En plena noche, un taxi se ve a obligado a detenerse en medio de la ciudad. Una improvisada marabunta se aglomera en la calle, celebrando la histórica victoria del PSOE en el 82. La gente vitorea “¡España es socialista!”. Festejan lo que supone un hito para el avance de un país que todavía intenta escapar de la sombra del franquismo, marcando de una vez por todas la entrada en la era del progreso. Sin embargo, quien no puede progresar ahora es Lucía, metida dentro del taxi con su madre, viéndose obligadas a salir del coche y andar el resto de su camino. Paso a paso dejan atrás la celebración para adentrarse en el silencio y la oscuridad que precede a su destino: el sanatorio para embarazadas de Peñagrande.
Con este paradójico choque de extremos da comienzo Alumbramiento, la nueva película de Pau Teixidor que viene de recibir en la última edición del BCN Film Fest el premio a mejor dirección y mejor actriz (en este caso para todo el reparto de actrices jóvenes). El texto escrito por Lorena Iglesias y el mismo Teixidor nos muestra un duro pero necesario viaje por los polvorientos esqueletos de España a través de Lucía y el grupo de chicas que allí conoce, todas adolescentes embarazadas sin recursos o repudiadas por sus propias familias.
De manera casi episódica, Alumbramiento ilustra la particular coyuntura de las chicas del grupo, permitiéndole al guion ahondar en varias aristas de una problemática muy amplia y compleja en la cual las mujeres eran relegadas al olvido y martirio solitario. La mayoría de estos momentos gozan de potencia y crudeza sin caer en lo lacrimógeno o melodramático, siempre acompañados de unas actuaciones creíbles y sentidas por parte de las actrices; sin embargo, y a pesar de su contundencia, el resultado queda lastrado por una fórmula demasiado fragmentaria y dispersa.
Al darle a la película un enfoque coral sin abandonar nunca del todo a Lucía como protagonista —personaje poco definido y algo inocuo— el metraje se siente inconexo y falto de calado emocional. Lo que sucede es desgarrador y potente, sí, pero al no estar vehiculado a través de la emoción de Lucía, de la opresiva estancia en el sanatorio o del impacto en el grupo (el cual a duras penas vemos unirse); para cuando llega el final es difícil que lo visto trascienda lo anecdótico.
El ejercicio en sí es loable y necesario. El cine siempre ha tenido, entre muchas de sus facetas, una labor de visibilización, de mostrar nuevas realidades y de permitirle al público transportarse por unas horas a vidas y escenarios lejanos a su cotidianeidad. En ese aspecto consigue lo que se propone, sembrando un germen de curiosidad en el espectador para conocer e interesarse por cosas quizás desconocidas o simplemente tomar consciencia de ellas. Pero una película es algo más que eso.
Una película pone toda una serie de mecanismos técnicos y artísticos al servicio de un mensaje o tema, y en Alumbramiento, a mi parecer, falta eso. Ni desde la dirección ni desde el guion hay el suficiente mimo o trabajo puesto para que el resultado sorpase esa difícil línea de lo correcto o para distanciarse del documental. No hay nada intrínsecamente “mal” en lo que la película propone, pero quizás había en su texto demasiado miedo a no hacer justicia, demasiado reparo en dejarse algo. Dada la delicadeza de la temática, es comprensible que se haya apostado más por lo seguro pero es inevitable salir de haber visto Alumbramiento y no pensar que en todos sus ingredientes había potencial para más.