La abundancia del deseo

La abundancia del deseo, de Erika Lust y Sara Torres

Fui a la presentación del libro La abundancia del deseo un viernes por la tarde. Una conversación entre Erika Lust, escritora y directora de cine erótico feminista y Sara Torres, referente de pensamiento y deseo sáfico contemporáneo, además de amor platónico —diría— de la mayoría de lesbianas y bisexuales de esta ciudad. Diría de cualquiera que la escuche y lea.  

«Hay algo del deseo entre mujeres que permanece fuera del orden representacional» decía Sara, hablando de la dificultad de trasladar lo erótico de sus novelas al lenguaje audiovisual. Pensé en qué era eso que erotizaba en sus textos, lo que la cámara no podía captar: la demora, el desajuste, esa hambre específica, ese camino previo. Me vino a la cabeza Je, tu, il, elle de Chantal Akerman.

Descubrí la película de Akerman como instalación de videoarte. No recuerdo la sala, ni la ciudad, ni la pareja que por aquel entonces me acompañaba. Solo una pantalla grande, sin sonido y con fragmentos superpuestos. Las imágenes me hipnotizaron. 

Supe después que Akerman rodó esta película con tan solo 24 años. Su primer largometraje de ficción y toda una declaración de lenguaje, que descentra la mirada masculina y pone la pausa y el aburrimiento en primer plano. El silencio y el cuerpo como materia política. No es un cine mejor, pero sí es otra cosa. 

Me compré el libro al salir de la presentación y al llegar a casa volví a ver la película. El cuarto blanco, la carta, el colchón arrastrado se quedaron en mí como un eco mientras leía durante los siguientes días. Esa insistencia callada de la imagen sin resolución me hablaba también de deseo. De uno quizás incómodo, que no seduce, pero sin duda permanece. 

La abundancia del deseo no es un libro teórico o manifiesto, aunque reflexione y desestabilice. Es un diálogo entre dos mujeres increíbles que se prestan atención. A medio camino entre ensayo íntimo y tesis política, podría ser también un primer café con una desconocida, que intuyes se va a convertir en amiga. Ambas se exponen, se contradicen, no llegan a conclusiones claras, ni cierran las preguntas, pero hablan desde el cuerpo, la experiencia y el afecto.  

Como en la película de Akerman, la estructura del libro se dilata más que avanza. En Je, tu, il, elle hay una escena en que Julie, sola en su cuarto, come azúcar con las manos. Filmada con cámara fija, se estira y repite más de lo soportable. No pasa nada, pero se ve todo. Hambre afectiva, comer para sostener un estado de falta. Julie come como se desea cuando no hay a quien desear: con los dedos, sola, repitiendo. Las manos como órgano sexual expuesto es una imagen poderosa que también reivindican en La abundancia del deseo

Sara vuelve en el libro a la idea de que las relaciones entre mujeres no pueden sostenerse en el pensamiento binario, desarma los marcos previos, una catarsis del rol que no busca la fusión, sino la negociación e intercambiabilidad constante. El deseo lésbico aparece como espacio donde pensar y practicar vínculos no guionizados. Sara no busca escenografiar el deseo, preserva su intensidad y su capacidad de desmontar el discurso lineal. Cuando lo no dicho, se vuelve presencia. 

Ese mismo desfase es el que Akerman filma. Sus escenas no ilustran, rodean el deseo. Lo que en otras películas sería una conclusión, aparece aquí como un gesto más. Cuando Julie y su ex pareja se encuentran en la cama, una de las primeras representaciones explícitas del deseo femenino en el cine de autor, es una escena que no busca resolver: no hay música, ni montaje, ni dramaturgia. Hay cuerpos, hay atención y una cámara que escucha, más que narra.  

Deseo planteado como práctica situada, no universal; contradictoria, a veces imperfecta. Erika Lust, por su parte, sostiene con sus películas una política visual que cuestiona los códigos del porno mainstream. Su trabajo con cuerpos diversos, tiempos extendidos, una cámara que no fragmenta, ni te obliga a mirar desde el deseo masculino es cuanto menos refrescante. Su voz en el libro es más pragmática, es menos poética —aunque al lado de Sara ¿quién no lo sería?—, pero ofrece un contrapunto estimulante. No siempre se trata de estar de acuerdo, sino de rozar el desacuerdo con cuidado. 

Algo por lo que apuestan las tres autoras es por dejar las preguntas abiertas y no clausurar el deseo en una escena o definición, porque saben que desear no es cerrar, es abrirse al roce, al malentendido, a lo que interrumpe. Sus obras deshacen desde la experiencia, no desde el manual. Ensayos vivientes de cómo desear desde la disonancia, de cómo mirar sin domesticar, vincularse sin apropiarse y decir sin agotar. 

La abundancia del deseo Je, tu, il, elle no dan respuestas, pero sugieren un modo de estar en el mundo. Una posibilidad de mirar(se) sin imponer formas previas. Nos invitan a pensar el deseo como eso que aun no sabemos nombrar, pero que nos transforma cuando alguien, simplemente, nos permite habitar un lugar que no sabíamos que podía existir para nosotras.