Park Chan-wook y los demás
Como todo Festival que se precia actualmente, la 10ª edición del Asian Film Festival de Barcelona ofreció una avalancha de cine, unas 111 películas dónde se podían buscar comedias, dramas o cine policíaco. Algunas llegaban con renombre y otras representaron agradables sorpresas. Comentemos una pequeña selección de grandes obras, la mayor parte avaladas por premios internacionales, dejando para un texto aparte la que fue, para quien esto firma, la joya del festival y también una de las más destacables obras del año, Decision to Leave.
La tragedia afgana
No podía suceder de nuevo, no tenía que ocurrir, pero los talibanes volvieron al poder. La maldición que pesa sobre aquel país y la inoperancia (o el exceso de intervencionismo) internacional acabó con el regreso, pactado o forzado, de los integristas al gobierno. No parecía que pudiéramos esperar nuevas obras de aquellas lares pero tres coproducciones (con Australia en dos casos, Holanda en el tercero) tiraron adelante sendos proyectos antes de ser interrumpidos. When Pomegranates Howl (Granaz Moussavi, 2020) es la historia (una más) de un breadwinner, un niño responsable de conseguir el sustento diario para mantener a su hermana y su madre viuda. Mientras deambula por las calles de Kabul, tratando de conseguir cuatro cuartos, Hewat sueña con triunfar en el cine realizando una cinta de acción con los otros niños de la calle, con la ayuda de la cámara prestada por un fotoperiodista. La cinta de Moussavi es un excelente retrato de la vida en la calle de una capital degradada, la constatación de que la situación previa a la llegada de los talibanes ya era muy preocupante y de las pobres condiciones de vida de sus habitantes, especialmente de los menores, faltos de acceso a la educación y en constante peligro. Sin embargo, la historia del protagonista es predecible y arrastra ecos de numerosas producciones anteriores. When Pomegranates Howl tiene calidad intrínseca y resulta interesante pero esta propuesta australiana a los Oscar de 2020 se antoja una fotocopia de propuestas anteriores. La última admisión de culpa del fotógrafo es excesivamente tardía para la historia en sí misma como para la misma película.
El drama chino
La inmensa producción anual de la república Popular China se equilibra con algunas obras que alcanzan los festivales europeos para deslumbrar con su intensidad dramática y/o su cuidada elaboración estética.
Return to Dust (Yin ru chen yan, Li Ruijun, 2022) llega avalada por premios en Berlín y Valladolid y no le faltan excelencias para obtenerlos. Una reunión familiar en una decrépita casa rural permite ver como el hermano solterón es comprometido con una mujer discapacitada cuya sola presencia molesta a la familia. La cámara se mueve con fluidez (y con una extraordinaria fotografía) por las habitaciones y el patio de la granja para mostrar a ambos personajes, cada uno apartado del resto de sus correspondientes familiares. En la siguiente escena, ambos ya están habitando una vieja casa de barro cerca de la cual se hallan los terrenos a cultivar. Li Ruijun procederá con parsimonia a mostrar como Ma y Cao luchan por plantar la cosecha y construir una casa de adobe. Sin grandes elaboraciones, pero con grandes elipsis, nos revelará dos hechos que resultan asombrosos para el espectador. En primer lugar, la aparición de un Mercedes revela a todas luces que pese a la miseria rural y los casamientos amañados, estamos en pleno siglo XXI. En segundo lugar, la evolución de Ma y Cao que del completo desconocimiento y forzosa unión pasan a una colaboración íntima que da pie a un admirable desarrollo de su pequeño mundo y de su relación de pareja. Ruijun descubre con extrema delicadeza como uno cuida del otro, cada personaje a su manera, mientras se esfuerzan por plantar diversos cultivos, preparar la masa para los ladrillos, dejarlos a cocer al sol y, finalmente, utilizarlos para construir un hogar en común. La habilidad del director permite confrontar con claridad pero sin estridencias la durísima realidad del campo con la dictadura del proletariado (o una distorsión de la misma) por la cual el cacique local utiliza a Ma para vampirizar su sangre sin dejar de escamotearle el dinero que debiera pagarle en justicia por las cosechas. El trabajo del director, aunque tal vez embebido de una fotografía que capta la oscuridad que ahoga a los protagonistas, se eleva por la capacidad de recoger en imágenes no sólo el cariño que crece en la pareja sino todo su esfuerzo físico, su dolor, su sudor y sus lágrimas contenidas. La película se merecería un mejor desarrollo de personajes y situaciones en su tramo final pero el desarrollo de la elaboración del hogar y los cultivos, la manera en que se Ma sube la pared, cubre los ladrillos en medio de una tormenta nocturna, trilla el cereal o mece a Cao en el agua (en dos ocasiones, una llena de felicidad y otra, reflejo amargo de la primera) llevan al espectador a pensar en el elegante clasicismo de Vidor y Ford. No es extraño que la cinta e incluso las referencias sobre la misma hayan sido desterradas de la China oficial.
Al final de Return to Dust, Ma ve como su hogar de barro es derribado para dar paso a unas construcciones modernas en las que él se siente extraño. Son las construcciones que dominan las vidas de los personajes de Farewell my Hometown (Erzhuo Wang, 2021), tres mujeres de diversas generaciones condenadas a perder su Arcadia rural y minimizarse, casi desaparecer, en una megalópolis que las anula. La primera de ellas es una madre coraje, que tuvo que sobrellevar una trágica historia familiar con la muerte de un pequeño y poca ayuda de su pareja, la segunda sigue a una niña enviada del pueblo a Pekín para aprender ballet y progresivamente aislarse de familia y amigas y la tercera repasa los recuerdos de una profesora que se acomoda a su destino, tras diversas decepciones vitales. Sin embargo, habilidosamente, Erzhuo evita narrar tres historias sino que utiliza tres narradoras en off que desgranan recuerdos diversos, algunos de modo aleatorio, otros recuperando el hilo antes perdido, para construir un fresco sobre los vericuetos emocionales en la gran ciudad. Los repetidos planos, diurnos o nocturnos, de inmensos edificios se oponen en la primera historia a la bella horizontalidad de los paisajes rurales o multiplican la soledad de la joven protagonista de la segunda historia. El sucesivo despojamiento de las relaciones, las pérdidas familiares, la desaparición incluso de un padre que era desconocido, se acaban relativizando como anécdotas triviales en el contexto deshumanizado que la ciudad impone.
El embrollo coreano
Me permito iniciar este apartado con la referencia a Kingmaker (Byun Sung-hyun, 2022) no tanto por sus valores intrínsecos como por su integración en una corriente del cine coreano actual que revisita la historia reciente del país. Kingmaker hace referencia a un estratega político poco conocido que modificó el curso gubernamental al favorecer el acceso al poder de un partido político previamente marginal. La cinta es rica en información, ágil en la exposición con ayuda de elipsis que evitan morosidad expositiva, pero tan prolija en personajes y tácticas políticas del país asiático que resulta muy difícil de seguir para el espectador no familiarizado con la historia contemporánea de Corea. Lo realmente interesante es ver como las productoras de aquel país están integrando, de uno u otro modo, esta Historia en mayúsculas en sus tramas. Lo vimos en New World (Sinsehye, Park Hoon-Jung, 2013) con la infiltración mafiosa en la construcción de Gangnam y otras zonas urbanizables y se vio en A Taxi Driver. Los héroes de Gwangju (Taeksi woonjunsa, Hun Jang, 2017) con la denuncia de la represión y las muertes de manifestantes. Pero el cine coreano ha elaborado además notables thriller políticos como el que culminaba con el atentado al dictador en The Man Standing Next / El hombre del presidente (Namsanui bujangdeul, Min-ho Woo, 2020) y, recientemente, aunque sea en un actioner, en el intento de atentado al dictador que sucediera a aquel en Hunt (Heon-teu, Lee Jung-jae, 2022). Si el cine italiano de los 70 fue un buen modelo de cine político, el de Corea va en paralelo al que se desarrollara en los USA en aquel entonces. Pese a la comercialidad, no deja de ser un nuevo género de auténtico interés del cual podríamos aprender en otros países occidentales como en sus convecinos asiáticos.
Aunque su director sea inequívocamente japonés, Broker (Beurokeo, Hirokazu Koreeda, 2021) es inequívocamente coreana, no tanto por su producción como por ese peculiar tono de comedia absurda que aparece en los dramas de Corea del Sur. Tras su experiencia francesa con Deneuve, Binoche y Hawke (La verdad, La veritè, 2019) rebusca de nuevo en el catálogo de familias extrañas, distópicas, que pueblan su filmografía. En este caso se trata de una pareja de delincuentes de poca monta que secuestran un niño depositado a las puertas de un orfelinato para venderlo a una pareja sin hijos. Descubiertos por la madre de la criatura a quien la pareja no le gusta y acuerda con ellos buscar otros padres, seguidos por la policía, el cuarteto se constituye en una curiosa variante familiar en la que la madre se integra parcialmente y en el que los dos hombres alternan su rol de padres o de tíos. No tardaremos en comprender que Broker no es un drama con toques de comedia sino que es puramente una road movie en clave de comedia, dónde aparecen personajes anécdoticos que ayudan a entender la motivación de los personajes sin que Koreeda ambicione mayor profundidad. Así, los leves rasgos de noir que podían intuirse en unos pocas secuencias se diluyen pronto en una obra amable que se ve con tanto agrado como se resuelve con excesiva facilidad. Recupera la bonhomía de Hana (2006), Air doll (2009), Milagro (2011) o incluso de De tal padre, tal hijo (2013) alejándose de la severidad de su obra maestra Nadie sabe (2004), de la muy destacable Still walking (2008) o de la muy interesante Un asunto de familia (2018). Pero comparte con todas ellas su visión sobre la fragilidad de las relaciones de familia y una apuesta humanista por construir un nuevo modelo más basado en el afecto que en los lazos sanguíneos o legales. Siempre resulta interesante ver estas reelaboraciones sociales que superan en calidad el punto más flojo que marcó Nuestra hermana pequeña (2015). Habrá que ver si estas vacaciones coreanas le orientan en nuevas direcciones.
Hemos visto ya otras obras coreanas basadas en películas americanas, chinas o italianas pero, por cercanía, no deja de sorprender que la nueva obra de Yoon Jeong Seok, Confession (Jabaek, 2022) sea un remake de Contratiempo (Oriol Paulo, 2016). En esta ocasión, un empresario de éxito cuenta a su abogada la situación que le ha llevado a encontrarse con una amante en una habitación de hotel dónde ella ha sido asesinada por alguien a quien él no ha llegado a ver. Confession se desarrolla como un juego de muñecas rusas en el que cada movimiento para descubrir qué ocultan en su interior cambia la trama y la situación de los personajes. Hace décadas, Hitchcock sufrió un revés al considerarse inaceptable por público y crítica que se les diera como buena la versión de un personaje cuando en realidad era la plasmación en imágenes de una mentira. Mucho ha llovido desde entonces y numerosas películas han basado, parcial o totalmente, su estructura en tal dinámica. Jeong-Seok juega abiertamente con ella y nos intriga y divierte con las consecutivas variaciones de la realidad que van apareciendo a medida que la entrevista entre cliente y abogado se desarrolla. Nada es lo que parece pero Confession constituye, como un rompecabezas, una muestra de sólido y austero noir.