Guillermo del Toro inaugura su inquietante gabinete de curiosidades con una historia propia en la que conforma de manera clara la hoja de ruta a seguir por los demás autores que participan en esta antología de cuentos de terror con la que el director de La cumbre escarlata (Crimson Peak, 2015) festeja y homenajea su declarada pasión por el género al que ha consagrado su vida y su obra. El trastero 36 es, ante todo, una declaración de intenciones que establece el tono fantástico de esta colección de impactantes historias autoconclusivas donde se impone la característica fascinación del cineasta mexicano por el horror sobrenatural frente a una visión naturalista del género que no tiene cabida aquí.
Con un guion basado en un relato original del mismo Del Toro, la dirección de El trastero 36 corre a cargo de su compatriota y colega Guillermo Navarro, director de fotografía de la mayoría de títulos que componen su filmografía desde Cronos (1993) hasta Pacific Rim (2013), que mimetiza en la realización de este episodio inicial gran parte de los rasgos estilísticos y la imaginería del director de Jalisco, rasgos que por otra parte Navarro ha ayudado a configurar a lo largo de su dilatada colaboración profesional. El hecho de que el anfitrión de este extraño gabinete de atrocidades haya decidido ceder la dirección del episodio inicial a alguien de su plena confianza, cuyo perfil autoral está mucho más diluido que el de otros participantes, me hace sospechar que quizás la presencia de Guillermo del Toro en este primer capítulo no se haya limitado solamente a la escritura del guion.
El trastero 36 es un compendio de gran parte de las obsesiones de su autor, y cuando digo autor me estoy refiriendo al jefe de todo esto, claro está, solventado con buen oficio por su fiel amigo Guillermo Navarro. Estamos ante una revisión lovecraftiana de uno de esos realities chungos sobre subastas de trasteros embargados que se fusiona con una historia donde la fascinación por el ocultismo de los adeptos al Tercer Reich y el horror cósmico convergen con los elementos más aterradores de esa pantagruélica realidad social estadounidense donde el inmisericorde capitalismo lo devora todo.
El principal problema que, a mi juicio, tiene El trastero 36 es que no termina de funcionar como relato corto debido a que incluye tal cantidad de elementos en el guion que da la sensación de que no se terminan de cerrar todas sus líneas narrativas de manera satisfactoria. Por ejemplo, la acumulación de información que se aporta sobre el detestable personaje principal (personificación de la white trash yanqui, veterano de guerra tarado y resentido con el sistema, racista, xenófobo, codicioso y endeudado con gente poco recomendable) al que da vida con excepcional antipatía Tim Blake Nelson le otorga un bagaje interesante pero también un maniqueísmo unidimensional que, debo reconocer, no viene del todo mal a la idiosincrasia de fábula moral que destila el capítulo. Sin embargo, lo peor de esto es que abre un número infinito de posibles desarrollos argumentales en torno al personaje que quedan inconclusos generando en el espectador una sensación de insatisfacción en este sentido.
No obstante, considero que El trastero 36 tiene grandes y no pocos aciertos. Para empezar, estamos ante un episodio que retoma con un respeto reverencial la naturaleza creepy de las sardónicas y sangrientas historietas de terror con moraleja de EC Comics, que, junto a series antológicas como Alfred Hitchcock presenta (Alfred Hitchock presents, 1955-1962) y En los límites de la realidad (The Twilight Zone, 1959-1964), configuran la esencia primordial del ADN de El trastero 36 y del resto de capítulos que componen El gabinete de curiosidades de Guillermo del Toro (Guillermo del Toro’s Cabinet of Curiosities).
Igualmente, es de agradecer que el nivel de la puesta en escena y la calidad de los efectos especiales estén muy cuidados. De esta manera, Navarro se pone al servicio de Guillermo del Toro y factura un episodio que, pese a su imperfección, sabe utilizar sabiamente sus recursos para generar tensión e imprimir un ambiente malsano, alejándose así del CGI de saldo de otras producciones fantásticas coetáneas. En este apartado, he de destacar que el diseño del monstruo es muy chulo: no solo asusta, sino que, además, es el encargado de administrar la justicia poética indispensable para restablecer el equilibrio moral al final del relato. Por otra parte, el hecho de situar la historia en el contexto de la primera guerra del Golfo, algo que obviamente responde a una necesidad tan prosaica como es la de insertar el componente nazi de la historia en un marco cronológico adecuado, está perfectamente aprovechado para establecer un demoledor paralelismo entre la aciaga coyuntura del mandato ultraconservador del maquiavélico George Bush padre y la radicalización de un amplio sector de la sociedad estadounidense contemporánea que ha derivado hacia posturas abiertamente fascistas alentados por la influencia del infame Donald Trump.