Cientos de castores, de Mike Cheslik

Cóctel para un retorno a la infancia

Cientos de castoresMostrada dentro de nuestras fronteras durante la pasada edición del Festival de Sitges en el marco de su sección Nuevas visiones y disponible en Filmin desde hace una semanas, Cientos de castores (Mike Cheslik, 2023) es una de las comedias más disparatadas, estrafalarias y radicalmente libres de los últimos años. La historia de la película se ambienta en un entorno boscoso durante la colonización de los Estados Unidos (ese imaginario colectivo estadounidense descrito en películas como El renacido, de Alejandro González Iñarritu, 2015). El protagonista, tras perderlo todo en una accidental e hilarante explosión de su fábrica de sidra, deberá aprender a sobrevivir en el bosque (y a enfrentarse a las criaturas que lo habitan, en especial a una organizada horda de castores con propósitos desconocidos) hasta conseguir reabastecerse y conquistar el corazón de la hija del comerciante de pieles del lugar.

En cualquier caso, la trama no deja de ser una excusa con la que presentar una sucesión de escenas cómicas centradas en la fisicidad de numerosos golpes, accidentes y explosiones que sufren sus personajes, en un línea muy deudora de la lógica de dibujos animados y la toon force. El desarrollo de la película está fuertemente basado en series de animación para televisión de los 50 como El pájaro loco o El coyote y el correcaminos. Además del mencionado uso de una leyes físicas propias (aparece aquí la clásica bola de nieve gigante o la original idea de escurrir un tocón de madera como si fuera una camiseta), esta fuente de inspiración se ve reflejada en la continua repetición y variación de una misma escena, donde sucesivos intentos frustrados cada vez más enrevesados y exagerados son el motor principal de la comicidad. Aquí encontramos algunos puntos que podrían alejar a parte del público, al considerar la propuesta algo reiterativa y alargada; además de lo extraño que puede percibirse el trasladar una violencia física en ocasiones extrema del material de origen pero esta vez encarnado por personajes de carne y hueso (que llegan incluso a arder en llamas).

Cientos de castores

Por otra parte, la fotografía en blanco y negro de la película, en la que se insertan frecuentemente trucajes de montaje y segmentos de diversos estilos de animación, recuerda sustancialmente al cine de Georges Méliès. En un panorama cinematográfico que en ocasiones parece agotado, resulta refrescante este rescate del “cine anterior al cine”, que lejos de entenderse superado, se rescata aquí tal y como lo fue en su origen: fuente de descubrimiento, fantasía y asombro. Por ejemplo, la ausencia casi total de profundidad de campo durante los primeros segmentos de la película ayuda a establecer el marco de irrealidad donde tanto las apuestas por los efectos de animación como por el humor tan físico y absurdo penetran con mayor complicidad hacia el espectador.

El tercer ingrediente fundamental de esta comedia tan puramente posmoderna lo encontramos en su uso del lenguaje del videojuego (especialmente de su periodo clásico en los años 90). Durante la segunda mitad del metraje, adquieren una gran importancia los ítems (un hacha, una cuerda, una pipa, o el anillo de compromiso, objetivo final de la quest del protagonista), que son obtenidos a través de una tienda que introduce una sencilla economía presente en incontables juegos de la época. También destacan otros guiños como el uso del mapa o la conexión espacial entre el margen derecho e izquierdo del cuadro, que no dejan de explicitar por múltiples vías esta rica influencia —compartida con ciertos cineastas americanos de esta generación, como el caso de Riddle of Fire (Weston Razooli, 2023), compañera de hornada de la selección de Sitges para 2023—.

Cientos de castores

En conjunto, esta remezcla de los Looney Tunes con el cine de Meliès y el videojuego de los 8 y 16 bits plantea un hallazgo significativo, al apuntar todos estos elementos a una cierta inocencia infantil que tan bien marida con este tipo de comedia absurda y sin pretensiones. Cientos de castores se siente como una remezcla sincera de un disfrute primigenio hacia la cultura audiovisual y ahí es donde, más allá de sentirse tremendamente divertida, también logra encontrar destellos de poderosa fuerza acogerada e incluso emotiva.