La cocina, de Alonso Ruizpalacios

La cocinaEl restaurante The Grill se convierte en el escenario principal de La Cocina, una película dirigida por Alonso Ruizpalacios que cuenta la complicada relación de “amor” entre Pedro y Julia. Interpretados por Raul Briones y Rooney Mara respectivamente, uno es un cocinero inmigrante sin papeles relegado a la cocina con el resto de extranjeros mientras la otra es una camarera estadounidense que alterna entre los dos mundos de The Grill, el relajado ambiente del comedor donde los comensales disfrutan de sus platos y el infernal ajetreo de los fogones en los que se preparan las comidas. En estos dos mundos del restaurante de Nueva York, separados físicamente por apenas una puerta tambaleante, se desarrolla una historia que parece una suerte de Romeo y Julieta en la que el romanticismo solo es la superficie sustentada por otros incentivos más allá del amor, y mientras el cocinero y la camarera resuelven sus diferencias, también deben lidiar con el opresivo ambiente del local, alterado tras la desaparición de una gran suma de dinero.

Aunque se sitúe en un restaurante de Nueva York y, en los primeros minutos, presenta a Estela (Ana Díaz) deambulando perdida por el ajetreo de la Gran Manzana buscando desesperadamente el famoso The Grill, La cocina estuvo en gran medida rodada en México, hecho que encaja muy adecuadamente con la propia temática en la que la inmigración es una de las principales preocupaciones. En una de las escenas destacables, que no son pocas en el filme de Ruizpalacios, los cocineros empiezan a insultarse de todas las maneras posibles, cada uno en su idioma, creando un alargado pero ágil salteado de planos en los que las culturas se entrecruzan en lo que supone uno de los pocos momentos de ocio en The Grill. Esta pluralidad se extiende a la propuesta formal de La cocina que destaca por el extenso uso de herramientas cinematográficas y, del mismo modo que se mezclan múltiples culturas en la escena mencionada, por el cóctel de recursos y formatos a lo largo del que se compone el metraje. Ruizpalacios cambia el formato de la imagen en función del lugar (y de lo opresivo que resulta), la velocidad del obturador que se ralentiza en los momentos más agobiantes para dejar un rastro borroso de lo que sucede, y, en un filme casi en su totalidad en blanco y negro, en ocasiones asoma una tonalidad colorada como el azul o, un color mencionado constantemente en la película, el verde, dotando a las imágenes de un valor subrayado por el tinte escogido.

La cocina

La saturación de recursos en la puesta en escena no hace más que sumar a la sensación agobiante y hasta claustrofóbica que supone esa cocina, llena de promesas pero también de mentiras, de comunidad pero también egoísmo, y, del mismo modo, Ruizpalacios muestra compasión pero también critica a sus personajes, cuya moralidad queda en entredicho ante el ineludible peso del capitalismo. Con todo, lo cierto es que la virtuosa apuesta visual de La cocina no está equilibrada con el argumento que cuenta, que en ocasiones peca de una cierta repetición que puede resultar cargante en una película tan larga. La excesiva duración de casi dos horas y veinte minutos, incapaz de mantener un nivel uniforme, provoca que en conjunto queden ensombrecidas escenas que por sí solas son una auténtica maravilla. Ya he mencionado el concierto de insultos, pero la más digna de señalar en opinión de un servidor es un apabullante plano secuencia que, por su duración, bien podría funcionar como un cortometraje de lo más agobiante y de una factura técnica intachable. En plena hora punta, la cámara navega por el estrés de una cocina que apenas puede atender a la demanda y al que se suman conflictos personales, discusiones y errores en la maquinaria. Las camareras recogen los pedidos y la cámara las sigue hasta comedor, un mundo al otro lado de la puerta completamente distinto e ignorante del infierno que hay a unos pocos metros, el cual no hacedani más que empeorar a cada segundo. El sonido incesante de las máquinas imprimiendo nuevos pedidos que atender, los gritos y la propia cocina se convierten en la música que marca el frenético ritmo del plano, estresante como pocos y memorable como ninguno.

Estrenada en la 74º edición del Festival Internacional de Cine de Berlín, La cocina se basa en la obra teatral The Kitchen de 1957 de Arnold Wesker, la cual ya tuvo su adaptación cinematográfica en 1961 con el drama británico del mismo nombre. El director mexicano Ruizpalacios traduce el título al castellano y ofrece su versión de la historia en un filme en el que convergen múltiples nacionalidades, diluyendo la barrera entre idiomas bajo el opresivo peso de un sistema capitalista que solo busca cómo sacar el máximo provecho de cada situación. Aunque muchos de los personajes están en Nueva York en busca del sueño americano, La cocina no parece compartir esa visión optimista y hace añicos cualquier ápice de esperanza. Como dice uno de los personajes en un prolongado monólogo, el momento más sosegado y un respiro agradecido en el prolongado metraje: “Pediste que contáramos un sueño, no es culpa mía que resultara ser una pesadilla”.