La semilla de la higuera sagrada, de Mohammad Rasoulof

La higuera religiosa

La semilla de la higuera sagradaNo se si será un rumor pero las redes plantean que la representante de Israel en Eurovisión será una de las rehenes liberadas. Hamas, por su parte, luce el intercambio de prisioneros como un triunfo, en medio de la desolación más absoluta en Gaza. Son muestras del cinismo más absoluto, despropósitos morales. En el otro extremo del llamado Oriente Medio, financiando a Hezbollá y a los hutíes yemenitas, la teocracia iraní se acerca al medio siglo de existencia. Desde Occidente podemos valorar asombrados su pervivencia. La semilla de la higuera sagrada da parte de las claves para entenderlo.

Irán es uno de los países con mayor población del área (más de 92 millones) y con una media de edad situada en la treintena. La alfabetización es superior al 80% y una gran parte de la población sigue probando suerte en las ciudades, dónde se acumula más del 70% de la población del país. En un país que, pese a los controles, no está aislado completamente del exterior, sorprende que esta población joven no consiga romper la línea teocrática que los sojuzga, imponiendo la ley islámica y una lectura sui generis del Corán, vinculada a un grupo de clérigos masculino y de edad avanzada.

La semilla de la higuera sagrada

La película de Mohammad Rasoulof nos plantea uno de los motivos que explican la continuidad del régimen, la complicidad de buena parte de la ciudadanía. Rasoulof, que ya planteara dilemas morales que afectaban a diversos grupos sociales en A Man of Integrity (Lerd, 2017) deja claro que es la implicación de numerosos funcionarios siguiendo, obedeciendo, la corriente oficial marcada lo que facilita la continuidad del régimen. En La semilla de la higuera sagrada Rasoulof expone la situación de Imán, flamante juez de instrucción, que inicia su nueva responsabilidad coincidiendo con las manifestaciones y altercados sucedidos a lo largo del país en 2022. Su primera labor, sin embargo, está limitada por decisiones políticas superiores que no le permiten margen de maniobra y le obligan a decretar una sentencia de muerte. Ese es el primer y principal problema de la cinta. Conociendo que la filmografía del director está orientada a la denuncia de las injusticias del sistema iraní, a nivel político y social, incluida la pena de muerte como ya hiciera en La vida de los demás (Sheytan vojood nadarad, 2020), pareciera que en esta ocasión su obra fuera a desarrollar una línea argumental más elaborada, vinculada a los disturbios sucedidos a raíz de la muerte de la joven Mahsa Amini. Desafortunadamente, la trama de la cinta se revela más superficial.

La confirmación por parte de Imán de la condena de muerte podía ser, pues, un punto de inflexión que diera pie a a un conflicto familiar y a una reflexión sobre el papel de complicidad de profesionales universitarios como él. Sin embargo, Rasoulof se orienta en otra dirección. Saltando el posible impacto que la decisión de Imán, cumpliendo con la norma establecida, puede determinar sobre su propia moral y sobre su futura conducta, desarrolla una trama centrada en la desaparición de su arma reglamentaria. A partir de este momento, el juez desarrolla un auténtico procedimiento de instrucción contra su mujer y sus dos hijas en el interior del domicilio para descubrir el culpable. Recurriendo a técnicas de interrogatorio y coacción, Imán forzará a su familia a asumir el papel de culpables, en lugar de considerarlas (o considerarse todos ellos) víctimas de un sistema abusivo. Rasoulof desenmascara a Imán, evidenciando que está más cercano a los metódicos torturadores que a su papel de juez, o incluso a su rol paternal. Sin embargo, hay tal vez demasiada contención en el retrato que el director hace de su protagonista. La espiral obsesiva de acciones llevadas a cabo por Imán para conseguir la confesión deseada, empujado por el temor a ser desaprobado por sus superiores, se desarrolla en imágenes con excesiva frialdad, cuando requeriría una puesta en escena que reflejara como tal el despropósito de sus acciones. Rasoulof, sin embargo, orienta la acción hacia un prolongado thriller que le aleja progresivamente de la crítica del sistema y se centra en el avatar de su personaje.

La semilla de la higuera sagrada

No hay duda de que la cinta es una denuncia rotunda del sistema iraní y de la opresión a la que somete a todo un país y, muy especialmente, a las franjas más jóvenes. No hay duda, tampoco, de que es una cinta necesaria, un grito desesperado y una prueba de la violencia oficial y las muertes sucedidas en las calles del país, evidenciadas mediante diversas secuencias reales tomadas con móviles e insertadas en diferentes momentos de la película. De poder verse en su país, La semilla de la higuera sagrada podría sacudir a la sociedad entera. Sin embargo, los premios cosechados (que incluyen un muy posible Oscar) son más atribuibles a esta causa política que a sus méritos cinematográficos. Habiendo dejado atrás la oportunidad de debatir sobre el dilema moral del protagonista, habiendo puesto en evidencia la violencia policial y la sumisión al sistema por parte del protagonista (y, en buena medida, de su esposa), se echa en falta más rotundidad, más tensión, en sus interrogatorios, más violencia en sus gestos hacia su mujer e hijas. Considerando la progresiva locura que parece poseerle en su afán instructor, la reproducción de las técnicas inquisitorias y los encierros a los que las somete, la puesta en escena es excesivamente neutra, como si el propio director mantuviera las pautas de orden dentro de la locura hasta que, finalmente, el tramo final se le escapa de entre las manos. No es una denuncia nueva y, puestos a recordarla, era más sutil, más emotiva y mucho mejor desarrollada mediante elipsis y off visual por otro represaliado en confinamiento domiciliario, Jafar Panahi, en la bella y dolorosa Los osos no existen (No Bears, Khers nist, 2022)

El resultado final es doble. Por un lado, tenemos una obra de importancia política, más que artística. Por otra, un artista exiliado. El motivo de ambas era ya conocido y, aunque el grito desesperado que surge de la película es tan justificado como necesario, tendría mucha más relevancia de poder haberse visto y oído en Irán.