El horror de lo normal
Las máscaras son expresiones fijas y ecos admirables de sentimientos, a un tiempo fieles, discretas y superlativas. Los seres vivientes, en contacto con el aire, deben cubrirse de una cutícula, y no se puede reprochar a las cutículas que no sean corazones.
George Santayana, Soliloquies in England and Later Soliloquies, 1922
La ciencia ficción reciente ha hecho de la apariencia un tema central. Desde el cine mainstream con Los Feos de McG en Netflix, pasando por Hollywood con La Sustancia de Coralie Fargeat, hasta el circuito indie con A Different Man de Aaron Schimberg, han consolidado al género como una vía para explorar el impacto social y personal de la obsesión con la imagen, generalmente enfocándose en el costo de la vanidad. Sin embargo, A Different Man se desmarca de esta mirada al hibridar comedia negra, drama y body horror para abordar esta problemática a través de un protagonista con neurofibromatosis que no anhela la belleza, sino la normalidad. Introduciendo una reflexión provocadora: en un mundo hipercompetitivo, incluso en los espacios más íntimos, lo normal nunca es suficiente.
Esta perspectiva es el resultado de una visión que Schimberg ha cultivado a lo largo de su filmografía, donde su interés por actores con patologías físicas se convierte en un vehículo para explorar el miedo y la repulsión que puede generar un rostro deformado situando esta inquietud en escenarios atravesados por la creación artística y el deseo femenino, como ya lo había hecho en Chained for Life. Afortunadamente, su mirada ha madurado, lo que le permite abordar el tema con mayor profundidad y crítica. Aun así, en la segunda mitad de la película, esta exploración corre el riesgo de volverse excesivamente autoconsciente, transformando la reflexión sobre los prejuicios del creador y su obra en un ejercicio demasiado expositivo.
Pese a ello, es desde esa consciencia de la autoría y a través del personaje más estereotípico de la película, Ingrid, que el discurso se revela ante el espectador. Ya que aunque a primera vista la historia parezca centrarse en un hombre con problemas físicos y de autoestima que se enamora de la primera persona que le muestra amabilidad —alguien que, además, parece inalcanzable—, a medida que el guion avanza, queda claro que en realidad trata sobre dos individuos que anhelan destacar y ser vistos más allá de su apariencia. En el caso de Edward, su enfermedad hace que este deseo sea más evidente, pero para Ingrid ocurre lo mismo: ella es solo «la chica bonita» con una vida social y sexual convencional. Hasta que el encuentro entre ambos altera su percepción del mundo y de sí mismos, aunque no en la forma que el espectador podría anticipar.
Lo que comienza como una historia de amor atípica evoluciona gradualmente en un metarrelato sobre la lucha por el protagonismo. Esta pugna se hace evidente en la competencia entre Guy y Oswald por el papel de Edward en la obra de Ingrid, pero también se despliega de forma más sutil a través de la máquina de escribir y la relación entre Edward e Ingrid. Dado que detrás de su aparente amabilidad, emerge un trasfondo inquietante: tanto en el ámbito profesional como en lo personal, Ingrid se vale de ambos personajes con neurofibromatosis para desprenderse de su propio estereotipo y, finalmente, destacar. Edward, en cambio, ni siquiera con un nuevo rostro logra romper la barrera superficial que lo reduce a su apariencia, convirtiendo esa imposibilidad en el núcleo de su frustración y, en última instancia, en el motor emocional de la película.
Después de todo, es en el desenlace de ambos personajes donde Schimberg revela su mirada más incisiva, debido a que a través del contraste entre alcanzar lo deseado y permanecer atrapado en los mismos patrones, demuestra que cuando Edward e Ingrid intentan encajar desde su normalidad, sus esfuerzos fracasan; sin embargo, al adoptar una imagen que desafía sus estereotipos—como Oswald, un galán cuya apariencia reta los cánones tradicionales— logran acceder al protagonismo social tan anhelado. La película expone así una paradoja moderna: aparentar lo extraordinario se convierte en la clave para ascender en la escala social, mientras que ser uno mismo es insuficiente. En última instancia, A Different Man cuestiona hasta dónde nos lleva ese deseo de trascender nuestro estereotipo y qué impacto personal tiene cuando no lo logramos. Concluyendo que el dilema contemporáneo no es solo destacar, sino aceptar que, para hacerlo, debemos convertirnos en alguien más.
A pesar de la originalidad y extrañeza de su propuesta, resulta llamativo que la película haya sido galardonada con el premio a mejor guion en el Festival de Sitges. Puesto que aunque incorpora elementos de ciencia ficción, terror psicológico y body horror, estos aparecen de forma excesivamente difusa y sin desarrollo, quedando relegados al inicio de la trama para dar paso, fundamentalmente, a un drama con tintes de comedia negra. Aún así, dentro de esos breves destellos de fantasía, destaca un recurso visual que, de haberse explorado más desde lo extraño, habría resultado más efectivo, pero que igualmente logra ser elocuente: la grieta negra que invade el apartamento de Edward y se convierte en la metáfora de su propio rostro cuando ambos, techo y piel, comienzan a resquebrajarse.
Aquella intención de unificar la casa de Edward con su transformación física desata una deconstrucción del espacio, que aunque es abordada exclusivamente desde el realismo, logra expresar el proceso interior de despojamiento que sufre Guy. Cuando al cambiar de rostro, su hogar se convierte en un espacio más llamativo y lujoso. Pero, también cuando descubre que la historia de su vida ha sido apropiada para una obra de teatro en la que no puede reclamar ninguna autoría o visibilidad, su casa se desmorona en las paredes falsas de un estudio, revelando un pasado distorsionado y un futuro al borde de la obsolescencia. Asimismo, en su último encuentro, con Oswald e Ingrid, Edward queda expuesto en un espacio público, despojado de todo, en especial de su propia intimidad, figurando como una persona vaciada de su identidad.
Por ello, aunque la trama parece envolverse en un mensaje simplista sobre la importancia de “lo de adentro” y la idea de que no es necesario cambiar para alcanzar lo que deseamos, sino simplemente tener una gran personalidad, A Different Man, se aleja de la historia sobre la conquista del amor para plantear todo lo contrario. Es un relato desgarrador sobre la imposibilidad de percibir a los demás más allá de la superficie y cómo la novedad, la originalidad e incluso lo extravagante han dejado de ser rasgos de identidad para convertirse en cargas insoportables y obligatorias en nuestra vida personal y profesional, que además cada día parece más indisociable. Debido a que, en una sociedad obsesionada con ver y ser vistos, dónde las redes sociales han impuesto una mirada que distorsiona lo íntimo y nos empuja a negar nuestra propia naturaleza, no estamos a salvo de la voracidad del futuro, la ciencia y la sociedad, ni siquiera en nuestra propia personalidad.