El largo camino para escapar de Disney
Los seguidores de Henry Selick nos preguntamos cómo es posible que haya tenido que pasar más de una década para que un genio del lenguaje animado como él pudiera ponerse de nuevo al frente de un largometraje. Han transcurrido trece años, que se dice pronto, desde que se estrenó la extraordinaria Los mundos de Coraline (Coraline, 2009), última película dirigida por este mito vivo de la stop-motion nunca suficientemente reivindicado. Es cierto que al laborioso proceso de animación frame to frame implica un trabajo artesanal de una minuciosidad extenuante en el que un enorme equipo de marionetistas y animadores debe implicarse durante semanas para obtener apenas unos segundos de metraje. Además, es sabido que Henry Selick es un perfeccionista obsesionado por alcanzar la máxima excelencia técnica en su obra y esto hace que la preparación de sus filmes se prolongue durante bastante más tiempo del que suele ser habitual. No obstante, en esta ocasión, las causas del dilatado paréntesis creativo existente entre su magistral versión animada de la novela homónima de Neil Gaiman y esta esperadísima Wendell y Wild no responden únicamente a razones relacionadas con las dificultades surgidas durante la producción, que también las ha habido y muchas. El viento parecía soplar a favor de Henry Selick allá por el 2010. Después de terminar su adaptación cinematográfica del libro de Gaiman fue reclamado por Disney para hacerse cargo de un nuevo largometraje de animación en stop-motion que prometía contar con el apoyo incondicional del estudio. Sin embargo, debido a las constantes diferencias creativas, los distintos proyectos iniciados por el director de Pesadilla antes de Navidad (The Nightmare Before Christmas, 1993) en el seno de la todopoderosa compañía de Mickey Mouse se vieron interrumpidos, quedando así su autor inmerso en un limbo creativo que le condenó a un barbecho artístico que se prolongaría durante algunos (demasiados) años. Asimismo, el cineasta ha reconocido que el proceso de producción de Wendell y Wild, que comenzó a gestarse hace más de un lustro gracias al impulso otorgado por la incorporación de Jordan Peele, ha sido un auténtico viaje a los infiernos que ha tenido una realización tremendamente accidentada y ha debido posponerse en numerosas ocasiones. Estamos, por tanto, ante una película cuya mera existencia trasciende su condición de objeto fílmico para revelarse como un auténtico milagro por el que los devotos de la animación debemos dar las gracias.
Una vez conocidas las vicisitudes a las que hubo de enfrentarse el pobre Henry Selick a lo largo de estos duros años resulta difícil no realizar una interpretación freudiana de la historia de Wendell (Keegan-Michael Key) y Wild (Jordan Peele), dos pequeños diablos sometidos por una enorme figura demoniaca que les obliga a realizar trabajos menores impidiéndoles así llevar a cabo su sueño de crear un parque de atracciones que han diseñado. Es inevitable establecer un paralelismo entre la dominación que ejerce el gigantesco Buffalo Belzer (Ving Rhames) sobre los personajes que dan título al filme y la del gran ente corporativo fundado por Walt Disney que mantuvo a Selick alejado de la dirección de largometrajes durante tanto tiempo. Estamos, por tanto, ante una obra que se nos revela como un jalón fundamental en la filmografía de Henry Selick, no solo por proceder a reactivarla tras este prolongado letargo involuntario sino porque ha actuado como revulsivo para profundizar en un autor cuya personalidad siempre ha quedado injustamente diluida por la larga sombra de Tim Burton. Basada en una vieja historia del propio Selick, convenientemente reelaborada junto a Jordan Peele para incrementar la mordacidad del guion, Wendell y Wild es una comedia negra con elementos terroríficos cuyo diseño de personajes y escenarios fusiona el expresionismo y el cubismo para ofrecer una visión renovada del esteticismo gótico característico del director de James y el melocotón gigante (James and the Giant Peach, 1996). Independientemente de que los valores artísticos de la película nos puedan convencer más o menos, resulta innegable que Wendell y Wild es una obra honesta y personal ofrecida por un visionario cineasta con una voz propia que va mucho más allá de la indiscutible perfección técnica que se desprende de su formidable talento como animador.