y estar en el mundo”. Y es que Mad Max (1979), ese western australiano apocalíptico con bajo presupuesto pero mucha personalidad logró, gracias a su acción trepidante (el mismo realizador llegó a afirmar «El cine de acción es música visual») uno de los mayores ratios de ganancia en una película entre presupuesto-beneficio.
Y es que George Miller, el que fuera presidente del jurado de Cannes allá por el 2016 (en la era pre-pandémica), ha creído siempre firmemente en la individualidad frente a las obligaciones externas y así lo ha transmitido en cada uno de sus películas, desde los inicios mencionados en la saga Mad Max, donde Max Rockatansky tiene que sobrevivir y enfrentarse a un grupo violento y sobreponerse a la peor pérdida, pasando por Las brujas de Eastwick (1987) donde retrata a tres mujeres que descubren en sí mismas su propio poder, El aceite de la vida (su mejor obra), en la cual unos padres desafían los cánones de la medicina tradicional y se toman la pediatría por su cuenta frente a la pereza de la institución sanitaria (de hecho el cineasta estudió Medicina), Happy Feet en la que un pingüino no sabe cantar pero sin embargo es un bailarín de claqué excelente y debe luchar contra las obligaciones impuestas en pro de su singularidad y don personal o Babe I (Chris Noonan, 1995) donde un cerdito quiere ser nada menos que pastor de ovejas. De hecho, hay sobradas muestras en la ficción y en la realidad de la inteligencia y sensibilidad de estos porcinos animales, como en Okja (Bong Joon-ho, 2017) o la más reciente Pig (Michael Sarnosk, 2021), con Nicolas Cage, ambos con cerdos como parte de la familia por derecho propio.
En resumidas cuentas, su cine (animalista, feminista y ecologista, a favor del libre albedrío y en contraposición al determinismo natural y cultural) es una apología de la fuerza individual de ser uno mismo, pero también de cambiar el mundo hacia uno más sostenible como en Happy Feet (2006), o a más rural y auténtico como Babe I. Pero mientras en Babe I el problema suponía amoldarse a lo que no es propio de su especie, aquí da la vuelta ciento ochenta grados porque ya no es que sea un cerdito ovejero en la granja Hogget, sino que tiene que enfrentarse a un arca de Noé inhóspito hacia los forasteros y se convierte en el líder de la revolución animal al más puro estilo de Rebelión en la granja de George Orwell contra los roles que les imponemos a los animales anti natura. Es terrorífica la escena de los chimpancés y el orangután Thelonius (que rinde tributo al gran pianista Thelonius Monk) haciendo monerías y su contraposición a su vida salvaje, por ejemplo. El zoológico del hotel es como un arca de Noé decadente como contraposición a la ternura naif de la primera parte. Así lo indicaba también Adrián Sánchez: “El Babe dirigido por el documentalista Noonan en su primer trabajo de ficción tenía algo de arcadia fordiana, desligada de la realidad pero con apariencia de realismo sereno, la realizada por Miller apuesta por el barroquismo y la agitación, manifestando en imagen lo que en la anterior permanecía fuera de campo”.
Así el tándem Babe representa la dicotomía rural vs. urbano, infantil vs. madurez, ingenuidad naif vs. villanía (nótese que villanía proviene de villa, ciudad), protagonismo humano vs. protagonismo animal. Mientras Babe I simboliza la estampa campestre idílica, el paraíso terrenal; Babe II no es una simple segunda parte, es un regreso a los infiernos retratados por Miller, aquí en la gran selva de asfalto. Una urbe sin nombre pero que podría ser cualquiera donde nuestro amigo el cerdito y su dulce bravura se tendrán que enfrentar a serios desafíos hasta la toma de conciencia que supone esa llamada a la rebelión para autodescubrirse como el gran héroe frente a la adversidad, el líder de la manada que crea y une mediante la amistad, sin importar el género, el sexo o incluso la especie.