No es casualidad que el debut en la ficción de Erige Sehiri se construya sobre una mirada documentalista, pues la directora franco-tunecina se estrenaba en el largometraje con Railway Man (2018), oscuro retrato sobre cinco trabajadores de la Compañía Nacional de Ferrocarriles de Túnez donde se denuncia la corrupción de dicha empresa, pero también se resalta la dignidad y resiliencia de unas personas que toman riesgos diariamente.
Siguiendo la estela del cine social, Entre las higueras presenta una jornada de trabajo en el campo: una camioneta recoge a un grupo de gente, y al acabar el día, coincidiendo con el final de la película, la misma furgoneta los lleva de vuelta, después de haber cobrado, o no, lo acordado previamente. Se trata de un film coral donde aparecen hombres y mujeres, pero el foco recae, especialmente, sobre las chicas más jóvenes: hay una voluntad de visibilizar cierto cambio generacional respecto a las mayores, mostrando la mentalidad y el desparpajo vital de Fidé, que a su vez mantiene un idilio “secreto” con el capataz de la plantación de higos. En este sentido, existe una relación de poder que los vincula, igual que ocurre entre los mayores y los jóvenes, o entre los hombres y las mujeres. Sin embargo, se da a entender que la motivación de la joven para salir con su jefe es simplemente una cuestión de interés, ya que luego será la primera de las chicas en manifestar la inutilidad del compromiso matrimonial y en reivindicar las libertades de la mujer. Durante todo el film se percibe esa distancia entre generaciones, contraste que, de algún modo, acaba resolviéndose en un poético final donde la música sirve de excusa para unificar un discurso feminista subyacente que las abuelas finalmente acaban por aceptar.
La naturalidad con la que está filmada, la cercanía a los personajes, la aparente sencillez y los movimientos de cámara recuerdan irremediablemente a Alcarràs (Carla Simón, 2022). También la manera en que se representan las relaciones humanas, mostrando, a veces, dificultades en el entendimiento, así como los vínculos entre miembros de la misma familia: entre las trabajadoras hay hermanas, amigas, parejas, y hasta personas que se reencuentran tras haber tenido una historia años atrás. Esa confianza se convierte en nostalgia compartida al hablar del pasado, en ilusión al verbalizar los sueños para el futuro, y también en pudor cuando entre confesiones aparece el flirteo, donde los juegos de manos y miradas monopolizan el centro del plano. Lo más interesante son estos cuadros, donde vamos pasando de pareja en pareja (no necesariamente sentimental), entrometiéndonos en sus vidas, formando parte de su vínculo, presenciando la magia que surge de observar a dos personas a quienes les importa más compartir un rato de charla que intentar no romper las ramas donde nacen los higos más altos. La persistencia de la luz, sobre los rostros y sobre las higueras, es otro recurso más para reforzar la idea de esperanza dentro de una cultura muchas veces resistente al cambio. La iluminación natural y viva, en consonancia con el entorno donde ocurre la historia, aporta esa veracidad tan presente en cierto cine rural de los últimos años. Es difícil que el espectador no entre de lleno en la vida de sus protagonistas, ya que existe una evidente voluntad de acercamiento a lo real: lo que se busca es, precisamente, el mínimo de evidencias posibles de que estamos frente a una ficción.
Entre las higueras ofrece un soplo de aire fresco dentro del panorama tunecino actual, que tras la revolución democrática de 2011, como anunciaba la propia Sehiri en alguna entrevista, ha sumido a los jóvenes en una incertidumbre y decepción generacional, obligando a muchos a emigrar del interior hacia las costas o del propio país, que nos les permite cumplir sueños ni vivir en la libertad anhelada.