Intercambio de parejas frente al mar
Han pasado diecisiete años desde que el mallorquín Rafa Cortés estrenase su primera película, coescrita junto a Alex Brendemühl, que también la protagonizaba. En Yo, que así se titulaba, el actor interpretaba a Hans, un alemán que se mudaba a un pueblo mallorquín donde sufría una importante crisis identitaria. El año pasado Cortés dirigía Fiona, un cortometraje con Enric Auqer y Vicky Luengo, y ahora se estrena Amanece en Samaná, una comedia de enredo con algún toque de fantástico y un plantel interpretativo de lujo que, por aquello de buscar algunas referencias (no vinculantes) en la ambientación puede recordar a películas como Sígueme en rollo, Todo incluido o el propio film de Gonzalo García Pelayo que da título a este texto (¡hasta Luis Zahera llega a hablar de algún que otro filósofo!), mientras que argumentalmente nos podríamos ir a cosas como Este cuerpo no es el mío o Familia revuelta (a la que este mes por cierto parece revisitar ¿Quién es quién?, la nueva película de Martín Cuervo) y espiritualmente tal vez al Woody Allen de Midnight in Paris.
Y sí, la película no deja de ser una comedia, cuyas ocurrencias al respecto ganan enteros si se tiene en cuenta que no existían diálogos en el guion, teniendo el reparto que improvisar, haciéndose cada uno con su hueco sin que pueda destacarse a nadie por encima del resto, con unos trabajos que rezuman comicidad y naturalidad y unos personajes en los que no es complicado reconocerse o reconocer a otros. Ojo al momento karaoke de Luis Tosar, a los genuinos arranques de mala leche de Natalia (Bárbara Santa-Cruz), a las derivas emocionales de la controladora Ale (María Luisa Mayol) o a la bonachonería de Mario (Luis Zahera) llamando «gordi» a su esposa, ¿o es la esposa de Santi?, porque de ahí viene el enredo: una extraña confesión totalmente innecesaria en medio de una buena borrachera parece dar pie a una especie de universo paralelo en el que todos parecen estar de acuerdo menos una atormentada Ale, tomada por trastornada (amnesia selectiva, según un entrometido psicólogo interpretado por Charles Dance) como consecuencia de un golpe contra una palmera.
Tras esa primera noche, un travelling circular (que se volverá a repetir justo antes del brillante epílogo), durante el cual el tiempo se desdibujará y la noche dará paso al día, servirá para aperturar una situación diferente donde todo parece encajar menos para Ale (que se despertará con un miembro desconocido prácticamente en la cara como si se encontrase en una peli de los Farrelly) y para un espectador que ya se había hecho una composición de lugar que ahora se ve trastocada. Así, misterio y confusión, pero no queda otra que adaptarse a ese nuevo escenario en el que la pobre mujer interpretada por Mayol tendrá que sufrir lo que ella considera una broma pesada como castigo por una decisión del pasado y una confesión del presente, que alimentarán también el pequeño poso dramático del film.
El guion, basado en una obra de teatro de Jordi Galcerán (escritor también de El metodo Gronhölm) juega así al despiste y a generar confusión, y aunque parezca fácil de seguir, por momentos me he sentido como en la reciente Lo que hay dentro, en la que una premisa fantástica jugaba también con la identidad de los personajes. Parece que de una manera u otra, como ya ocurría en sus dos primeros cortometrajes o en su mencionado debut, Rafa Cortés sigue dando vueltas a ese tema de una manera casi obsesiva, el de indagar en quiénes somos, que no es necesariamente igual a cómo nos ven los demás (genial también a este respecto, más allá de la situación que genera el conflicto, la anécdota que cuenta Natalia sobre cómo pasa desapercibido su «absentismo» laboral, ya que la presencialidad no es necesariamente productiva, aunque pueda engañar al resto).
Y si la película es una comedia de enredo, también es por supuesto una comedia romántica, con algunos clichés (por ejemplo ese seguir la corriente a la amnésica que tanto juego da), sus detalles cómicos (que son muchos aunque siempre con sus contrapuntos bajoneros), sus chistes recurrentes (las rimas de Santi, la selección de bañadores, la alusión a los silbidos como reclamo sexual…), sus reveses argumentales y emocionales (el clásico punto de inflexión en el que todo se viene abajo) y, sin embargo, elidiendo elegantemente toda convencionalidad a la hora de resolver, dejando así una atípica e importante huella en el fructífero (pero demasiado uniforme y acomodaticio) panorama de la comedia española contemporánea.