El mundo es un lugar hostil. Sobre todo, para los más pequeños. Es terrorífico para un niño el hecho de enfrentarse a un entorno que lo desprotege constantemente. Pero igual de terrorífico es, para un padre o una madre, tener que transmitir a los hijos que todo está bajo control cuando el mundo es igual de confuso para todos. La última película de Dreamworks Animation, Robot Salvaje, trata la historia de Roz, un robot que despierta en una isla en la que no es bienvenida por los animales que la habitan. Si la confusión y el rechazo no fuesen suficiente, Roz se verá con la responsabilidad de criar un bebé ganso y prepararlo para la próxima migración.
Chris Sanders, que ya parece especializado en dirigir películas sobre relaciones improbables (Lilo y Stitch, Cómo entrenar a tu dragón), vuelve a deslumbrar con una historia muy emotiva, pero en ningún caso lacrimógena. El film adapta una serie de libros del autor Peter Brown y es muy ambicioso en sus temáticas que van desde la maternidad, la integración, el adiós, la muerte y hasta el cambio climático.
Lo más arriesgado de la propuesta es la seriedad de las ideas que se plasman en la película. Dreamworks tiende a producir películas muy autoconscientes y con un sentido del humor muy referencial. Los mensajes en sus comedias tienden a perder fuerza cuando se trufan sus escenas de referencias a la cultura popular y de chistes para mantener a los más pequeños distraídos. Pero, como ya hiciera Sanders en Cómo entrenar a tu dragón, Robot Salvaje apuesta por sus conceptos y no abre la puerta al espectador a salir de su universo hasta que empiezan los créditos. Eso no significa que no haya humor integrado en la cinta, pero para tratar la tristeza (especialmente para un público infantil) hay que reservar los chistes para momentos más distendidos.
El aspecto estético de la película refuerza su emocionalidad hasta la enésima potencia. La animación que mezcla una estética 2D con herramientas digitales le da un aspecto que recuerda mucho a un cuento. Dreamworks ya empleó esta técnica con acierto en El gato con botas: el último deseo (Joel Crawford, 2022). El trato de la luz es un espectáculo y subraya la importancia de la naturaleza en la historia. Hay intención estética en cada uno de los planos y uno se siente tan deslumbrado como la protagonista ante los atardeceres, el fuego o las migraciones de centenares de aves o mariposas. Si visualmente se busca emocionar, la banda sonora de Kris Bowers transmite en cada acorde una mezcla entre perplejidad y curiosidad que abruman y acompañan la acción de una forma fascinante.
La naturaleza se trata de un modo muy sorprendente en la película, pues los animales no pretenden emular las sociedades humanas como en tantas otras cintas familiares, sino que actúan como animales salvajes. La muerte está muy normalizada en la historia, pues en el bosque acechan numerosos peligros que ponen en riesgo la vida. Este salvajismo permite enseñar y recordar que no hay nada más valioso que una vida, y ese mensaje está presente en cada escena.
Así pues, Robot salvaje cumple apabullando en el aspecto visual y casa su estetismo con un mensaje que llega a los más pequeños, pero no busca ser paternalista ni particularmente esperanzador. Chris Sanders muestra en la tesis final de su obra que la bondad es una herramienta de supervivencia, sin dejar de advertir que no todo el mundo la usa como tal. El mundo es un lugar hostil, pero hay hueco para la colaboración y es posible hacerlo un poco mejor a pesar de que la naturaleza o los demás quieran evitarlo a toda costa.