Nosferatu, de Robert Eggers

NosferatuEn un momento en el que las adaptaciones y los remakes están a la orden del día, es difícil encontrar una propuesta reconstructiva (por inventarme un término) que se sienta original. Pero en este panorama particularmente desgastado, la adaptación de Nosferatu del director Robert Eggers traía consigo cierta expectación, una promesa distinta de un autor cuya corta pero interesante trayectoria le hace brillar como alguien diferente.

Desde su nacimiento, movida por una necesidad de esquivar las demandas por derechos de autor de Drácula, Nosferatu siempre se ha sentido como algo más que un mero vampiro. Tanto Murnau como Herzog plasmaron en sus películas una preocupación e interés por establecer un tono y una atmósfera capaces de potenciar lo que de por sí era una narrativa más bien paupérrima. Murnau creó un icono de género capaz de perturbar tan solo con su presencia y Herzog, lleno de amor y respeto por su predecesor, expandió con su adaptación el trasfondo y complejidad de la figura del vampiro sin por ello complicar la trama ni diluir su sugestividad visual, viéndose esta precisamente beneficiada por su autoría y ampliación de mecanismos que el cine había adquirido con el paso de los años.

Es por esta liviandad argumental y énfasis en la sugestión que ha presentado la obra desde sus inicios que Robert Eggers se antoja como un candidato ideal a ser el siguiente en adaptar la obra, pues en sus proyectos previos ha brillado siempre por su capacidad de jugar con escenarios y elementos limitados para crear con ellos ambientes opresivos capaces de subvertir y reinventar tropos de género, algo particularmente reseñable en La Bruja y El faro. Y su Nosferatu, en gran medida, cumple con lo esperable, aunque con algunos matices…

Nosferatu

Eggers da rienda suelta desde la presentación de la película a un meticuloso despliegue de recursos en los que la cámara se cierne como una sombra acechante sobre los rostros de sus personajes, danzando entre los más que conocidos pasajes de la historia original de un modo casi onírico. Este no arraigamiento en la realidad que se presenta desde su inicio, fundiendo sueño y vigilia en una mezcolanza pesadillesca típica de David Lynch, potencia la sensación de sugestión de sus protagonistas, completamente desprotegidos ante una aflicción cuyo origen y alcance no solo desconocen, sino que no aspiran si quiera a poder imaginar. Nosferatu nunca se había sentido tan poderoso ni tan real.

Parece ser que toda adaptación de un clásico lleva consigo obligatoriamente una actualización, y esta no es una excepción. Pero lejos de entorpecer, los matices que se ofrecen en la versión de Eggers enriquecen en líneas generales el conjunto. El vampiro se siente culturalmente mucho más arraigado a su territorio, desde su vestuario pasando por sus alrededores y terminando en su sorprendentemente valiente bigotillo. Sus personajes también gozan de mayor complejidad (algo que ni siquiera el existencialismo de Herzog había conseguido del todo) poniendo en primer plano su angustia y trabajándose un poquito más sus conflictos, especialmente los de Ellen.

Nosferatu

El guion abandona en esta nueva versión el protagonismo de Thomas o incluso al propio Nosferatu para ponerse el foco sobre Ellen, la esposa de Thomas interpretada por una genial Lily-Rose Melody Depp. Esta decisión que obedece de nuevo a la necesidad de actualización de personajes y temas, ofrece en su mayor parte un enriquecimiento de la trama. Ellen ya no es la esposa pura y sacrificada de las otras versiones. Aquí se presenta como un personaje conflictivo, acechado por las sombras y la muerte, tentada por la misma en una sociedad en la que las que las aflicciones de las mujeres eran menoscabadas y aquellas que las verbalizaban eran tildadas de histéricas. La conexión de Ellen con Nosferatu y lo oculto se siente mucho más turbadora e interesante, construyendo casi un triángulo amoroso con Thomas, el único que la toma un poco en serio, regresando a una especie de romance prohibido más típico de Drácula sin por ello renunciar a la cualidad monstruosa de Nosferatu. Sin embargo, aunque su impacto en mayor medida sea tremendamente positivo e interesante, el vertebrar la trama a partir de Ellen termina generando el que a largo plazo sería el principal error de la trama: las explicaciones.

Como ya he recalcado antes, Nosferatu siempre ha sido un título que ha brillado especialmente desde lo sensorial. Algo de lo que Eggers parece ser consciente tan solo en su primera mitad, puesto que gran parte del trabajo que se hace en su inicio se ve saboteado por un desarrollo argumental que, quizás movido por fórmulas más modernas del terror o por miedos a ser una obra “simple”, se encorseta en un lodazal de explicaciones y hocus pocus esotérico que limitan a la puesta en escena a una concatenación de escenas cuyo único propósito es el de alargar la trama y moverla hacia delante. La película sigue teniendo sus momentos (como el propio clímax, que es una de las escenas más espectaculares que he visto en un largo tiempo), pero su efectividad se ve reducida. Al alargarse el metraje, Nosferatu se ve obligado a aparecer más, restándole poderío a su presencia, y ese planteamiento pesadillesco y confuso que se presenta desde su inicio se diluye para adoptar una estructura más rudimentaria en la que sus elementos antaño poderosos se sienten algo desgastados o faltos de efecto.

Nosferatu

Es por eso que creo que Nosferatu se siente como una amalgama de luces y sombras. En los ratos en los que abraza la obra original y la actualiza, Eggers está en su salsa, potenciando el imaginario ya existente con su meticulosidad desde la cámara, la dirección de arte y la actualización de sus personajes. Pero su conjunto se resiente cuando adopta mecanismos y fórmulas más genéricas que no terminan de maridar con la esencia de una obra que nunca pidió complejidad narrativa. Una adaptación que pone cosas muy interesantes sobre la mesa y que podría haber sido una gran película pero que, a diferencia de sus predecesoras, peca de no terminar de tener clara su propia identidad.

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