Hansel y Gretel

Hansel y Gretel, de Stephen King y Maurice Sendak

Hansel y Gretel, ese cuento tradicional alemán que los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm publicaron y popularizaron a principios del siglo XIX ha sido llevado al cine en muchas ocasiones, y en algunas con más licencias creativas que en otras, no podemos olvidarnos de esos hermanos ya creciditos (nada menos que Jeremy Renner y Gemma Arterton) que se ganaban la vida cazando brujas en la versión de 2013 o de la más que decente adaptación de un Osgood Perkins que ha ido marchitándose con el tiempo y con el hype de sus dos últimas obras, y que tampoco era precisamente un calco de la historia original.

Hacer una readaptación escrita del cuento, sin embargo, es harina de otro costal, pero teniendo en cuenta que se trata de una narración publicada originalmente hace más de doscientos años, que sus propios autores retocaron en numerosas ocasiones con posterioridad y que ni siquiera está claro cual es la fuente original, en el fondo tampoco resulta tan descabellado.

El ilustrador Maurice Sendak (1928-2012), es bien conocido por su obra Donde viven los monstruos, a cuya popularidad contribuyó en gran medida la estupenda película de Spike Jonze basada en ella, aunque no hay que menospreciar sus numerosos trabajos en el campo de la literatura infantil. Particularmente las traducciones al castellano realizadas por Gloria Fuertes de obras como Sopa de pollo con arroz, El uno era Juan y, muy especialmente, Miguel, un cuento muy moral, son mi debilidad. En 1997 Sendak diseñó la escenografía y el vestuario para una representación de la ópera Hansel y Gretel compuesta por Engelbert Humperdinck, originalmente estrenada en 1893, y es en la actualidad cuando alguien que no necesita presentación como Stephen King, que siempre ha tenido debilidad por el lado oscuro de las cosas, y en concreto por Hansel y Gretel, mencionado en varias de sus obras, y también por Sendak (a quien cita explícitamente en su novela El retrato de Rose Madder, como afirma en la introducción del cuento) aceptó encantado el encargo de reinterpretar la historia (que ha sido traducida al castellano por Darío Zárate Figueroa) acompañando con sus palabras las personalísimas e inconfundibles ilustraciones creadas en su día para la ópera, y que pueblan el volumen en casi cada página, destilando la irreemplazable personalidad de Sendak, luminoso por fuera y oscuro por dentro, o viceversa, en palabras del propio King.

Y este, en contra de lo que podría pensarse inicialmente, se adhiere con una fidelidad pasmosa al original, o a la versión más popular de este, a pesar de que en la introducción asegure haberse tomado ciertas licencias (una omisión de algo que no le gustaba de la obra de los Grimm o la transformación de la casa dibujada por Sendak, como él mismo comenta, y también la inclusión de algunas pinceladas para cebarse en la maldad de la madrastra), que no dejan de ser detalles menores, pero no es extraño que así sea, pues lo que contaron los autores de Pulgarcito distaba mucho de ser el típico cuento infantil edulcorado y amable. La historia ya era macabra en sus orígenes y el autor de Carrie no ha tenido necesidad de hacer excesivos aportes para sumergirnos en la parte más turbia del ser humano, que al fin y al cabo es aquello que trata de conseguir en todas y cada una de sus novelas y relatos. Tanto la madrastra como Rea de Coos, la bruja devoradora de niños (ojo a los retratos de esta a cargo de Sendak), son de naturaleza tan cruel y desagradable que poco más hacía falta añadir.

Esta nueva edición gustará a los pequeños (mejor a partir de 6-7 años), siempre que no tengan una imaginación desbordante y se lo tomen demasiado en serio, en cuyo caso quizá tengan pesadillas, y ayudará a los más mayores a reconectar con aquella época cada vez más lejana en que no existían los teléfonos móviles ni las series de Netflix pero un buen cuento podía ser tanto o más reconfortante que scrollear videos de gente cocinando o haciendo el mamarracho.

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