Sin duda una de las cumbres de esta edición de la Seminci fue la proyección de la copia restaurada de Time of Maturity (1976) del realizador de origen iraní Sohrab Shahid Saless, dentro del jugoso ciclo dedicado a la cinematografía alemana. Y se ve que realizar una película para la televisión, como era el caso, no hacía la menor mella en sus insobornables presupuestos formales, ya que se trata de un destilado total de su estilo y obsesiones. De hecho, el espectador no avisado puede pensar que se encuentra ante un film que saquea la influencia de Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, Bruxelles (Chantal Akerman, 1975), dado que su minimalista historia nos describe con obsesiva y cotidiana minuciosidad la rutina diaria de un niño y de su madre de profesión prostituta, aunque en este caso el punto de vista está volcado sobre el hijo. Sí que podríamos interpretar que juega con la ya totémica obra de Akerman porque el arco emocional de la madre amaga con llevarnos por similares derroteros de derrumbe psicológico para luego frustrarlos. Pero nada hay más salessiano (si se me permite el término) que la obsesiva concreción en el recorrido de su pequeño protagonista, que además nos hace pensar en el hijo del pescador furtivo con el que abría su filmografía en su país de origen pocos años antes.
Cuando ya Abbas Kiarostami había realizado sus primeros cortos, Saless estrenaba A Simple Event (1973), cuyo protagonismo infantil para vehicular una fábula más o menos disimulada en una narración minimalista nos invita inevitablemente a asociarlos y a considerarle como referencia de una cierta tendencia del cine iraní de autor que se impondría décadas más tarde. El film nos ofrece una serie de jornadas en la vida de un niño cuya responsabilidad excede la que cabría esperarse de alguien tan joven. Siempre a la carrera, de la escuela a casa, ayudando a su padre en la pesca furtiva, haciendo recados mientras su madre está enferma y aparentemente sin tiempo para estudiar, razón por la cual se está quedando rezagado en la escuela. Desde una gran sobriedad y desnudez estética, abundando en planos generales de gran distancia focal, el film busca un retrato esencial enmarcado en un frágil contexto socioeconómico, estructurándose principalmente a través de repeticiones que trazan un círculo de precariedad del que no se antoja nada fácil salir.
Saless abundaba y profundizaba en los rasgos mostrados en su ópera prima con Still Life (1974), segunda y última que rodaría en Irán. De nuevo el mismo laconismo y despojamiento, el gusto por las repeticiones desde un planteamiento con escasísimos ingredientes, incluyendo una columna de sonido sin música y apenas diálogos pero que resalta los contados elementos que pone en juego. Si en A Simple Event el protagonismo recaía en un niño, aquí es un veterano y muy humilde guardavías quien domina la escena, acompañado por su esposa que teje infatigable alfombras que luego malvenden. El círculo de precariedad en que están atrapados tiene su correspondencia con un recorrido físico circular cuyas potenciales salidas tangentes no prometen mejora alguna. Al contrario, la llegada de un guardavías sustituto, que poco menos que engulle la comida que le ofrecen, como si su hambre fuera inherente a todo su pasado y anunciase la futura del matrimonio, sólo pone de manifiesto que una mayor vulnerabilidad siempre está a la vuelta de la esquina. Es una película muy rigurosa a nivel formal, meticulosa y paciente en la descripción de acciones, que conjuga su explícito patetismo con una soterrada emoción.
El primer film de Saless en Alemania, Far from Home (1975), también restaurado recientemente, trataba muy apropiadamente la figura del inmigrante en otra obra que cumple con sus señas más características. De nuevo su director propone un recorrido circular, una exacerbación de la rutina que denota a unos personajes atrapados y alienados por sus circunstancias. Su protagonista no sufre penurias económicas gracias a un trabajo estable, pero viviendo en medio de un país y una sociedad que le son ajenas, sin apenas conocer el idioma, y compartiendo piso con compatriotas turcos que seguramente ni siquiera ha podido elegir, su vida está tan desnuda de alicientes como la puesta en escena de Saless, que apuesta por la sequedad y el vaciado de todo lo superfluo, con secuencias muy precisas resueltas en muy pocos planos y generalmente fijos. Trabajo, metro, calle, escalera y casa. Son los puntos cardinales de su rutina diaria, mostrados repetidamente con sutiles variaciones en la posición de la cámara, y las pocas veces que sale de ese círculo cerrado el resultado para el protagonista es frustrante. Todo está tan normalizado y ordenado como el timbre que le avisa del final del turno, como el jefe de la estación que marca la salida del metro. Este hombre ha perdido toda referencia y anclaje emocional, casi todo el calor humano, y ni siquiera puede acceder a relaciones sentimentales. El dinero ha sustituido casi cualquier otra consideración. Para empezar, es la única razón por la cual se encuentra en Alemania. Pero además, sirve de engrase relacional con un joven compañero de piso, representa la única vía que se le ofrece para acceder a relaciones sexuales, y es la magnitud que define su trabajo y el de sus compañeros, quizás su propio valor como personas.
En similares términos materialistas se resuelve Time of Maturity. La única obsesión de su protagonista es hacerse con el dinero necesario para poder adquirir una bicicleta. No hay en su vida demostraciones afectivas, sino básicamente relaciones transaccionales que empiezan, claro está, por las que ocupan profesionalmente a su madre, con la que vive en descoordinación horaria, como plasma hondamente la larga escena inicial en la oscuridad de la noche. Y por ello mismo este chico no duda en robar a sus compañeros de escuela o engañar a una vecina invidente muy desconfiada con las vueltas de los recados que le hace habitualmente. De hecho, su preocupación ante su posible fallecimiento sólo responde al efecto que pueda tener sobre esa fuente de ingresos. Los personajes son tan implacables como el estilo visual de Saless, el rigor de sus planos, que no cambian mientras no sea estrictamente necesario, y la parquedad de unos diálogos que sólo se pronuncian cuando no queda más remedio. Hay una materialidad visual muy lacerante en su cine que se manifiesta de manera geográfica por esos circuitos que recorren los personajes, por el obsesivo detalle con el que, en esta ocasión, vemos el devenir del niño en las diversas estancias que ocupa, su tránsito por la escalera del edificio o por la calle, la evidencia visual de la prisión de marginalidad, precariedad o explotación en la que viven él y el resto de sus antihéroes.
Una prisión que en la posterior Utopia (1983) sería más literal, los confines de un prostíbulo regido desde el terror por un proxeneta misógino y misántropo, una cárcel también interiorizada por sus víctimas con esa incapacidad que muestran para escapar dada la ocasión, por esa falta de alternativas que también limita al resto de caracteres de su filmografía. Encontramos de nuevo un cierto gusto por las repeticiones y rutinas, facilitadas por las tres horas de metraje, lo que quizás otorga en esta ocasión más peso relativo al factor tiempo respecto al espacial. De hecho, el reducido espacio en el que se resuelve la acción le quita distanciamiento a la película, también más explícita retratando la violencia que sufren los personajes. La crueldad sólo se salva por el riguroso laconismo de la puesta en escena y el carácter perfectamente inhumano y maquinal del villano de la función. Es curiosa, por otra parte, la apertura y cierre de la película, en un teatro durante una representación operística, un punto de divergencia con la realidad iraní de sus primeros films, y que nos viene a decir que detrás del oropel material y cultural de las sociedades occidentales, la explotación humana también está al orden del día.
Desde luego, no tiene desperdicio ninguno de estos cinco títulos de Saless, los que he tenido oportunidad de ver de una filmografía que se extiende hasta la quincena de largometrajes, y esperemos que prosiga el trabajo de restauración de su obra alemana para que se pueda poner en merecido valor su figura.