Nunca sabremos lo que habita en la oscuridad. La ausencia de conocimiento sumada a los inabarcables y recónditos poderes de la sugestión, parece ser capaz de proyectarlo todo sobre nada, como si esa ausencia de luz, de contenido, de significado se alimentara de nuestros miedos y de la imposibilidad de controlar algo fuera de nuestro alcance. Nunca sabremos lo que habita en la oscuridad porque nuestra lógica es incapaz de penetrar en su penumbra.
Fuera de nuestro alcance está también la muerte y la impotencia que sufren los vivos al ver que la vida de alguien cercano se desvanece, temática que The Boogeyman toma como base de su premisa al tratar de unir una suerte de película de monstruos esotéricos con el luto de una familia que se enfrenta a la incipiente oscuridad de asimilar lo que para ellos es incomprensible: la muerte de la madre.
The Boogeyman (no confundir con la española El hombre del saco) adapta a la gran pantalla la obra de El Coco de Stephen King, recuperando con Rob Savage un proyecto a priori descartado en 2019, previamente escrito por los guionistas de Un lugar tranquilo (Scott Becks y Bryan Woods) aunque ahora bajo una nueva versión de Mark Heyman (Cisne negro).
El film resurrecto, en sus primeros compases, repletos de incertidumbre y tristeza, consigue entablar cierta conversación entre la familia y los espacios que habitan, ahora marcados por la pérdida y desde los cuales “algo” parece querer entrar desde la oscuridad. Constantemente somos bombardeados con planos de puertas entreabiertas y armarios oscuros. Una analogía interesante y juguetona desde la que Savage imbuye al clásico juego del gato y el ratón cierta carga simbólica que, por su mero contexto y ubicación, ancla la acción en lo dramático contando por asociación y no por explicación.
Pero, a pesar de gozar de ciertos elementos formales destacables, The Boogeyman es, en última instancia, su mayor enemigo, pues si bien ya tiene su tesis en el escenario y dinámicas de terror, parece querer hacer demasiado o simplemente no saber del todo qué es. Lejos de construir una mitología propia como referentes del mismo tono suelen hacer (Insidious por ejemplo o más recientemente Háblame), Savage invierte una notable parte del metraje tratando de ahondar en un drama que sencillamente no tiene ni el sitio ni el profundidad para desarrollarse fuera del tópico.
Las escenas con las compañeras de clase de la protagonista o en las que interactúa la familia se sienten genéricas en el mejor de los casos y clichés en los peores, condicionando esto a su vez el margen de juego que tiene su parte más paranormal y reduciéndolo a bloques repetitivos en los que precisamente el mostrar (algo que va en contra de la propia tesis de la película) es la única manera de generar algo. Rob Savage se queda entonces cabalgando sobre un imposible caballo de dos cabezas en el que cada una tira en una dirección, haciendo que sigan un rumbo intermedio que, al no ser el deseado, necesita ser rellenado con tropos manidos que, si bien solventan los baches argumentales, priva de personalidad al producto final. De este modo, la película termina sin ser un drama familiar en el que el terror surge de la sugestión como en Hereditary, ni una película de monstruos y entidades paranormales con su propia mitología y reglas de juego como pudiera ser Expediente Warren.
The Boogeyman simplemente se siente profundamente genérica y falta de ese “algo” que las buenas películas tienen. Un guion aséptico por sus tópicos que tampoco da mucho con lo que trabajar a los actores, limita en última instancia a una película que está predestinada a pasar al olvido por su banalidad y sumirse en esa oscuridad a la que nunca le es capaz de sacar el partido que su propia premisa pedía a gritos.