El papá de Wen salva el mundo
Los cuentos de horror que más nos impactan se construyen con una certidumbre principal que es un retruécano en sí mismo sobre su formulación: parten de lo desconocido o inexplicable para atentar la noción de realidad y desnudarnos ante nuestros miedos insondables. Por eso uno de los detalles más llamativos de Llaman a la puerta es la pregunta final que Wen, la niña de 8 años que está pasando un fin de semana con sus dos papás en una casa de campo al lado de un lago (una postal muy americana pero más aún quizá del imaginario de Hollywood), le hace a su papá Andrew en cuanto llega solo a la casa del árbol en la cual, obediente, se ha escondido para protegerse de los asuntos de adultos… “¿ha salvado el mundo papá Eric?”. Es una pregunta que no haría alguien tan joven sobre ninguno de sus padres o madres, al menos no en condiciones llamemos normales, puesto que está cargada con la cruel y trágica verdad, que Wen ya demuestra aprehender en vivo todo el tiempo (véase su libreta en la que clasifica y puntúa a los saltamontes que consigue para su bote-hogar, o cómo explica de manera tan franca que igual eso de tener dos papás no es tan genial como le asegura una de sus profesoras). Wen no se ha hecho mayor ante una situación subversiva, llena de violencia y estresante. Ya vive en un contexto de alguna manera extraordinario y se intuye que ha lidiado con momentos diferentes, y a veces nada buenos. Pero Wen, aquí y ahora, se presenta como una espectadora preferente, no como protagonista, que además introduce el relato y certifica su final; mientras tanto, durante el nudo, ella está convenientemente en off o lo están los hechos más horrendos que se suceden con el fin de preservarla del horror máximo… y la puesta en imágenes elocuentemente parece orquestada como si se pensara desde el punto de vista de una niña, es decir para ella: una de las extrañas mueve a Wen para que esté abrazada por delante a uno de sus papás y no vea directamente lo que va a suceder a continuación delante de ellos; las muertes que van ocurriendo se omiten de forma elusiva, como si se quisiera ver un poco pero no todo; de la televisión, encendida al principio en un canal con dibujos animados se pasa, paulatinamente, a dejarla apagada y luego al canal de noticias que muestran, cada vez más tiempo, las demostrativas tragedias de ese anunciado fin del mundo…
Llaman a la puerta es un cuento de horror tan blanco como coherente, que no es capaz de sobrecoger pero resulta extrañamente inquietante, sin duda desdibujado y a la vez con la impronta de su autor, que al fin y al cabo viene dada por esa maquinaria narrativa tan personal y única.