El auténtico WAH
WAH Show es mucho más que un espectáculo, es una nueva dimensión donde el tiempo se detiene y la música se experimenta a través de los cinco sentidos. Deja atrás todo lo que creías conocer y sumérgete en una experiencia total donde la vida se celebra como nunca antes habías hecho.
Todos recorremos la vida en una eterna búsqueda incansable sin darnos cuenta de que lo realmente necesitamos está ya a nuestro alcance. Casi siglo y medio después de que los hermanos Lumière entendieran que la magia de ese nuevo arte resplandecía con especial brillo en proyecciones multitudinarias, el cine sigue ofreciendo respuestas ontológicas a los enigmas de cada época. En el caso de Sirât (Oliver Laxe, 2025) la trama arranca de hecho con una búsqueda imposible, la de un padre y hermano buscando a su familia desaparecida en un lugar más allá del tiempo y el espacio.
Tampoco nos auto engañemos en exceso, un viaje extenuante que termina con revelaciones trascendentales acerca de cómo la verdad estaba en nosotros mismos desde el principio no es un desarrollo innovador desde luego. En este sentido, la propuesta puede contar con detractores que destaquen lo facilón, superficial o tramposo de la misma. Sin embargo, la maestría del trabajo de Oliver Laxe, como suele ocurrir en el arte, aparece al examinar la forma, al entender lo puramente cinematográfica que resulta su reflexión. Sólo tiene sentido aplicar las reglas sobre la suspensión de la incredulidad bajo el paraguas del cine clásico. Sirât no busca construir una narrativa convencional sino más bien nos invita a vivir un tránsito sinestésico, un trance hipnótico colectivo no tan centrado en encontrar respuestas sino en superar el trauma a través de un ritual compartido; donde la desesperación y el sufrimiento existencial pesan un poco menos en compañía. Fondo y forma se funden también a ambos lados de la pantalla creando una simbiosis holística: música diegética y extradiegética, actores profesionales y no profesionales, ficción y realidades posibles.
Por una parte, Sirât se muestra continuista con las señas formales de identidad de la cinematografía del director. Resulta central el despliegue de una atmósfera poética y espiritual que emerge de la simbiosis entre un tejido sonoro catártico y la presencia de escenarios liminales. Se ha señalado la influencia del western o el espíritu herzogiano en esta obra, sin duda presentes de alguna forma; aunque el principal referente en el objetivo final de la cinta parece seguir siendo la impronta de Tarkovsky (adaptada e incluso simplificada si se quiere, pero con una vocación claramente similar). El significado alegórico del movimiento de sus personajes a través del espacio y el tiempo fílmico resuena directamente con el director ruso y secuencias como la del cierre de Nostalgia (Andrei Tarkovsky, 1983). A pesar de ello, la película se abre a un carácter marcadamente más accesible y amable al gran público (especialmente durante los primeros compases, hasta que el espectador queda atrapado en la experiencia más sensorial).
Se intuye aquí una voluntad sincera y obsesiva del autor de compartir sus inquietudes metafísicas; de nuevo, el cine como templo-refugio ante el estruendo caótico del mundo exterior. El grupo de raveros que acompañan al ciudadano-espectador medio se encuentran precisamente en un intento de huida constante hacia esos refugios alternativos. Pero, ¿es posible que lo humano escape de lo humano? ¿Es si quiera realmente necesario encontrar una respuesta clara? Laxe ofrece una aproximación más emocional que racional a esas preguntas, pero no menos valiosa si se entiende desde el valor de la vivencia cinematográfica, un acto en sí mismo revolucionario en el contexto actual de la industria audiovisual.




