Igual es un poco exagerado proponer que un momento de choque como el que tuvo lugar tras la proyección de Music de Angela Schanelec, saludada por el respetable con un sonoro pataleo al que tan bien se presta la tarima del Teatro Calderón, sea definitorio de esta última edición de la SEMINCI, de la nueva andadura que emprende bajo los mandos de José Luis Cienfuegos. Lo cierto es que la anterior dirección del festival, comandada por Jesús Angulo, había venido cultivando durante lustros el conservadurismo al que ya de por sí es proclive un público (como en casi todos los festivales de cine) cada vez más envejecido y que este nuevo régimen ha querido desafiar en alguna medida. Porque además, y no es un tema menor, el sistema de abonos que utiliza la SEMINCI promueve un espectador que asiste a toda la sección oficial sin mayor inquietud por realizar una selección previa de títulos, lo cual puede generar un círculo vicioso de complacencia y continuismo. También es verdad que esta fidelidad permite ver todo un teatro repleto de gente un día laborable a las nueve de la mañana para asistir a proyecciones de semejante radicalidad. Resulta envidiable la atmósfera de cinefilia que vive Valladolid durante estos días, donde las conversaciones sobre el certamen son constantes, aunque sea para cuestionar a la nueva dirección. Así todo, la programación lanzaba algunos huesos para dar gusto al personal, como las maniqueas y manipuladoras últimas películas de dos habituales del festival pucelano, Ken Loach y Agniezska Holland (por cierto, la directora polaca se suma a la curiosa lista de viejas glorias como Wim Wenders, Woody Allen o Tran Anh Hung que parecían rehabilitarse para la crítica con sus películas de este año y cuyo su visionado ha ido desmintiendo en gran medida las alabanzas). Así, un poco a caballo entre lo viejo y lo nuevo se dirimía esta SEMINCI que encontró varios de sus mejores argumentos en el cine más radical y menos narrativo, más volcado sobre la construcción estética.
Empezando por la propia Music, la mentada última película de Angela Schanelec, que supone todo un reto para el espectador. De hecho, no fui capaz de detectar durante la proyección, y a pesar de las pistas, que su argumento estaba inspirado en el mito de Edipo. Entiendo que la intención de su directora es servirse del mismo para abstraerlo y realizar un ejercicio de estilo, además de cuestionarnos nuevamente la lógica vital, la pertinencia de las historias férreamente armadas que determinen el sentido y destino de los personajes. Schanelec regresa un tanto al territorio estilístico y espacial de The Dreamed Path, con un film de fuerte influencia estética bressoniana y que nos lleva de nuevo de Grecia a Alemania. Es una obra casi desnuda de diálogos, desdramatizada, que avanza elíptica por los años con un protagonista que nunca cambia de apariencia física, lo que aumenta la confusión argumental, y donde el todo siempre es mayor que la suma de sus partes, lo cual es tan aplicable a su potencial sugerente como a la pura gramática visual. Y es que Schanelec reproduce ese gusto de Bresson por los elementos esenciales, planos detalle, por las piernas, por el fuera de campo, por dejar de lado la psicología teatral, y construye una narración milimétricamente puesta en escena de admirable atractivo visual aunque de confusa continuidad narrativa. Y en ese relativo caos vital, donde el azar y el trauma están a la vuelta de la esquina para saludar inopinadamente a los personajes, la música emerge como el elemento armónico que rompe de manera curiosamente radical el film, como si fuera una demostración por antítesis de los misteriosos e impredecibles caminos que toma la vida.
Otro de los momentos que más descolocó a ese mismo público tuvo lugar durante la proyección de Samsara, donde Lois Patiño tiene la audacia de pedirnos un acto de fe en la aventura narrativa, una inmersión en la total abstracción visual para embarcarnos en una experiencia que va más allá de la materialidad. Su gusto tanto por documentar modos de vida como por fabular con tradiciones y leyendas encuentra un feliz maridaje en esta obra, un viaje físico y mental entre Laos y Tanzania, entre culturas todavía con un fuerte anclaje tradicional. Es una obra donde el tránsito y la transmisión son fundamentales y se manifiestan en circunstancias que hacen eco entre ambas partes, como pueden ser el acto de enseñanza a los jóvenes, la preocupación por la muerte y las formas de transformación que promete, la función del agua, o los personajes que se pierden o desaparecen, quizás en otra dimensión. El film destila un sentimiento de fascinación (occidental, por qué no) por unas gentes y por unos espacios exóticos de aroma ancestral, pero tampoco exento de la consciencia de su finitud, abocados al cambio como sugieren las llamativas presencias del teléfono móvil o la mención al rap en la primera parte, y el interés por la industria del jabón de algas y su comercialización de cara al turismo en su segundo segmento. En este intersticio entre lo tradicional y lo moderno, resulta muy pertinente el uso del soporte fotoquímico, inequívocamente tecnológico al tiempo que orgánico y fantasmal, el latido entre lo visible y lo invisible que sentimos en la serena belleza de las imágenes de Patiño. Como también tiene mucho sentido ese gesto repetido de superponer planos, sugiriendo diferentes niveles de realidad en una obra muy personal pero que nos hará pensar esporádicamente en el inevitable Apichatpong Weerasethakul (no se puede visitar Indochina en semejante registro y salir indemne).
Otro de los referentes de la radicalidad cinematográfica, en formato slow cinema, es Lav Diaz, que se estrenaba en la SEMINICI con Essential Truths of the Lake. Este personal Zodiac del realizador filipino sigue los pasos de un policía obsesionado a lo largo de los años con la irresuelta desaparición de una famosa modelo en una zona rural a orillas de un lago. La cuestión del uso de la fuerza por parte de los aparatos del estado es capital en el cine de Diaz, y la acción de la policía ya ocupaba el centro argumental de su película previa, When the Waves are Gone, mientras que en los compases iniciales de su último film se plantea a nivel discursivo la condición de servidores públicos del cuerpo responsable de mantener el orden y la seguridad ciudadanas. El devenir del metraje va ampliando y matizando el marco social que ofrece la película, de manera que la tragedia individual que sirve como argumento de partida, ¿calificable quizás hasta de McGuffin?, se multiplica. Es muy interesante la arquitectura narrativa que propone Díaz en la primera parte de la película, donde operan sueños/recuerdos del protagonista, así como flashbacks, ficciones y documentales dentro de la propia ficción, con la modelo desaparecida como protagonista. Pero cuando la obsesión individual pierde fuerza en favor de ese marco social, la narración se hace más sencilla y lineal, el objetivo deviene en más inmediato, reconocer al prójimo, al ser humano que nos rodea. En realidad el cine de Lav Diaz, su formato estético, siempre termina buscando el gran cuadro socio-económico e histórico-político, y aunque quizás no alcance la monumentalidad que mostrara en otros tiempos, no deja de resultar una obra más lograda que otros títulos recientes suyos, más contenida a nivel dramático y cuyas cuidadas composiciones en 16mm lucen especialmente en las escenas nocturnas.
Porque la modernidad ya es antigua y lo más radical no es necesariamente lo más nuevo, fuera de los escaparates principales del festival encontrábamos las muestras más viscerales en producciones del pasado felizmente recuperadas tanto en el ciclo consagrado a la India (con protagonistas tan destacados como Mani Kaul, Kumar Shahani o Amir Dutta), como en la sección Memoria y Utopía dedicada a restauraciones recientes. Allí se pudo ver Conscience, film dirigido por el ucraniano Vladimir Denisenko en 1968. Su temática, la lucha antifascista durante la Segunda Guerra Mundial, no puede estar más manida en el contexto del cine soviético. Pero estamos en plena eclosión de la modernidad cinematográfica y Denisenko apuesta por una experiencia estética que simboliza bastante bien la imagen de una bandada de estorninos con su característico vuelo coreográfico de trazo multiforme con la que se cierra la película. La historia es bastante simple, la huida de dos partisanos después de intentar asesinar a un sanguinario comandante nazi bajo la amenaza de fusilar a todo el pueblo si no se entregan. No hace falta nada más porque el film se hace pura plástica, en un trabajo visual de luz y formas casi abstractivas. Con una iluminación a menudo abrasiva, Denisenko convierte los planos en lienzos sobre los que realizar composiciones con permanente intención estética que tienden a trabajar la geometria. Mientras tanto, su excesiva (y también bastante tosca) columna de sonido potencia la sensación extrañadora de una obra que piensa en imágenes en toda la extensión de su metraje.
Me parece más que adecuado terminar este texto con uno de los grandes eventos de esta SEMINCI, el estreno en España de la restauración de L’Amour fou de Jacques Rivette, quizás el título más radical de su autor y de hecho contemporáneo a Conscience. Sus más de cuatro horas de duración nos proponen un tour-de-force narrativo que desgrana la enfermiza crisis en la relación amorosa entre un director de teatro y una actriz, mientras el primero dirige los ensayos de la Andrómaca de Racine que abandona la segunda en la primera escena. Son dos planos, el sentimental y el teatral, que se alternan pero que están íntimamente ligados, dos inmersiones en la obsesión, la de una mujer que necesita desengancharse de un hombre demasiado volátil en sus afectos, y la propia del teatro, la búsqueda a tumba abierta de una verdad dramatúrgica y escénica a base de prueba y error sobre una tragedia que habla de amores no correspondidos. Una búsqueda que tiene eco en la apuesta por la improvisación de la propia película, cuyo devenir se intuye como una exploración, y que también hace partícipe al espectador de su carácter obsesivo a través de su intensa extensividad, tan apasionante como vocacionalmente extenuante.