El cine de Luca Guadagnino nunca ha sido ajeno a la provocación. Sus historias de jóvenes y su relación con la sexualidad han dejado una serie de escenas indelebles en las mentes de los espectadores más impresionables. Sin embargo, nunca había abordado la polémica desde el punto de vista narrativo de una forma tan evidente como en su más reciente Caza de brujas.
La acción se desencadena cuando una alumna de la facultad de filosofía de Yale (Ayo Edebiri) le confiesa a su mentora (Julia Roberts) que otro profesor (Andrew Garfield) ha abusado sexualmente de ella. El guion construye un thriller moral que pone el foco en el personaje de Roberts, quien debe gestionar sus acciones y poner en juego su ética al verse atrapada entre las versiones de su alumna y su amigo.
Narrativamente, la película busca abarcar todos los temas de actualidad para generar debate y buscar, de un modo un tanto abrupto, un hueco en el zeitgist de 2025. En este sentido, las interesantes reflexiones intelectuales que puede plantear se ven abrumadas por demasiadas ideas que dispersan el foco del dilema central: ¿qué hacer en una situación de “tu palabra contra la mía” en un contexto donde hay una relación jerárquica de poder?
Por si el film no fuera lo suficientemente barroco por sus propuestas narrativas, Guadagnino decide dar un peso a la puesta en escena que sorprende dada la temática de la cinta. Los créditos iniciales remiten a Woody Allen (Guadagnino se sumerge en la polémica desde el primer segundo), pero el talento del neoyorquino por rodar diálogos de forma creativa se queda corto en comparación con Guadagnino. El siciliano hace uso constante de juegos visuales y sonoros para enfatizar el dramatismo y la tensión de las situaciones hasta tal punto que parece que no le interesa demasiado el texto que trabaja con sus imágenes.
El cuarteto protagonista funciona realmente bien porque todos resultan antipáticos, a pesar de que el guion les concede siempre el beneficio de la duda. Guadagnino critica de forma contundente el estilo de vida privilegiado y la pseudointelectualidad del universo académico con una dirección de actores muy áspera. De nuevo, estas capas de significación tienden a reducir la carga de un tema central al que la sociedad contemporánea por fin da el peso que merece: la violencia sexual y el abuso de poder.
Caza de brujas termina funcionando como ejercicio de estilo y como generador de debates. Una chispa para discutir a la salida del cine que no consigue encajar sus piezas; haciéndola una película irregular y, por momentos, inconsistente. La predominancia de la forma sobre el fondo beneficia más al cine de Guadagnino cuando aborda temáticas más ingenuas y ligeras, pero quizá la evolución natural de su cine está en el riesgo de caminar sobre el filo de la corrección política.








