La sustancia, de Coralie Fargeat

Every rep counts

La sustanciaEscribió Plutarco sobre el barco en el que Teseo volvió de Creta tras enfrentarse al minotauro que los atenienses iban reemplazando sus tablas viejas por otras nuevas a medida que se iban desgastando, conservando el mítico barco durante siglos. Una vez todas las tablas viejas fueron reemplazadas, ¿seguía siendo el mismo barco? Si con las tablas viejas se hubiera construido un barco idéntico, ¿cuál de los dos podría considerarse el barco de Teseo? La sustancia retoma esta paradoja filosófica sobre la identidad para ofrecer una reinterpretación en clave feminista que la conecta con temas como la maternidad, la banalización de la mujer como cuerpo-objeto o el miedo al ostracismo del envejecimiento.

Para explorar estos temas, Coralie Fargeat se apoya inteligentemente en la creciente ola de herederas de Cronenberg (Julia Ducournau, Rose Glass). A pesar de presentar variantes muy distintas entre sí, todas ellas comparten el descubrimiento sobre la potencialidad del body horror para resignificar temas y preocupaciones de género. En el caso concreto de la ganadora al mejor guion en el 77 Festival de Cannes, uno de sus principales aciertos radica en el extremismo con el que logra la transformación de los conflictos internos de la protagonista hacia un conflicto externo que da cuerpo a sus deseos y temores. El fantástico precisamente siempre se ha caracterizado por utilizar sus monstruos como metáforas de conflictos subyacentes menos tangibles. Aunque en todo caso, la fisicidad de los cuerpos en liza de La sustancia logra atrapar al espectador en una disputa paralela entre el deseo por la forma femenina y el asco hacia lo grotesco de sus deformidades. El trabajo de puesta en escena y su sobrecarga de primeros planos logra progresivamente la disolución de esta dicotomía al causar también rechazo hacia personajes aparentemente atractivos y exitosos. Por esa importancia de lo corporal, no se puede olvidar mencionar la acertadísima elección de casting con Demi Moore interpretando a una celebridad en decadencia (con total entrega y confianza en un papel sin duda arriesgado) y Margaret Qualley dando forma a su alter ego (que se apoya en referentes contemporáneos del género, como la Mia Goth de la reciente trilogía de Ti West).

La sustancia

Como contrapunto, la sensación de desagrado se ve aligerada por un tono cómico inspirado por el Mulholland Drive (2001) de David Lynch y una estética vaporware llena de planos descontextualizados de palmeras y calentadores. Se crea así un equilibrio estético entre lo exagerado y lo realista, lo repulsivo y lo burlesco; que consigue que el espectador tome aire ante lo crudo de sus secuencias más duras. Entre ellas, destaca poderosamente la primera transformación en la bañera que aparece en el cartel de la película. Según cuenta su directora fue de hecho la primera escena en ser escrita en el guion y una vez más sobresale gracias a la combinación de primeros planos para detallar operaciones médicas con una precisión casi documental trabajando conjuntamente con una imaginación desbordante capaz de dar a luz lo fantástico —con guiño incluido a los momentos psicodélicos que preceden al último acto de 2001: Odisea en el espacio (Stanley Kubrick, 1968)—.

La sustancia

Seguramente algunos encuentren en este ejercicio de malabarismo constante algunas estaciones donde bajarse del tren, especialmente en la segunda mitad; donde es cierto que el ritmo puede ralentizarse en exceso ante una repetición que constata la falta de profundidad de algunos temas y subtramas. Para aquellos lo suficientemente pacientes, el tramo final vuelve a recompensar especialmente a los fans más acérrimos del género, con un torrente de imágenes tremendamente impactantes y excesivas pero que se sienten como consecuencia lógica del registro del resto de la cinta.

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