Tricia Tuttle, anteriormente vinculada a los premios BAFTA y al BFI London Film Festival, se estrenaba este año en la dirección de la Berlinale y lo hacía con novedades como la incorporación de una nueva sala de proyecciones, Stage Bluemax, en la zona más céntrica del Festival o con la decisión de incluir la entrega del Oso honorífico dentro de la propia ceremonia de inauguración, consiguiendo que ésta fuese mucho más dinámica y atractiva. En cuanto a la programación, el Festival se reafirmaba una vez más en su ideario de libertad y apertura, acogiendo cinematografías de diferentes puntos del planeta y remando a favor de los derechos humanos y las minorías. Un discurso de sólidos principios al que se le augura un futuro cuanto menos incierto a juzgar por el panorama político por el que atraviesa Alemania, que justamente celebraba sus elecciones en el mismo momento en que ponía el punto final esta edición número 75, dejando constancia del cambio de rumbo que experimenta el país hacia posturas más conservadoras.
En un entorno idílico con la ciudad de Berlín cubierta por la nieve, la actriz Tilda Swinton recogía el Oso honorífico en la gala de inauguración y recordaba precisamente la nieve que también caía cuando ella visitó la Berlinale por primera vez a los 25 años. En un tono muy crítico con el papel de los líderes políticos actuales, Swinton interpelaba a la audiencia denunciando que lo inhumano está siendo perpetrado bajo nuestra supervisión. Tras su discurso, que desencadenó entusiastas aplausos, daba comienzo el Festival con la proyección del filme inaugural, The Light, de Tom Tykwer. El director de El perfume (2006) presentaba este drama con toques de comedia donde denuncia la falta de valores de la sociedad occidental a través de las dinámicas de una familia media alemana cuyos miembros, un matrimonio y sus dos hijos, han perdido la conexión entre ellos y se mueven en piloto automático, siguiendo la inercia que marcan sus trabajos o su propio narcisismo. La entrada en sus vidas de una nueva asistenta del hogar de origen sirio servirá como motor del cambio al provocar, gracias a su magnetismo y a sus extrañas habilidades, que la familia tome conciencia de que existen otras realidades más allá del materialismo en la que habitan. Para desarrollar esa idea Tykwer mezcla la guerra de Siria con el capitalismo, la realidad virtual, los números musicales y el elemento fantástico, todo ello metido en una coctelera desbordada por un exceso de ingredientes. El resultado es un filme disperso, demasiado ambicioso y largo, pero que aun así encuentra asideros debido al carisma de sus personajes protagonistas, y en especial del matrimonio interpretado por Nicolette Krebitz y Lars Eidinger, que consiguen salvar la papeleta aportando esa luz de la que carece el guion.
En el año en que España era el país Foco del European Film Market sorprendió que ni una sola película española estuviera en Competición y que su presencia en secciones paralelas fuese meramente testimonial. En este sentido destacó Sorda, de Eva Libertad, que se hizo con el Premio del Público de la Sección Panorama y, más recientemente, la Biznaga de Oro en el Festival de Málaga.
Dinámicas de poder
Dentro de una edición heterogénea en cuanto a sus temáticas, pudimos identificar ciertos paralelismos entre algunas de las películas, como el tratamiento, desde diferentes enfoques y estratos, de las dinámicas de poder. Muy poco antes de que la miniserie Adolescencia (Philip Barantini, 2025) se haya convertido en el fenómeno mundial en el que nos encontramos inmersos ahora, el Festival proyectaba la húngara Growing Down, que bien podría dialogar con aquella. En un sobrio blanco y negro, la notable ópera prima de Bálint Dániel Sós despliega una historia turbia y llena de matices donde un dramático incidente hará estallar la ya previamente tensa relación entre un padre (Szabolcs Hajdu) y su indisciplinado hijo adolescente. La verdad sobre lo ocurrido quedará empañada por el peso de la culpa y los traumas del pasado que arrastra el progenitor, el cual tomará las riendas de la situación para preservar la inocencia de su hijo a cualquier precio. En el otro extremo, el muchacho, interpretado brillantemente por Ágoston Sáfrány en toda su complejidad adolescente, se verá impelido a lidiar con las decisiones impuestas por la figura paterna, bien acatándolas o bien rebelándose contra ellas, mientras el director juega hábilmente con las expectativas del espectador ante lo que está aconteciendo.
Volviendo a los parajes nevados, pero esta vez con el resguardo de la sala de cine, La Tour de Glace de Lucile Hadzihalilovic nos sumerge en una atmósfera de cuento de hadas oscuro, donde una joven que escapa de su hogar, interpretada por la actriz Clara Pacini, acaba refugiándose en un estudio de cine donde se está rodando una película. Los límites entre la realidad y la ficción se desdibujan en un filme que remite al universo onírico de My Winnipeg (Guy Maddin, 2007), con una apuesta por los detalles y la estética por encima de la propia historia. En este caso las dinámicas de poder se establecen entre la admiradora-alumna y la estrella-mentora. Marion Cotillard, que ya trabajó bajó la dirección de la cineasta francesa en Innocence (2004), interpreta aquí a una actriz que da vida a la Reina de Las Nieves, una diva fascinante, tan magnífica como tirana, en lo que supone una variación del personaje del clásico popular de Hans Christian Andersen. Ambas mujeres establecen un vínculo que entrelaza amor fraternal, obsesión, erotismo y crueldad en un trabajo que hipnotiza con sus poderosas imágenes pero que no logra trascender. En un ejercicio de metacine a varios niveles, el rodaje que figura estar teniendo lugar en el filme está dirigido por el también director en la vida real Gaspar Noé, el cual —según explicaba Hadzihalilovic entre risas durante la presentación de la película en el Berlinale Palast— aceptó participar en el filme con la única condición de que su personaje pudiera usar peluquín.
En su segunda colaboración con la actriz Jessica Chastain tras Memory (2023), el mexicano Michel Franco presentaba Dreams, película que competiría con otra de título homónimo, la noruega Drømer de Dag Johan Haugerud, la cual acabaría alzándose con el Oso de Oro de esta edición. La apasionada relación entre una mujer madura de clase acomodada estadounidense, interpretada por Chastain, y un joven bailarín de ballet mexicano de origen humilde, Isaac Hérnandez —bailarín profesional en la vida real—, es el leitmotiv de este drama donde Franco lleva al límite el vínculo entre la pareja estableciendo un paralelismo con las tensiones políticas entre Estados Unidos y México. La poderosa atracción que sienten los dos protagonistas convive con la incomprensión mutua y la desconfianza ante las verdaderas intenciones que guían el comportamiento del otro, algo que se intuye sería determinado por el origen y la diferencia de clase de ambos, como ya mostrara el también mexicano Alonso Ruizpalacios en La cocina (2024), presente en la Berlinale del pasado año. Chastain, enfundada en un espectacular vestido de lentejuelas rosado de Gucci, aparecía junto al director mexicano visiblemente emocionada tras la proyección del filme en el Berlinale Palast. Un papel en el que la estadounidense se entrega en cuerpo y alma, siguiendo así el ejemplo de otras actrices consagradas como Nicole Kidman o Demi Moore, que también han decidido en sus últimos trabajos romper tabús y experimentar con personajes más arriesgados, siendo en este caso una interpretación donde Chastain se libera en la parte física pero donde también sorprende por la manera en la que expresa su deseo sin filtros —a destacar la escena en la que fabula sobre lo que le diría al personaje de Hernández de tenerle delante y que debió dejar sin respiración más de un@ en la sala de cine—. En Dreams, Franco vuelve a poner de manifiesto su interés por los personajes que, a pesar de las adversidades y la oposición de su entorno cercano, permanecen fieles a su naturaleza, consolidándose como una de las voces autorales más singulares e interesantes del panorama actual.
Si tuviera piernas te patearía
En 2008 Mary Bronstein dirigía su primera película, Yeast, un filme independiente protagonizado por ella misma y donde aparecían nombres tan potentes como el de Greta Gerwig o los hermanos Safdie. En él una joven emocionalmente inestable intentaba recuperar la relación con sus amigos. Diecisiete años después, la protagonista de If I Had Legs I’d Kick You, a la que da vida la actriz Rose Byrne, es también una mujer sobrepasada en este caso por la maternidad, los problemas en su trabajo y la inesperada aparición de un enorme agujero en el techo de su apartamento. En esta hilarante mezcla entre drama y comedia, Byrne deslumbra con su interpretación febril de una madre en crisis que no encuentra espacio para la calma, ni siquiera al caer la noche. La cámara de Bronstein acompaña con un dinamismo frenético a la actriz, centrando la atención en los primeros planos de su rostro y evitando enfocar al personaje de la niña, de la que solo escuchamos sus continuas quejas y demandas, en un curioso experimento que nos sumerge todavía más en el desbordamiento y la fragilidad mental de la protagonista. Completan el reparto el músico y actor A$AP Rocky, como su nuevo vecino y camello, y el cómico Conan O´Brien, como su terapeuta. Con un título de clickbait que funciona como una metáfora de la impotencia absoluta, ésta es sin duda una de las películas más originales y desinhibidas de esta edición, con una actriz todoterreno que fue reconocida con el premio a la Mejor interpretación protagonista.
Durante los días que tuvo lugar el Festival no solo tuvimos la oportunidad de ver películas, sino que también aprovechamos para visitar la exposición Nan Goldin: This Will Not End Well, que estaba teniendo lugar en la Neue Nationalgalerie de Berlín. La muestra consistía en seis instalaciones independientes en las que se proyectaba parte de la obra visual de la icónica fotógrafa del underground estadounidense de los años 70. La relación con su familia, la trágica muerte de su hermana, su activismo o su retrato del sexo y las drogas son algunos de los temas que mostraba la retrospectiva, aspectos que también aparecen en el documental sobre la artista, La belleza y el dolor (Laura Poitras, 2022), ganador del León de Oro a Mejor Película en Venecia.






