Abocados ante su incertidumbre, el grupo madrileño Carolina Durante abrían su último disco con un estremecedor alegato: «Joderse la vida es más divertido», una frase que acompañan junto a una retahíla de vicios y malos hábitos a favor del placer irremediable de la autodestrucción. Desde esa postura contradictoria se reivindican los caminos torcidos; el ir en contradirección a sabiendas del riesgo, ya sea por inercia, rechazo o cualquier otra circunstancia. Porque en el camino a seguir todo el mundo parece saber qué es lo más conveniente para los demás y cómo deberían hacerse las cosas, sin embargo, no puedo si no conmoverme con aquellos que boicotean su cometido, que escapan a las decisiones preestablecidas y se entregan al riesgo del devenir pasional. Ese mismo espíritu se traslada al fondo de Rock Bottom (2024), primer largometraje de la directora de animación María Trénor que, después de pasar por el Festival de Annecy, desemboca en salas como un flechazo de amor en mitad de un trip de setas.
El título de la película hace referencia al mítico disco de Robert Wyatt de 1974, surgido a raíz del auge del rock progresivo y la escena de Canterbury con grupos como Camel, Caravan o Soft Machine. Integrante de este último, el legendario vocalista y batería protagoniza una historia desde su interior, a través de una inspiración frustrada situada a orillas de la isla de Mallorca. Allí está junto a su pareja, la pintora y cineasta experimental Alfreda (Alif) Benge, con la que desarrolla una especie de relato de supervivencia, tanto por su compromiso creativo como por su vínculo emocional. En otro tiempo, tres años después, se explora un paralelo dramático a raíz de esa circunstancia previa y el accidente que el artista sufrió cayendo de un cuarto piso. Como una ensoñación producto del trance del coma, el recuerdo de esos días reaparece y la directora plasma ese momento como un extraño viaje psicodélico alrededor del descubrimiento y el amor que se profesan, utilizando el lenguaje animado para convertir el paisaje costero en una alucinación acuosa.
María Trénor conjuga una estética deudora de la novela gráfica europea e implementa la estela del cine de animación patrio más reciente, compartiendo un sentido interés musical con Disparen al pianista de Fernando Trueba y el movimiento que otorga la rotoscopia. Sirviéndose de la misma, el desarrollo peca de cierta cadencia encorsetada, especialmente durante su primera mitad. Sin embargo, consigue encontrar el tono adecuado cuando se recrea en su expansión —una acorde al misticismo del lugar—, trabajando con más soltura el delirio mediante la implementación de otras técnicas que funcionan como fuga de su terrible realidad. Esto produce una especie de anomalía fascinante, coherente (a su vez) en su contradicción; una película difícil de clasificar por su naturaleza y riesgo que guarda una pasión enorme por el material de partida, creando una imagen absolutamente hipnotizante parecida al efecto de una mandala que se abre a través de un ciclo infinito.
Por otra parte, cuando los personajes recuperan el contacto con la existencia terrenal, el poso emocional se diluye en los restos; en la adicción y las insatisfacciones de una vida sin respuestas. Desde su honesta transparencia, la mirada que dirige hasta ese lugar recóndito tampoco se detiene en recrearse o juzgarlos, simplemente observa el transcurrir de sus decisiones cuestionables y deja pasar los años, desembocando en la casualidad inevitable de una conclusión que se presupone tan injusta como humana y honesta.
Volviendo sobre sus pasos, la película se nutre de su propia experiencia y emana del sentir inmenso de una realidad paralela e iluminadora. En su manera de desvincularse rezuma el abismo, su atractivo y la increíble hazaña de la animación como canal. Rock Bottom funciona (sobre todo) desde ahí, cuando se hunde en sí misma y habita su ambigüedad, y a pesar de no llegar a ser comprendida, por lo menos puede asumir el riesgo de profundizar en su verdad; en la sinceridad de una canción que aún no sabe cómo cantar, pero que a oídos atentos, suena bien.