Jubilación en Italia
Antoine Fuqua vuelve en esta tercera entrega de la saga protagonizada por Denzel Washington que empezó en 2014 con The Equalizer (El Protector). Basada en una serie de televisión de la década de 1980, esta trilogía de películas de acción sigue las andanzas del misterioso exagente Robert McCall, que en vez de disfrutar de una vida normal se dedica a “equilibrar” la balanza en favor de personas que están siendo oprimidas o explotadas. Una suerte de justiciero atormentado por un oscuro pasado que quiere dejar atrás, pero con un fuerte sentido del deber que le impide ignorar las malas conductas de las que es testigo, a menudo dejándose llevar por su sed de sangre cometiendo acciones que él mismo aborrece.
The Equalizer 3 no aporta nada nuevo, salvo quizás la posibilidad de que el personaje por fin se retire (pero esta vez de verdad). A nivel de guion, el carismático protagonista es sin duda el principal atractivo del filme. La meticulosa frialdad con la que hace frente a cualquier situación, su tono socarrón e irónico y la capacidad de ir siempre un paso por delante le dotan de un magnetismo que sobresale de la pantalla. En esta ocasión apostando por acentuar el misterio que le rodea y su inquietante facilidad por la violencia, el filme enfatiza desde el primer momento las atrocidades de las que McCall es capaz en su búsqueda de justicia. Sin apenas diálogos y desde el punto de vista de un personaje secundario, la escena inicial muestra con un efectivo plano secuencia la expresión de horror del observador al descubrir poco a poco la matanza que el protagonista ha dejado tras de sí. Un inicio tenso y lleno de imágenes grotescas que desemboca en una explosión de violencia salvaje, dejando claro los altos niveles de brutalidad que puede alcanzar la película. Después de esta introducción, McCall recibe un disparo y acabará en el pequeño pueblo de Altamonte, en Italia, donde será acogido por el doctor Enzo (Remo Girone). Este incidente obligará al exagente a reposar y convivir con las tranquilas gentes del pueblo italiano, viéndose incapaz de seguir con sus actividades de justiciero hasta que se recupere. Será aquí donde, de modo similar a las anteriores películas de la saga, McCall conoce a personajes cotidianos y entrañables que rápidamente se hacen querer, los cuales se ven constantemente atosigados por la mafia italiana. De este modo, el calmado ritmo con el que avanza la trama pronuncia el retiro forzado al que hace frente el protagonista. McCall, al cual hemos visto deshacerse de varios enemigos armados sin pestañear, apenas puede con las escaleras de los hermosos paisajes de la costa italiana. Y si no puede ni sentarse sin resoplar de dolor, por supuesto que tampoco puede impartir justicia, actuando la mayor parte del metraje como mero testigo del maltrato que ejerce la mafia sobre los inocentes. Una apuesta arriesgada para una película de acción, pero que transmite con eficacia la tranquilidad que McCall tanto ansía en su vida y su incapacidad para quedarse al margen.
Dicho esto, la escasa acción de la película consigue impactar gracias a su crudeza y la maravillosa fotografía de Robert Richardson. La cuidada iluminación crea hermosas imágenes (por horripilante que sea el contenido) y Richardson parece encontrar siempre la mejor composición para cada situación. Ya sean las siluetas de una conversación lejana o una ejecución en una plaza desde un plano cenital, la belleza y estilización de las imágenes ofrece un aspecto que recuerda a las cuidadas viñetas de un comic. Adaptándose con facilidad a cada situación, el filme es capaz de crear contrastes entre un apaciguado McCall sentado en la terracita de un bar y el violento justiciero desatando su ira.
En resumen, una película que, quizás sin estar a la altura de la primera entrega de la saga, consigue mantener su estilo. Pese a un desarrollo tan lento, dispone de subtramas interesantes que construyen con eficacia el desenlace del largometraje, que resulta satisfactorio en su estilizada ejecución. Un final que le da al protagonista un respiro y un posible cierre para la trilogía. Al fin y al cabo, McCall tendrá que jubilarse algún día.