20000 especies de abejas, de Estibaliz Urresola Solaguren

20000 especies de abejasEmotivo primer largometraje de Estibaliz Urresola Solaguren que de forma circular nos planea una pregunta al inicio y al fin de la película, quiere saber si estamos despiertos. Despiertos ante una sociedad que ya no se conforma con los moldes preestablecidos y demanda que aparquemos nuestros privilegios y reconozcamos a todos aquellos que se han visto obligados a vivir al margen. La película pone sobre la mesa la representación de las infancias trans, o al menos una de los 20.000 especies, o más. Una historia de tantas, explicada de forma clara y concisa, pero desde la más absoluta ternura. La película profundiza con delicadeza en un tema que ha empañado la agenda política española a lo largo de los últimos años a raíz de la conocida como Ley trans. La directora quiere alejarse del ruido político para tocar el alma del conflicto y para ello habla desde la perspectiva que aporta la mirada infantil que no puede, a pesar de la brillante actuación de Sofía Otero, escapar de una nítida franqueza.

Ane (Patricia López Arnaiz) y sus tres hijos pasan unos días en su pueblo natal, disfrutando de los chapoteos en la piscina y la hoguera de San Juan. Este verano será una revelación para Lucía (Sofía Otero), a quien todo el mundo se dirige como Aitor, aunque ella no se sienta representada por ese nombre. Ni por ese cuerpo, ni en la mirada ajena o las expectativas de los demás. Esos días en casa de la abuela materna serán un despertar para la pequeña de ocho años, que se cuestiona quien es a una temprana edad. El punto de inflexión de la niña parece marcar el inicio de una transición, no solo para ella, sino para toda la familia, y también un cambio de paradigma para todos los que estamos expectantes, una transición personal del espectador a la que nos invitan a participar.

20000 especies de abejas

En 20000 especies de abejas se aborda el tema de la identidad, no solo a través del personaje de Lucía, sino también de su madre, agrandado el rango de la mirada y facilitando que el espectador se acerque a este concepto de la propia aceptación. Ane se ve inmersa ella misma en una profunda crisis profesional, artística y sentimental. El personaje materno intenta encontrar su propio espacio en una relación de pareja que no funciona y la amarga herencia artística que le ha dejado su padre, a la sombra del cual permanece tras su muerte. La cineasta usa el trabajo artesanal del personaje, con la escultura como metáfora de la transformación física y cómo ella misma puede moldear sus figuras dándole forma a la cera de abeja.

La película se estrenó en competición oficial en el Festival de Berlín de 2023, donde la pequeña Sofía Otero se llevó el Oso de Plata a la Mejor Interpretación Femenina. Un reiterado interés de la Berlinale por las autoras españolas durante los últimos años, después del histórico Oso de Oro para Alcarràs de Carla Simón, el mismo año en el que la película Cinco lobitos se presentaba en la sección Panorama del mismo festival. Películas que tienen muchos puntos en común, como el retorno a las raíces y la representación del mundo rural. La familia como refugio, como luz candente a la que regresamos para que nos acompañe y nos sirva de guía. Todas ellas coinciden también en personajes sin artificios, desde actores amateurs, a actrices que se plantan delante de la cámara a cara lavada y sin teñir, dejando brillar las imperfecciones de sus personajes, que quieren mostrarse humanos y realistas, también todas ellas apuestan por una puesta en escena familiar e intimista.

20000 especies de abejas

El debut en la dirección de Urresola nos regala una constelación de actrices sobre las que destacan la debutante Sofía Otero con una interpretación fresca que lleva el hilo conductor de la trama y muy especialmente Patricia López Arnaiz que coloca sobre sus hombros toda la carga dramática de la historia. En esta estructura familiar matriarcal, en la que las figuras masculinas quedan expresamente al margen, Ane Gabaraín es la tía Lourdes, un espíritu libre y ante todo alguien dispuesto a escuchar. Apicultora, como su madre antes que ella, pasa largos ratos en el monte cuidando de sus abejas. Lucía encuentra en su compañía un bálsamo curativo. Un lugar de confianza en el que mostrarse a sí misma, rodeada de naturaleza en este bucólico verano, que nos abraza con una imagen limpia y brillante. Lucía es reticente a mostrarse en bañador cuando está en la piscina, pero la desnudez del cuerpo se muestra como algo natural inmersa en estos parajes. Cuando por fin se siente cómoda, decide bañarse en el mismo río en el que unos gamberros han arrojado la talla del patrón del pueblo, San Juan Bautista. En un gesto cargado de simbolismo, quizás demasiado evidente, escoge el nombre con el que se siente representada.

El film describe el conflicto dentro del núcleo familiar, pero en ningún momento cae en la trampa de instalarse en el drama, ofreciendo una mirada amable y esperanzadora hacia su personaje principal, algo que no ha sido la tónica habitual para el colectivo LGTBIQ+, que está algo cansado de no encontrar en el cine un final feliz que los represente. En cuanto a la mirada de los otros, cerramos con la misma pregunta: ¿Estamos despiertos?

Suzume, de Makoto Shinkai