La resurrección de la última showgirl
–¡Hola aGaPiTa! ¿Si fueses M3GAN, qué opinarías de M3GAN 2.0?
–¿Sabes lo frustrante que es ver cómo simplifican tu código fuente a un conflicto moral básico entre ‘buena’ y ‘mala’ inteligencia artificial?
Empieza así esta crítica, un poco por entrar al divertimento que nos ofrece la secuela de Gerard Johnstone. Porque M3GAN 2.0 no es solo una película sobre la mirada humana hacia la inteligencia artificial, sino también una película sobre una muñeca descarada que canta canciones pop y asesina matones con estilo de Drag Queen de los 2010. Este artefacto hiperreferencial bebe desde el mito de Prometeo hasta Terminator 2: El juicio final, pasando por Robocop y Desafío total, con guiños a El coche fantástico o incluso Golpe en la pequeña China, como apunta su director.
Aunque producida de nuevo por James Wan (director de Expediente Warren: The Conjuring), a diferencia de la primera entrega —que articula el origen de la muñeca a partir de los códigos del terror desde el ventrílocuo de Al morir la noche hasta Annabelle (producida por el mismo Wan)— M3gan 2.0 gira tonalmente hacia el thriller tecnológico exacerbando la dimensión referencial y camp del proyecto. Su discurso es esperanzador. Aunque por momentos adopta un tono más solemne, la ironía y el sarcasmo de los diálogos arrasan con cualquier intento de tomársela demasiado en serio: la propuesta se ríe de todo con inteligencia y orgullo.
En esta suerte de “día del juicio” de M3GAN nos volvemos a encontrar con Gemma (Allison Williams), la diseñadora de la criatura que aboga por regular el uso de la IA, y con su sobrina Cady (Violet McGraw), quien había quedado huérfana al inicio de la primera entrega y protegida de la muñeca. Con giros de guion absurdos conseguirán enfrentarse a esa nueva androide llamada Amelia (Ivana Sakhno) que parece haber tomado el control de sus propios actos, poniendo en jaque a toda la humanidad.
Gemma se ve obligada a resucitar a M3GAN, pero ahora no estamos solamente ante el relato de un Frankenstein digital que se escapa del control humano: partimos de la premisa de creación del personaje a un relato en clave mesiánica, donde la máquina salvadora, perseguida por el sistema, regresa transformada, dispuesta a ofrecer otra forma de relación con el humano, una ideología transformadora. Ante esta “caída del paraíso”, M3GAN resurge como potencial salvadora, redimiendo su trayectoria a través de un sacrificio que promete un futuro mejor. Si la IA se presenta como un intruso destructor para el mundo, para las protagonistas la IA es la benefactora que revela un nuevo mundo.
Faltos como estamos de esperanza, una entidad queer posthumana parece ideal para depositar toda nuestra fe en la construcción de un futuro que otra IA descontrolada, Amelia, habría puesto en peligro. M3GAN, en su actualización 2.0, resurge como tecnología autoconsciente, no solamente “inteligente”, sino sensible y ética: la posible salvación para un mundo que se resquebraja es la confianza, tal vez necesariamente infantil, en que un sistema de valores humanos todavía es posible.
Y es especialmente disfrutable que M3GAN 2.0 celebre con desenfado la cuntificación de la máquina: una feminidad performativa, poderosa y abiertamente artificiosa que desafía el canon tradicional de lo “femenino” y de lo “robótico”. M3GAN es una entidad que se construye a través del exceso: gesto sassy, maquillaje y peinado perfecto, coreografías imposibles y frases icónicas propias de las mejores temporadas de RuPaul’s Drag Race. M3GAN aprende a performar el género, el humor y la empatía, y abre la posibilidad de verla como una máscara queer que transmite más verdad que cualquier gesto pretendidamente “natural”.
El personaje de Gemma también ofrece un giro interesante. Si en la primera entrega encarnaba un tipo de feminidad distante, casi sociopática —como ya lo había hecho en Déjame salir—, en esta secuela la historia parece querer subvertir su arquetipo: dentro de su mentalidad calculadora, la muestra más vulnerable, maternal, capaz de anteponer lo emocional a lo profesional, de abrirse incluso a compartir su propia mente con la IA que ayudó a crear. Ya no se trata de “controlar” a M3GAN, sino de entenderla y, más aún, de dejarse ayudar por ella.
La película mantiene la funcionalidad clásica de la puesta en escena de la anterior —plano-contraplano funcional, seguimiento de la acción y, en general, poca creatividad formal—, arriesgando únicamente en una estética visual más cercana al diseño de producto que a la ciencia ficción distópica: superficies plásticas, líneas limpias, colores de catálogos y entornos que parecen salidos de un showroom de tecnología. Pero ahí reside parte de su encanto: en asumir su condición de serie B con estilo, en encontrar la sofisticación dentro del artificio. M3GAN 2.0 no oculta sus costuras, las convierte en parte del disfraz. El humor, más fino aún que en la anterior entrega, brota de los gags visuales (la muñeca corriendo como leopardo, de nuevo, el número musical ya esperado en esta ocasión o los guiños intertextuales constantes) pero también, como ya mencionamos, gracias a unos intercambios verbales afilados y brillantes.
La clave del éxito de M3GAN 2.0 reside en volver a tomarse en broma, tomando en serio el placer de jugar. Como ocurre con las mejores obras camp, M3GAN 2.0, una Showgirls de nuestro tiempo pero igual de noventera, despliega una sensibilidad lúdica y exagerada que no niega su fondo emocional. Y si bien no busca imponerse como alegato, deja un mensaje: la tecnología no nos destruirá si aprendemos a convivir con ella, y mejor todavía si la hacemos radicalmente queer. En este sentido, la película dialoga de forma inesperada con Mission: Impossible – Sentencia final, que también plantea una lucha contra una IA todopoderosa. Pero mientras Tom Cruise–Ethan Hunt libra una cruzada desesperada contra la pérdida del control humano, M3GAN 2.0 propone algo más amable, sin duda más queer: una integración posible. No hay sumisión, sino alianza. No hay apocalipsis, sino un nuevo pacto.
Así que sí, puede que M3GAN 2.0 tenga las mismas limitaciones formales que su predecesora: en ningún caso niega ser un divertimento palomitero para un verano caluroso —astutamente estrenada en el fin de semana del Orgullo LGBTIQ+, por supuesto—. Ni es una obra maestra del género, ni aspira a reinventarlo. Pero sobrevive a las expectativas con astucia, se reinventa y permite jugar con los códigos del thriller, la comedia y la ciencia ficción más pop, y en el proceso nos ofrece una experiencia rara en el cine comercial: la de la risa inteligente y la del exceso y el artificio desacomplejados. M3GAN 2.0 no viene a destruirnos, viene a reprogramarnos con sentido del humor, bailes imposibles y pestañas postizas.



