Caras B

Todos los años me resulta difícil confeccionar una lista con mis diez títulos favoritos porque siempre termino dejando fuera cosas que me han encantado, o con las que al menos he disfrutado moderadamente. Suelen decirme que eso es porque me gusta todo, lo que en parte podría explicar el problema, pero no deja de ser una aseveración falsa. Mi tiempo es limitado, así que simplemente trato de ver aquellas cosas que más me interesan por uno u otro motivo y que, a priori, creo que me van a gustar. También lo es que, en general, tiendo a fijarme en las virtudes más que en los defectos. Este año no ha sido una excepción y he dejado fuera algunas obras que me gustaría mencionar de alguna forma, algunas de ellas de las que se ha hablado poco o nada, y con este texto intentaré saldar la deuda. Las caras B, que como todo el mundo sabe, a veces son mejores que los singles.

Mucha gente se ha acordado de dos títulos argentinos en concreto. He incluido en mi lista Los delincuentes (¿cómo no hacerlo?), pero me dejé fuera Trenque Lauquen (de esta se ha hablado y mucho) y aunque no termino de comprender porque ha gustado tanto una película de más de cuatro horas sin gente volando vestida con trajes de colores chillones tengo claro por qué me resultó interesante a mí. La versión corta es que siempre me han gustado las historias de detectives que no son detectives, historias de búsquedas o investigaciones en las que se ven envueltas personas con vidas grises, comunes, como la mía, y que de repente se sumergen en la aventura. Terciopelo azul, Lo que esconde Silver Lake, esa clase de cosas. Quizá Trenque Lauquen no va del todo por esos derroteros, pero ayuda la narración episódica, mostrando distintas versiones (distintos puntos de vista) y distintos momentos de la historia, a modo de puzzle, y también la deriva hacia lo fantástico y lo misterioso que surge en su ultimo tramo, así como algunos detalles de la puesta en escena que juega a imaginar lo sucedido, de forma parecida a esa secuencia de Cerrar los ojos en que vemos lo que el protagonista imagina, mientras lo cuenta, sobre esa noche en que Julio desapareció. Cerrar los ojos, por cierto, otra película de este año de la que también se ha hablado bastante, sobre un detective que no lo es, y que ha ido ganando enteros en mi cabeza a medida que la he ido repensando a pesar de sus defectos, el principal para mí, esa falta de naturalidad en los diálogos que a veces hace que parezca que estamos escuchando un audiolibro.

Trenque Lauquen

Otra película que me ha dejado huella es una propuesta muy pequeña, independiente, que apenas ha encontrado distribución, entre otras cosas, supongo, porque trata temas incómodos, de esos que nos dejan con mal cuerpo, y lo hace implicando mucho al espectador y dejándole empatizar con los personajes, y evidentemente no es lo mismo tratar ciertas cosas desde un realismo atroz que si estas haciendo una comedia alocada o simplemente un slasher o cualquier otro género donde los personajes sean simplemente marionetas del guion, como en la divertida Black Friday o la sorprendentemente simpática Scream VI. Me refiero a La mesita del comedor, y concretamente quiero acordarme (aunque en realidad no quiero) del plano que sirve de punto de inflexión en lo que a priori parece (y tal vez no deje de serlo del todo) una comedia negra. Recuerdo verlo y sentirme totalmente identificado (soy yo literal, como dice el meme), con una extraña risa tonta y, de pronto, quedarme helado pensando que no era posible que hubiese pasado lo que había pasado, o lo que parecía haber pasado, sin tenerlo claro del todo porque además sucede en off. Y reconocer que ese temor, el temor de que alguna vez me pase lo que pasa en ese plano, de una u otra forma ha recorrido mis pensamientos los últimos años, aunque por supuesto siempre he intentado pensar rápidamente en otra cosa, y sobre todo, tomar todas las precauciones posibles para que no me ocurra. No me voy a extender explicando aquella vez en que estuve a centímetros de que me pasase por dos motivos: Porque creo estar siendo lo suficientemente ambiguo como para que solo sepa de qué hablo quien haya visto la película, dado que se trata de una de esas ocasiones en que creo que es importante conocer lo mínimo posible sobre su argumento (a pesar de que alguien pueda arrepentirse o incluso escaparse a mitad del visionado), y el otro motivo es que espero haber despertado la suficiente curiosidad en aquel que no lo haya hecho, para que la vea, si alguna vez tiene ocasión.

In the Court of the Crimson King

Me gustó también mucho In The Court of the Crimson King, el documental de Toby Amies sobre King Crimson que estrenó Filmin, primero porque me trajo recuerdos de la última gira, que pude disfrutar en directo, segundo, porque no se molesta en emular al 98% de biopics y documentales similares ensalzando la figura de Robert Fripp, sino que más bien es lo contrario, dejándole retratado, principalmente a través de testimonios ajenos, como una especie de psicópata envidioso y egocéntrico, aunque incluso él mismo acaba mostrando su lado oscuro alguna que otra vez. Concretamente, contiene una escena imborrable para mí en la que el guitarrista y líder de la banda cuenta una anécdota en la que se emociona visiblemente, tanto como para quedar prácticamente un minuto en silencio (diría que más de un minuto, al principio uno podría creer que la imagen se ha quedado congelada), con la mirada fija en el infinito, recordando, antes de acabar con un golpe de ego tan inesperado como, por otra parte, imaginable. En tercer y ultimo lugar es un testimonio de los últimos meses del batería Bill Rieflin, que decidió pasarlos girando con la banda mientras el cáncer iba terminando con él dia a día no sin bromear al respecto, invitando a reflexionar sobre la finitud y el sentido de nuestra existencia más que algunas obras pretendidamente más filosóficas o existenciales, de la misma forma que un plano de Brendan Fraser comiéndose un sandwich de Doritos resulta mucho mas sincero que las dos horas y cuarto de Saltburn.

Leo

Para terminar, me gustaría comentar las dos últimas aportaciones de Adam Sandler y su Happy Madison para Netflix, dos propuestas mucho más interesantes y (entre otras cosas) divertidas que la mayor parte del «contenido» vomitado por las plataformas, y por esa muy en concreto, que además han pasado totalmente desapercibidas entre tanta morralla sobrepublicitada. En la primera de ellas, Ni de coña estás invitada a mi bat mitzvah, Sandler entrega el testigo a Sunny, su hija quinceañera, relegándose a un papel secundario no muy diferente del que probablemente juegue en la vida real de las dos jóvenes (su otra hija, algo mayor, también participa en el film), y nos ofrece una comedia adolescente que cabalga entre guiños (y lo que no son guiños) al John Hughes de 16 velas y chistes menstruales y genitales, sumiéndonos en esa difícil etapa de los últimos años de instituto, los primeros romances, y las amistades inquebrantables que resultan no serlo tanto con la irrupción de aquellos. La otra aportación del neoyorquino es Leo, una cinta de animación en la que Sandler pone voz a la mascota de una clase de educación primaria, una iguana de 74 años de edad, que sirve como nexo de unión entre todos los componentes de ese microcosmos que es el colegio, reflexionando sobre la importancia de la educación y los valores en la infancia, y por supuesto, dando caña, a través del humor, a todas esas piezas: el sistema educativo en sí, padres sobreprotectores, niños mimados, acoso escolar, inseguridades propias de la infancia… Plagada de detalles y soluciones visuales y de puesta en escena originales en una cinta de este tipo, que incluyen ingeniosas transiciones, mezcla de distintas técnicas de animación, empleo de la cámara lenta, ruptura de la cuarta pared… Y lo mejor de todo es que es muy divertida, con chistes verdaderamente ágiles y números musicales a la altura. No le vendría mal a Disney reciclarse un poco estudiando cintas como esta.