Ratas de cementerio de Vincenzo Natali tiene todo lo necesario para que nos olvidemos de su último traspiés en el largometraje, En la hierba alta (In the Tall Grass, 2019), adaptación de un relato largo de Stephen King que terminó hastiando a un servidor desde que empezó a dar vueltas una y otra vez sobre su prometedor punto de partida. Un bache que le perdono porque recuerdo con agrado, aunque tendría que volver a revisarlas, Splice: Experimento mortal (Splice, 2009), Cypher (2002) (adaptar bien a K. Dick no es tan sencillo), y por supuesto su opera prima, Cube (1997), que vi en el cine hace ya cinco lustros (bien podría haberla alquilado en el videoclub, por la época, más que nada). Y aunque en los últimos tiempos se ha dedicado a las series, lo que es innegable es su fijación con el género, ya sea terror, fantasía, ciencia-ficción, o una combinación de todos ellos. Ha dirigido capítulos de Peripheral, The Stand (adaptando nuevamente a King), Locke & Key (esta adaptación me da tanto miedo que no creo que la vea jamás), Westworld, American Gods, The Strain, Wayward Pines, Hannibal… y solo por citar algunas de ellas. No es de extrañar, pues, que haya sido uno de los elegidos para llevarnos de la mano en este gabinete donde Del Toro nos invita a pasarlo bien pasándolo mal, eso tan raro que tanto nos gusta.
¿Y qué es lo que tiene Ratas de cementerio (adaptación de un relato del lovecraftiano Henry Kuttner) cuando digo que lo tiene todo? Para empezar tiene una duración ajustada al máximo, sin estiramientos antinaturales, valora nuestro tiempo tanto como nosotros lo haríamos y como no lo hacen la mayoría de series en la actualidad. Tiene una puesta en escena que condensa múltiples soluciones visuales aplicadas de la mejor forma posible para adecuarse a la narración —planos cenitales y nadires (las tumbas dan un juego terrorífico para verlas desde arriba o mirar desde una), grandes angulares, insertos (esas dentaduras o ese pie reventado de un disparo), planos secuencia, travellings, y un aprovechamiento del espacio que ya querría para sí más de un interiorista, generando claustrofobia en los túneles pero también incluso en los espacios más abiertos aunque no necesariamente más respirables (esa morgue casi puede olerse). Tiene unos efectos visuales muy majetes —esas ratas saliendo de un cadáver por donde pueden (pero que nadie piense mal), o las que descienden del techo por un agujero—, y un par de criaturas para quitarse el sombrero y vomitar en él. Tiene cero autocensura, la necesaria para mostrar penes reposando en su cadavérica flacidez, y un personaje que sustenta el relato (fetén David Hewlett) y que lo mismo cita a Milton que rebusca objetos preciosos en la boca de los muertos. Por último, Ratas de cementerio tiene el aliento pulp del relato que adapta (algo que en realidad comparte con todos los capítulos gracias a las presentaciones de Guillermo del Toro que les atribuye una sensación de pertenencia a algo más grande), publicado originalmente en la revista Weird Tales, al que dota de elementos adicionales para trascender lo anecdótico de este, que se centra únicamente en la incursión en los túneles de funesto desenlace, y es que como todo el mundo sabe aunque no siempre se tenga en cuenta, la avaricia rompe el saco.