Me llamo March-Phillips, Gus March-Phillips
La filmografía de Guy Ritchie es, dentro del marco de su característico estilo autoral, bastante variada. Además de sus películas de gánsteres, también es el director de dos aventuras del detective Sherlock Holmes (las protagonizadas por Robert Downey Jr. en 2009 y 2011), la epopeya medieval Rey Arturo: La leyenda de Excalibur (2017), la reciente película bélica Guy Ritchie: El Pacto (2023) y hasta cuenta con la adaptación de acción real del clásico de Disney, Aladdin (2019). En su último largometraje, El ministerio de la guerra sucia (2024), el británico dirige una aventura de espías ambientada en la Segunda Guerra Mundial que, complementada con dos de sus trabajos anteriores, Operación U.N.C.L.E. y Operación Fortune: El gran engaño, se forma una curiosa trilogía sobre espionaje, cada una ambientada en su propia época.
Henry Cavill formaba parte del reparto de Operación U.N.C.L.E., como en la película que nos ocupa, en la que interpretaba a un espía estadounidense elegante y vacilón, pero es especialmente con Operación Fortune: El gran engaño que el nuevo largometraje guarda ciertos paralelismos. La cinta protagonizada por Statham era, a su modo particular, una suerte de parodia del famosísimo espía James Bond. El alcoholismo del protagonista, su desobediencia y su pasotismo absoluto ante cualquier situación (aunque siempre llevando a cabo la misión) no eran más que una ligera alteración de los atributos que caracterizan al espía de Ian Fleming pero tratados con la socarronería habitual del director británico. Ahora, basándose en el libro Churchill’s Secret Warriors: The Explosive True Story of the Special Forces Desperadoes of WWII, Ritchie lleva a la pantalla una versión ficticia de la operación Postmaster, siendo el protagonista de El ministerio de la guerra sucia un espía real que, al parecer, fue la inspiración principal de Fleming (el cual es un personaje secundario en la película) para su personaje estelar. Así, Cavill interpreta a Gus March-Phillips, un peculiar soldado al que el mismísimo Churchill le encarga una misión secreta tras las líneas enemigas para hundir unos barcos pertenecientes al ejército Nazi. Con ese objetivo, March-Phillips y un equipo seleccionado por él mismo, además dos miembros infiltrados en territorio Nazi, llevarán a cabo la tarea de sabotaje encargada.
Como es habitual en la filmografía de Ritchie, El ministerio de la guerra sucia combina humor y suspense, además de escenas de acción en las que no faltan las balas y explosiones. Aunque si algo destaca por encima de todo a lo largo del metraje, es la tranquilidad imperturbable de Cavill y su pelotón. Con la excepción de Anders Lassen (Alan Ritchson), que quizás se entusiasma un poco de más con la violencia, el grupillo de soldados son unos sobrados sin preocupación alguna en el campo de batalla que llevan a un nuevo nivel lo de tener la sangre helada. Es sobre todo Cavill el que se sale en esta película que, como pasara con el espía estadounidense Napoleón Solo, su personaje en Operación U.N.C.L.E. (el cual contaba con su personalidad propia y distinguida del excéntrico espía March-Phillips), está en su salsa en el papel de espía, tranquilamente asaltando campamentos nazis como quien pasea por la playa, solo alterando su compostura ocasionalmente para soltar una carcajada de diversión mientras dispara a bocajarro una metralleta. De este modo, Ritchie enfatiza el estilazo y la fanfarronería en favor de un tono desenfadado, acercándose a la comedia desde el contraste de la actitud de los personajes con la situación en la que se encuentran. Las escenas más tensas pertenecen a Eiza González y Babs Olusanmokun en los papeles de Marjorie Stewart y Mr. Heron respectivamente, los dos miembros infiltrados que están constantemente en contacto directo con el enemigo, interpretando falsas identidades y ocultando su intenciones.
Una de las virtudes de El ministerio de la guerra sucia es su música, compuesta por el recurrente colaborador de Ritchie y oscarizado Christopher Benstead, el cual también compuso la música para, entre otras, Operación Fortune: El gran engaño. Prácticamente marca de la casa, el director británico dota a las escenas de una musicalidad exquisita, marcando y variando el flujo de la intensidad en perfecta sincronización con los eventos en pantalla, casi hasta el punto en que parece que se trate de un videoclip. El ritmo de la película y la música van de la mano del montaje de James Helbert, otro colaborador habitual de Ritchie con el que también había trabajado en las anteriores películas de espías. La tensión y el suspense ganan fuerza gracias a, además del acompañamiento musical mencionado, a las editadas sucesiones de imágenes, planos cuidadosamente seleccionados para prolongar o escoger la información que se transmite al espectador para conseguir que incluso el hecho de tener que recargar una pistola pueda convertirse en una situación límite.
En general, El ministerio de la guerra sucia es una película muy entretenida y desenfadada, aunque sin dejar de lado el suspense, que consigue colarse en momentos más puntuales. El carisma de los personajes resulta magnética desde el primer minuto, especialmente Cavill, haciendo gala de su habitual elegancia incluso en el papel del extravagante March-Phillips. En comparación al estilo habitual de Ritchie, el filme es quizás de los menos rebuscados formalmente, donde la puesta en escena puede resultar más convencional cuando se echa la mirada atrás en su obra. Afortunadamente, el sabor inconfundible de su estilizada apuesta narrativa no se pierde y sigue siendo un propuesta más que interesante de manos del director británico.