El nuevo film de Antonio Chavarrías, que escribe también el guion, demuestra ante todo su versatilidad a la hora de enfrentarse a los proyectos sin dejar espacio para un posible encasillamiento. En esta ocasión vuelve al camino del drama con La abadesa, historia basada en una persona real sobre la que se ha desarrollado una historia de ficción, algo que difícilmente podría ser de otra forma ya que poco se puede conocer de la Emma que inspira el relato, pues esta vivió en el siglo IX.
La epopeya de Emma, la joven abadesa (gran trabajo de Daniela Brown) se complementa con varias subtramas. Las principales, las centradas en su rivalidad con Eloísa (otra monja, de fuerte personalidad diametralmente opuesta a ella, tanto por carácter como por linaje), interpretada por una solvente Blanca Romero, y en Clara, una joven que ha perdido a su familia y es acogida en el convento, dialogan con la actualidad en torno al rol de la mujer en nuestra sociedad. La abadesa cumple una misión que en la época normalmente correspondería a un hombre y es cuestionada y perseguida por ello. Eloísa, como muchas de sus compañeras, como la Suzanne de La religiosa (La religieuse, Jacques Rivette, 1966) no ha pedido estar ahí, pero tampoco puede salir. Del mismo modo, Clara, a pesar de estar a gusto en el convento también tiene que hacer frente a un destino que continuamente la enfrenta a la adversidad. Es difícil no encontrar también cierto paralelismo entre la situación de los moriscos (musulmanes convertidos al cristianismo) y nuestra inmigración actual, dejando la cruda impresión de que en doce siglos apenas hemos evolucionado en un aspecto que nos debería definir como es la humanidad en el sentido más abstracto, aunque lo consiga aplicando cierta tosquedad en la comparativa, siendo el culmen una escena en la que alguien clama «que se vayan a su país» o » que vuelvan a su tierra» o una expresión equivalente.
De su puesta en escena es destacable el empleo en todo momento de una iluminación natural, rica en contrastes, con los interiores alumbrados únicamente por el fuego (ojo a esas reuniones monjiles frente a la hoguera no tan lejanas de un aquelarre) o la luz natural que ofrecen las ventanas del convento, frente a las escenas exteriores en su mayor parte rodadas en medio de un climatología adversa con la nieve como principal protagonista, sin acudir a ningún tipo de efectos, lo que refuerza su naturalismo. Por lo demás, Chavarrías rueda con un aséptico clasicismo formal, a excepción de la cámara en mano en muchas de las escenas interiores.
La mayor parte de los problemas del film, por no decir todos, provienen de un guion descompensado en varios aspectos. Por un lado, la presencia de diálogos que se antojan impostados por su falta de naturalidad, con una expresividad adelantada a su tiempo, de forma que entiendo involuntaria pues, en ausencia de cualquier anacronismo y/o elementos cómicos, se entiende que la película pretende cierto rigor histórico. Este rigor se pierde con algunas líneas inimaginables en esas monjas del siglo IX, llegando a haber incluso errores como la protagonista tratando de tú a los opulentos padres de alguna de las hermanas, contribuyendo a que el espectador no termine de conectar con la historia, o al menos con esa buscada sensación de verismo, y la autenticidad conseguida con las citadas escenas de exteriores nevados se anula con estos textos desubicados. Al principio se intenta encontrar una lógica a la evolución de la abadesa (contraponiendo sus dos primeras incursiones en el poblado, antes y después de una conversación con el obispo que la asesora) de una forma concisa y bien narrada, pero sin embargo más adelante se peca tanto por exceso como por defecto (hay situaciones sobreexplicadas, por ejemplo con varios diálogos similares entre Emma y su hermano Borrell, donde este le cuenta las quejas por determinadas actitudes, o el propio desenlace de la trama de Clara, estirada innecesariamente regodeándose en la derrota de Borrell (el malo de la historia) para reforzar su triunfo; pero también comportamientos de la abadesa difícilmente compatibles con lo observado en pantalla, tomando esta, que no deja de ser una adolescente apocada que apenas conoce el mundo, decisiones propias de una gestora con años de experiencia.
Ya a a título más personal, y por tanto más subjetivo, encuentro demasiada tibieza a la hora de enfrentarse a uno de los temas clásicos del cine de monjas, la llamada de lo prohibido, siendo lo más explícito en este sentido la escena en la que Eloísa intenta seducir al diácono, donde un roce de manos es lo máximo que podrá conseguir ante un siervo del señor que hace caso omiso de las tentaciones, como le hace saber a Emma en otro contenido diálogo sobre el tema. El problema no es la explicitud, en cualquier caso. Uno no pide Interior de un convento (Interno di un convento, Walerian Borowczyk, 1978), ni siquiera Benedetta (Paul Verhoeven, 2021), pero sí que esas escenas transmitiesen cierta sensualidad, lo que daría algo de calidez a una historia tan fría como el exterior del convento, y en la que cuesta empatizar con algún personaje, aunque alguno se autoflagele.