Sydney

Sydney (1996)

Pocos cineastas contemporáneos logran poner tan de acuerdo a crítica y público como Paul Thomas Anderson. El californiano ha construido, a lo largo de los últimos treinta años, una filmografía más consistente que extensa, y cuenta con varios títulos que se reivindican como obras maestras. Entre films tan aparentemente incontestables como Pozos de ambición (2007) y Magnolia (1999), se esconden otras obras quizá menos conocidas, pero igualmente interesantes. Anderson se consolidó con Boogie Nights (1997), pero ya tenía un largometraje a sus espaldas: su ópera prima, Sydney (1996).

En el centro de la historia que nos narra Anderson en Sydney, se encuentra la relación entre John (John C. Reilly) y Sydney (Philip Baker Hall): el primero, un desgraciado que busca suerte en Las Vegas para pagar el entierro de su madre; el segundo, un veterano tahúr dispuesto a enseñarle los secretos de los juegos de azar y de la ciudad del pecado. Una relación de tutelaje que se ve alterada cuando Clementine (Gwyneth Paltrow), una camarera que malvive en los hoteles de Las Vegas, entra en la vida del vulnerable John.

Ya desde su primer largometraje, Paul Thomas Anderson demuestra su marcada influencia del nuevo cine americano de los años setenta y, especialmente en sus primeros films, la huella de Scorsese resulta evidente. Si Boogie Nights resuena por estructura y forma con una obra como Uno de los nuestros (Goodfellas, Martin Scorsese, 1990), es muy difícil no pensar en El color del dinero (The Color of Money, Martin Scorsese, 1986) al ver los primeros minutos de Sydney. La relación alumno-mentor y la vida entre habitaciones de hotel y salas de juego coinciden en ambos films hasta el punto de generar un tono muy similar. Anderson, sin embargo, se aleja de la película protagonizada por Paul Newman al convertirla en una espiral criminal en su segunda mitad, un recurso, de nuevo, muy vinculado a Scorsese.

John C. Reilly siempre ha brillado con más fuerza a las órdenes de Anderson, y en esta película el actor tiene la oportunidad asumir un rol protagonista. A medida que se desarrolla la filmografía del director, Reilly se verá relegado a papeles cada vez más secundarios en favor de Phillip Seymour Hoffman (aquí testimonial, aunque memorable). Sn embargo, quien realmente destaca en Sydney es Philip Baker Hall como el serio y misterioso personaje que da nombre al film, un hombre pragmático en una ciudad demente, que dice más con un silencio que con las palabras.

Ante todo, Sydney es una muestra de la buena mano de Paul Thomas Anderson más allá de los medios y el presupuesto. Será recordada como una obra menor en la filmografía de un gran cineasta, pero vale la pena tenerla en cuenta como un sencillo, aunque muy efectivo, thriller criminal de los noventa. Es una de las obras menos ambiciosas en escala en la obra de Anderson y, aun así, en ella ya se aprecian muchas de las virtudes que lo han convertido en uno de los cineastas norteamericanos más importante de la actualidad.