The People's Joker

The People’s Joker, de Vera Drew

Caos punk, estética queer e identidad en collage

The People’s Joker (Vera Drew, 2024) es, antes que nada, un manifiesto punk muy autoconsciente: collages visuales, animación 2D, croma descarado, CGI de serie Z, maquetas, puppet shows, superposiciones… Las transiciones son deliberadamente artificiales, los decorados parecen sacados de un videoclip casero y la paleta de colores mezcla neones saturados con fondos digitales. Todo combinado sin complejos. Su dedicatoria a “mamá” y a Joel Schumacher —director de los coloridos Batman Forever (1995) y Batman & Robin (1997)— nos introduce en el humor sarcástico de Drew, quien rescata el exceso camp de aquellas películas para construir una estética queer que abraza el “mal gusto” y lo convierte en arma política. The People’s Joker no se limita a parodiar a DC, sino que utiliza el bricolaje audiovisual para contar una historia profundamente personal. Se trata de una película hecha desde el margen absoluto, con una forma ambigua que encaja a la perfección con su temática.

Cada fotograma de The People’s Joker está cargado de referencias que se reapropian del mainstream. Además del universo DC, hay homenajes a programas como Saturday Night Live, a la cultura Comic-Con, y hasta a RuPaul, a quien podría encantarle este derroche de “carisma, originalidad, descaro y talento” a pesar de las bromas sobre el fracking. Porque Drew, millenial empedernida, no deja títere con cabeza y performa un cine queer y provocador, hecho con muy pocos recursos y mucha actitud.

De hecho, el proyecto nació literalmente del “pueblo” como una producción micro-presupuestaria en la que participaron decenas de artistas de animación, diseño y efectos visuales, muchas de ellas personas trans y queer. El resultado es una experiencia que recuerda a un fanzine audiovisual, como apunta en Letterboxd la usuaria Michelle Kisner: “La versión cinematográfica de un zine, puro arte outsider punk”. Este estilo no es solo una decisión estética, sino también una declaración política: el cine trans, como demuestran autores como Todd Haynes o Jane Schoenbrun, ha explorado formas fragmentadas, híbridas y autoconscientes para narrar historias aún marginadas. La premisa aquí es la misma, no hacer un filme solamente sobre lo queer, sino también queer en la forma.

Como no podía ser de otra manera, la película tuvo un recorrido complejo. Tras su estreno en el TIFF 2022, Warner Bros envió una carta de advertencia por uso de personajes, pero Drew se amparó en la doctrina de la parodia. Esa controversia alimentó el mito del filme, que finalmente fue distribuido por Altered Innocence en abril de 2024, generando una recepción entusiasta por parte de la comunidad queer, ganando premios en festivales independientes e inspirando a pequeñxs creadorxs a hacer este tipo de cine guerrilla, sin filtros ni pretensiones de cualquier atisbo de realismo o perfección.

En tiempos de fórmulas repetitivas y franquicias millonarias, The People’s Joker irrumpe como un objeto cinematográfico no identificado. Como parodia no autorizada de los personajes de DC Comics, convierte la figura del Joker en un relato autobiográfico sobre transición de género, depresión, soledad y rebeldía creativa. Gotham es aquí una ciudad donde la genuina comedia ha sido prohibida y el Caballero Oscuro se ha convertido en un déspota fascista que controla la industria del humor. En medio de esta distopía kitsch con un lenguaje audiovisual entre la estética trash de John Waters y el vídeo de YouTube, Joker the Harlequin —alter ego de Drew— intenta abrirse camino como cómica trans y construir una comunidad de artistas independientes.

Más allá del artificio, esta autobiografía desnuda emocionalmente a Vera Drew, inicialmente una niña de Smallville —interpretada en flashbacks por Griffin Kramer— a la que su madre –Lynn Downey– con ayuda psiquiátrica, administra una droga llamada Smylex para “curar” su disforia. Esa infancia medicalizada la conduce a una adolescencia marcada por la depresión, la adicción y una sensación de aislamiento. Ya adulta, Joker intenta triunfar en la comedia stand-up, pero se enfrenta, junto a un grupo de seres disidentes entre los que se encuentra su amigo El Pingüino –encarnado por Nathan Faustyn–, a un sistema dominado por el United Clown Bureau (UCB), un reflejo directo de los clubes de comedia reales que históricamente han excluido o sexualizado a las mujeres. Una vez más, Drew parte de su experiencia real, en programas como Comedy Bang! Bang! o I Think You Should Leave, y la pone ante los espejos cóncavos y convexos de una Gotham que devuelve el reflejo más grotesco de la industria, con una burocracia represiva que solamente promueve a hombres cishetero.

El romance con Jason “Mr. J” Todd —interpretado por Kane Distler y estéticamente el Joker de Jared Leto— añade capas de complejidad emocional. La relación, que sirve a la protagonista para reconocer su propia disidencia de género, es eminentemente tóxica, ilustrando cómo la violencia y las dinámicas de poder atraviesan también las comunidades marginales. Drew apela constantemente al espectador, se dirige a nosotros como en un vídeo-confesionario, visita sus traumas y, sin idealizar la marginalidad queer, trasmite una necesidad de cariño y afecto que trata de canalizar a través de su rabioso sentido del humor.

The People’s Joker es una forma de poner imágenes a una memoria disfuncional, fragmentaria y colapsada. Se trata de una autoterapia que indaga en el recuerdo para recuperar atisbos de amor en un pasado duro y, por el camino, servir como denuncia política y como tabla de salvación para aquellas personas en una situación pareja a la de Drew.

Si Joel Schumacher convirtió Gotham en un carnaval camp involuntario, Vera Drew hace del mismo escenario un diario íntimo en forma de collage. La película no es un compendio de clichés del filme de superhéroes, sino todo lo contrario. Es un análisis perspicaz sobre un mundo que maltrata al diferente y que nos quiere aislados, sonrientes y tranquilos mientras nos asfixia. Una película que no pide permiso ni disculpas, que no llegará a todos los públicos ni pretende hacerlo. Imperfecta, rabiosa y profundamente tierna: cine comunitario hecho pedazos para ayudar a reconstruirnos.