Top 2024 – 3. La zona de interés, de Jonathan Glazer

¿El negacionismo como antídoto a la locura?

La zona de interésOigan, que sí: a todos nos provocan ya cierto hartazgo las películas sobre campos de concentración y su aciaga circunstancia, convertidas en competiciones morbosas que apelan más a nuestros bajos instintos que a nuestro rigor intelectual. El espectador termina ensuciado, salpicado por propuestas donde la técnica y la moral parecen rivalizar en lugar de complementarse: cómo pongo en escena lo irrepresentable, qué muestro para mantener algo tan obsceno como “el interés” (aunque se sepa de sobra lo que está pasando); cómo sincronizo, en suma, el arte con la ética, el horror con su correspondiente testimonio ficcionado.

Hemos visto a trabajadores de los sonderkommandos confundiendo su maldición con el privilegio, a kapos descerrajando tiros en la sien con infinito deleite, a padres construyendo mundos felices para proteger a sus hijos, a internados con la cabeza gacha y el fondo difuminado. Jonathan Glazer opta por un sorprendente punto de partida: para los matarifes no había excepcionalidad alguna en su conducta. Para el jefe de los verdugos, aquél era un trabajo como cualquier otro en el que había que despuntar con las cifras de “productividad”, tratando de sobrellevarlo lo mejor posible siempre en el ámbito de una pretendida… ¿normalidad?

La zona de interés

El comandante del campo de exterminio de Auschwitz Rudolf Höss y su familia vivían en una casa adosada al perímetro de aquél inmenso complejo diseñado para el asesinato en masa. ¿Estar en la zona cero del Mal les provocaba algún tipo de parálisis vital que les inhabilitaba para hacer frente a su día a día? Pues no. En La zona de interés vemos a una familia alemana que no necesita siquiera “fingir” que nada ocurre, porque nada le está pasando a quienes realmente importan (ellos mismos, por supuesto). La madre se dedica en cuerpo y alma a sus juegos florales, los niños corretean por los pasillos de la inmensa casa, el padre se acicala para acudir a rendir cuentas ante sus inmediatos superiores. Poco más que un funcionario aplicado, sin ninguna incertidumbre moral.  

La película apuesta por el paisaje sonoro, habida cuenta de que la imagen (la herramienta por antonomasia del séptimo arte) no puede (ni debe) ponerse a la altura del terror descrito. El espectador sabe lo que está pasando al otro lado de la valla, cómo no. Y se le invita a explorar esa zona oscura entre lo que los habitantes también saben (o pueden llegar a suponer fácilmente, en el caso de los más jóvenes) y lo que todos estamos escuchando. ¿Cuándo dejarán de comportarse como los personajes de una función, cuándo abandonarán la representación y mostrarán confusión, duda, asco, lo que sea, tan solo un leve atisbo de Humanidad? Puede que nunca, ni siquiera de camino al cadalso.

Coincidiendo con el 80 aniversario de la liberación de los campos, leemos que ese “hogar” (el real, que no es donde se rodó el film) reabrirá sus puertas como centro de investigación del odio y el extremismo. Höss recordaba el sitio como un buen lugar donde criar a sus 5 hijos: jardín, piscina, un invernadero, sauna, cobertizo para los animales. ¿Qué más se podía pedir?

La zona de interés

Pero existía un pequeño detalle: las ventanas de la parte superior de la casa, las que daban directamente sobre el campo… esas habían sido oscurecidas. Hasta los más chalados de entre los más psicópatas reconocían así que había algo de insoportable en aquella posibilidad: la de que alguien de la familia pudiese asomarse al abismo y constatar que eran los cancerberos del mismísimo infierno.