Prácticamente dos horas, ciento cinco minutos exactos, seis mil trescientos segundos en la medida universal del tiempo. Un plano secuencia de seis mil trescientos segundos de una noche de Adela. Gracias a este recurso —el plano secuencia—, Hugo Ruiz transforma una noche de Adela en una noche con Adela: dándole pleno sentido a la preposición que funciona como enlace del sintagma preposicional complemento del nombre noche. La noche. Las cosas que solo pueden ocurrir de noche y que ocurren, de hecho, por la noche. Esta noche de Adela y no otra, aunque pudo haber sido otra, pero antes.
Si tienes un amigo que se autodenomina a sí mismo “fumador social” o al que le entran las ganas de fumar solo al ver otro cigarro en mano ajena, no le pidas que te acompañe al cine a ver esta película, no le pidas que acompañe a Adela. Pasar esta noche con Adela es pasarla de verdad, es estar con ella en cada una de sus caladas, de sus pisadas y de sus subidas y bajadas: de su vehículo, de su camión de la basura, sí, pero también de su estado anímico, de su euforia intermitente y de su ansiedad perenne (¿culpa de la noche, culpa de las drogas, culpa de los traumas, culpa de?).
Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Cierra tu puño derecho y dirígelo a tu pecho, ahora golpéalo, golpea tu corazón con el cierre que han formado la palma de tu mano y las falanges de tus dedos. ¿Te suena? ¿Lo habías visto hacer antes? ¿Lo habías hecho tú? Mea culpa, mea culpa, mea máxima culpa. Diez mandamientos. Siete pecados capitales. Y una noche oscura, un alma ya enferma libera la necesidad de vengar una vida oscura, o más bien oscurecida por la sombra de un podrido fanatismo religioso.
Adela es Laura Galán. Una Laura Galán temible, monstruosa, también gozosa: con su papel de Adela vuelve a demostrar (como ya hizo en Cerdita, película por la que obtuvo el premio Goya a Mejor Actriz Revelación 2023) tener unas muy personales y portentosas tablas para la ejecución de ásperas y peliagudas escenas. Es cierto que, en algunos momentos, sobre todo cuando viste su traje fosforescente, Laura se ve sobreactuada, con una marronería algo amateur, más propia de quien debe exagerar el tono de la personalidad del personaje al que interpreta, que de quien se mete en el papel con soltura y naturalidad. Una naturalidad que, en cambio, se aprecia ya más adentrada la película, cuando Adela (o Laura) literalmente se desnuda: y parece que junto a la ropa consigue despojarse también amablemente del halo artificial de su actuación.
Una noche con Adela es una película grotesca, salvaje, atrevida, incómoda, poco calculada y sobre todo, cruda. Muy cruda. Te comes el plano secuencia sin ningún tipo de cocción, no hay rastro de montaje, salvo quizás un par de cortes disimulados que hacen las veces de un suave aliño. Comerse algo crudo entraña un riesgo que podrá ser mayor o menor en función de la calidad de la materia prima que utilices para sacar la comida de tu plato adelante: en fin, más luces que sombras para su actriz protagonista, pero algún que otro hedor sospechoso para sus apoyos secundarios (Jimmy Barnatán, Raudel Raúl Martiato, Rosalía Omil o Fernando Moraleda).
A fin de cuentas, el cineasta zaragozano Hugo Ruiz ha conseguido con suerte una nominación a los Premios Goya 2024 en la categoría de Mejor Dirección de Fotografía gracias a un plano secuencia que a lo largo de seis mil trescientos segundos logra hacer tambalear de manera bastante traumática la frecuencia respiratoria normal del espectador.