El menú, de Mark Mylod

Desazonante

El menúHace unas semanas decidí darme unos homenajes. Bueno, en realidad fueron unos regalos para mis lorzas y michelines. En días sucesivos visité cuatro restaurantes diversos, de categorías variadas y actitudes bien diversas para con los comensales. El primero era uno de aquellos que fusionan tradición y modernidad con exquisitez, pero conocedores de sus limitaciones y que se ciñen a una carta que persiste con los años aunque con variaciones limitadas. Un lugar en el que se te reconoce si no como asiduo, sí como conocido y donde se dan la mano cierta familiaridad y gran calidad. El segundo es un punto de orgullo popular, un paraíso oculto para las guías turísticas situado en un barrio periférico de su ciudad. Mesas de fórmica y manteles de papel acogen el mejor producto del mar, crudo o cocinado por manos expertas, servido por un grupo familiar que cocina tanto para el cliente como para sí mismos, con la misma calidad y amor, tratándote cariñosamente de tú a tú. El tercer restaurante era el más exclusivo, en lo alto de una colina, rodeado de viñedos y apoyado en una bodega de su misma propiedad y destacado en la guía culinaria más famosa. Los manteles y servilletas bordados con el nombre del negocio definían la orientación del mismo. Se nos atendió de modo impecable, disfrutamos una carta elaborada en base a comida de mar y montaña que maridaba perfectamente con el vino seleccionado. El servicio, muy atento, marcó sin embargo una distancia que no se apreciaba en modo alguno en los dos locales antes citados. El último sería la versión pija del anterior. Un local urbano de moda, con una decoración atractiva y cocina de calidad, dónde los precios se situaban en un nivel entre el lujo y la modestia. La carta, sin embargo, era menos llamativa y los camareros, por su parte, tenían asumido cierto aire de superioridad. Quedó claro cuando, tras manifestar mi poco entusiasmo hacia el vino recomendado por ellos, no hicieron comentario alguno durante el resto del servicio.

Dejando de lado el posterior estado de mi colesterol y mis michelines, valga esta larga introducción para comentar El menú, una muy singular propuesta que marida comedia, thriller y crítica social, situándose en un nivel semejante al del último restaurante comentado. Dirigida por Mark Mylod (bregado hasta ahora en la cocina de series televisivas), el menú propuesto contiene una degustación diversa que evoluciona a lo largo de los platos pero que no acaba de maridar con la variación de estilos a los que recurre. Sus méritos y sus defectos revelan que, como el último restaurante al que me referí, se trata de una de aquellas ofertas gastronómico-cinematográficas “pijas”, que sabe lucir sus mejores galas pero a la que se le ven sus insuficiencias. En este sentido hay que lamentar una carta inconsistente, un guion repleto de gratuidades, agujeros narrativos y personajes de perfil mal descrito cuando no contradictorio. En cuando a la presentación de los platos, la puesta en escena y el ritmo del servicio son impecables pero se nota un orgullo de creador supuestamente innovador con ansia de deslumbrar a un comensal antes que atenderle con mimo.

El menú

En el menú de El menú destaca Anya Taylor-Joy, un condimento cada vez más apreciado, y una auténtica exquisitez, Ralph Fiennes, cuya sola presencia da atractivo y sabor a toda la carta y a las secuencias en las que aparece. La historia gira en torno a la cena exclusiva que un reducido grupo de comensales pretende disfrutar en un local excelso en una isla solitaria, servido por un chef que, partiendo de la nada, ha alcanzado la gloria. El conjunto de comensales son expertos gastrónomos y varios de ellos habituales de este restaurante. Mylod construye con brillantez la película en función de cada servicio y de la representación mística y coreografiada del mismo que el Chef orquesta con un equipo de carácter sectario. El director desarrolla una propuesta muy sabrosa con la degustación de cada plato que progresivamente sazonará con extraños ingredientes y se va tornando más agria hasta un giro argumental que se atraganta en los personajes.

Mylod desarrolla una trama crítica en torno a estos restaurantes elitistas, dónde el concepto desborda a la gastronomía, el servicio juzga al cliente y dónde éstos beben más de sí mismos que de las copas que tienen en la mesa. Desafortunadamente, el argumento (elaborado por Seth Meyers y Will Tracy, ambos procedentes de la comedia televisiva) vacila entre una crítica o una alabanza al Chef y los hilos de cada personaje se deshilachan como en un mantel de mala calidad. Frente a tal incoherencia, y aun estando muy lejos de la sórdida majestuosidad de una obra de contexto semejante como fuera El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante (The Cook, The Thief, his Wife & her Lover, Peter Greenaway, 1989), el menú servido por Mylod resulta una propuesta muy disfrutable, tan apetitosa como juguetona si evitamos adoptar el papel de comensales excesivamente rigurosos.