El debut en el largometraje de Del Kathryn Barton, presente en la programación de la 55a edición del Festival de Sitges, ha vuelto a la gran pantalla gracias al Asian Film Festival, que se ha celebrado entre el 25 de octubre y el 5 de noviembre en Barcelona. La reconocida artista plástica ha dado el salto al formato audiovisual con una propuesta muy particular, dando rienda suelta al excéntrico universo creativo que caracteriza su obra.
Blaze es la historia de una preadolescente de doce años que sufrirá un severo trauma tras presenciar un episodio de violencia extrema. En su camino de vuelta a casa y sumergida en su lista de reproducción, Blaze tiene el infortunio de toparse con una escena que cambiará su vida por completo: será testigo de la violación y el asesinato de una mujer en un callejón a plena luz del día. La joven es incapaz de mover un solo músculo mientras observa el fatal suceso, y al ser la única testigo del asalto, se verá inmersa en un proceso judicial que despertará en ella sentimientos de culpa e impotencia, a la vez que la forzará a afrontar a una situación para la que nadie está nunca suficientemente preparado, mucho menos a tan temprana edad.
Barton propone aquí una contundente crítica contra la violencia patriarcal, representada por la violación y el asesinato de Hannah (Yael Stone), pero también por el infierno institucional al que se verá sometida la protagonista durante los interrogatorios posteriores. En la miniserie de Netflix Creedme (2019) se hacía un análisis de la violencia a la que están expuestas las víctimas de agresión sexual, siendo uno de los múltiples productos audiovisuales que se han atrevido a hablar del tema desde esta perspectiva. En el caso que nos ocupa, la debutante australiana cambia el punto de vista y pone el foco en la vivencia del abuso en tercera persona. Nuestra protagonista no ha sido agredida, sin embargo, el trauma que la asfixia es inmensurable. Para hacer frente a lo que está por venir, Blaze cuenta con dos apoyos primordiales: su padre (Simon Baker), un hombre soltero que, si bien queda clara la devoción que siente por su hija, está muy lejos de saber qué hacer para ayudarla; y Zephy, un enorme dragón imaginario hecho de plumas y lentejuelas que supondrá su máximo respaldo. El impacto que significa vivir esta desagradable experiencia será su puerta de entrada al mundo adulto, en el que conocerá otro tipo de masculinidad distinta a la que representa su padre: el protector. Esto despertará en ella una llama de ira irrefrenable difícil de controlar, pero que tras un proceso de aceptación y asentamiento en esta nueva etapa vital, será capaz de aprender a gestionar.
Blaze tiene cierta debilidad por los animales: colecciona figuras de parejas en miniatura que en ocasiones cobran vida para amenizar su mundo interior, para evadirla de la cruel realidad que transita. La ausencia maternal podría explicar esta obsesión por los dobletes: nunca se hace alusión a la madre, excepto cuando el padre comenta que ya no forma parte de sus vidas. Zephy podría ocupar el lugar de esta figura materna, pues frente a la incapacidad del padre, será quien la cuide y la acompañe durante los momentos más difíciles del proceso que la atormenta. La fusión entre el mundo real, donde habita el mal, y la fantástica imaginación de la niña, repleta de colores brillantes, criaturas entrañables y toneladas de purpurina, dota a la propuesta de una tremenda originalidad, acercándonos, en ocasiones, al surrealismo que Michel Gondry expuso en películas como La ciencia del sueño (2006). Este universo exquisito se engrandece con una curiosa selección musical que va desde Micah P. Hinson a The Moldy Peaches, pasando por la bohemia oscuridad de Nick Cave.
Blaze se presenta como un desgarrador coming of age que analiza los mecanismos de superación de una joven que, gracias a su imaginación, podrá superar los traumas causados por una exposición prematura a lo que puede significar habitar el mundo siendo mujer.