Pájaros, de Pau Durà

PájarosTengo un documento Word en mi escritorio titulado Desearle que vuele porque hace unos días leí en un libro que “ser amigo de alguien es desearle que vuele”. La película de Pau Durà se llama Pájaros y habla de grullas, de cigüeñas, de flamencos y de amistades. Escribo “amistades” al final de esta enumeración de especies de aves y pienso que ese sustantivo plural podría pasar por una más de ellas. Molaría ir paseando por El Retiro y decir “hey, mira esa amistad”, independientemente de que ese complemento directo tuviera como referente a un pequeño volador o a una pareja de personas de las que salen fogosas chispas de camaradería. Colombo (Javier Gutiérrez) y Mario (Luis Zahera) son muy buenos camaradas. Y mola mucho poder decir al verlos “míralos”.

Colombo es experto en dejar las cosas a medias y Mario las palabras, pero eso no impedirá que inicien su road trip. Mario no puede conducir y Colombo necesita dinero, Mario tiene dinero y a Colombo no le importará hacer de taxista hasta la Albufera a cambio de unos pocos billetes. Su relación comienza por una necesidad material mutua. Durante el trayecto a la Albufera su compañía es estrictamente contractual: un apretón de manos que sella un pacto, un trato, un “bueno, lo hago, pero a cambio de…”. Sin embargo, en la Albufera descubrimos algo más del misterioso Mario y los kilómetros juntos en carretera habrán de aumentar hasta la bella Rumanía. Mario tiene que llegar a Rumanía, en el sentido más estricto de la perífrasis de obligación. No depende de él, sino de su situación, de su pasado, de la deuda pendiente que alberga un corazón.

Pájaros

En la Albufera, Colombo conocerá a Elisabetta (Teresa Saponangelo), que ocupará el asiento del copiloto hasta Turín. La bella Turín. La socarronería de Colombo negociará con el ácido carácter de Mario una parada por espacio de una hora en la ciudad italiana. Pero el del bigote y risa contagiosa no cumplirá su palabra. Sus palabras no son muy de fiar, y eso bien lo sabe su mujer. También lo sabe su hijo. También su compañero de trabajo en el taller. En esa noche turinense Colombo y Mario compartirán pizza y una calada de María y pelearán hasta caer al suelo. Reirán. A veces la confianza es una cuerda hecha de nudos y solo el reír puede deshacerlos. A mí en Turín este par de tipos me recordaron mucho al Driss y el Phillipe de la maravillosa película francesa Intocable (2011). De conocidos a contratante y contratista y de contratante y contratista a amigos o, al menos, a compañeros de viaje, de vuelo o de salto en paracaídas.

Me pregunto quién no le habrá dicho a Javier Gutiérrez alguna vez un “qué pájaro eres”. Lo mismo con Luis Zahera. Ambos parecen señores astutos. Y desde luego ambos han demostrado ya muchas veces ser inteligentísimos para la interpretación. En Pájaros vemos a un Javier Gutiérrez (Colombo) de sentimientos que van en chándal: no está cómodo con su vida, pero lo disfrazará de cierto espíritu joven y rebelde. No hace las cosas bien, y lo sabe, pero aún le queda por descubrir que con saberlo y resignarse a ese malestar y a vivir escapando de la culpa no basta. Es padre, y tiene que aprenderse el cumpleaños de su hijo (como muy mínimo). Zahera (Mario), en cambio, es galán y peripuesto. Tiene sentido del deber y tiene miedo. Tiene un secreto oculto y tiene empatía. El carácter reactivo de uno y el pasivo del otro se van a unir para hacernos reír durante muchos kilómetros del viaje en escenas que a Durà creo que le salen a pedir de boca. Como unos buenos espárragos de Tudela.

Pájaros

Pájaros es una película que ejemplifica lo que leí en ese libro. Ser amigo de alguien es desearle que vuele y, además, ayudarle a despegar los pies del suelo, a batir las alas rumbo a Rumanía o a reconstruir o salvar la relación con tu hijo. Un amigo te presta unos prismáticos para que lo veas todo más claro, te ayuda a encontrar el rumbo cuando estás perdido y te acompaña hasta el final, dejando que seas tú mismo quien marque el fin que desees a una historia que te pertenece. Quizás todos podemos perdernos alguna vez y quizás todos somos un poco grullos o un poco grullas que necesitan emigrar en un momento determinado para encontrar su lugar.