Blue Moon, de Richard Linklater

Feo, bajito, sentimental… y brillante

Vaya por delante de todo. Blue Moon es una de las más tristes y más bellas películas del año. Y, para mí, no es sólo superior a la otra obra que Richard Linklater presenta en 2025, Nouvelle vague, sino que se sitúa en las antípodas estéticas de aquella. La historia de la creación de Al final de la escapada (A bout de souffle, Jean-Luc Godard, 1960) se desarrolla en un montaje ágil, en numerosos exteriores y con un tono burlón, desarrollando un argumeto lleno de anécdotas cinéfilas que, aun criticándole, elogia a Godard. Es un auténtico “print the legend”, más allá de la verosimilitud o la realidad factual de sus pasajes. Frente a ella, Blue Moon deviene el honesto retrato elegíaco de un creador insobornable. Sea más o menos cierta, se siente mucho más verismo en esta pequeña gran historia que Linklater nos cuenta. Desarrollándola en un espacio cerrado en una hora y cuarenta minutos, en los que Lorenz Hart (Ethan Hawke, soberbio) [1] se desnuda personal y profesionalmente en sus conversaciones/discursos, el autor de Boyhood nos hace sentir que estamos sentados junto a la barra del club Sardis, contemplando el crepúsculo del letrista de Isn’t it romantic y Bewitched, bothered and bewildered.

Un breve prólogo nos sitúa en las últimas horas del músico antes de retroceder siete meses a la fatídica noche en que se sella su próximo y prematuro final. Hart y Rodgers han trabajado juntos durante dos décadas cosechando éxitos en la canción y en los musicales de Broadway. Sin embargo, Rodgers (elegante y malvado Andrew Scott) ambiciona un éxito aun mayor y, argumentando su incompatibilidad con un colaborador alcoholizado al que acusa de poco profesional, le ha abandonado en pos de la comercialidad . Esa noche de 1943 ha estrenado con apoteósico éxito un auténtico hit, Oklahoma!, que busca el espectáculo coral, el gran show que marcará la línea de Broadway durante las dos o tres décadas siguientes. Se disuelve oficialmente el duo Rodgers y Hart [2] y se consolida el equipo Rodgers y Hammerstein, con la consiguiente celebración en Sardis, de la que Hart será un elegante ausente.

Lorenz Hart era un letrista agudo, un personaje culto y gran conversador, pese a una timidez desarrollada a partir de su homosexualidad y su baja estatura. Linklater y Robert Kaplow (guionista también de Me and Orson Welles) desarrollan el personaje y le crecen con una actitud íntegra y honesta. A su llegada a Sardis, lanzará sucesivos comentarios menospreciando el estilo burdo del argumento y las escenas cómicas de Oklahoma! (la interjección merece más de una burla), compartiéndolos con un pequeño grupo que son más auditorio que interlocutores, el camarero (acertado Bobby Canavale, con el que comparte la admiración por una Casablanca y un mayor Renault que podría tener el principio de algo más que una amistad con Rick Blaine), el pianista, la responsable del guardaropa y otro cliente, E.B. White (autor de los cuentos de Stuart Little). A lo largo de algo más de media hora, Hart se demuestra capaz de superar el reciente éxito de su antiguo compañero, seguro de su mismo, sin menospreciarle a él ni a Hammerstein. Sin embargo, en el cara a cara que tiene lugar en las escaleras que llevan al apartado superior, dónde tiene lugar la celebración, Linklater evidencia las flaquezas de Hart y cómo se ve incapaz de contradecir las acusaciones de Rodgers o de convencerle para desarrollar nuevos proyectos. La brillantez del discurso que ha tenido con sus contertulios se desvanece al enfrentarse a sus debilidades y sólo desarrolla un imaginario argumento de un proyecto que, él bien lo sabe y así lo representa Linklater, no existirá nunca. En una suerte de tercer acto, en la intimidad del guardarropía, Hart se rinde, literalmente, a los pies de la mujer que le fascina, una joven de buena familia [3] orientada al arte y de la que él se enamora más platónicamente que sexualmente. Linklater desarrolla una secuencia emotiva entre Hart y Elizabeth Weiland (Margaret Qualley, de hipnótica presencia) en la que el autor se rinde a su fascinación por la belleza y, consciente de que por su físico, su edad y su tendencia sexual, no podrá más que conseguir una atracción intelectual por parte de ella, se le entrega como un jovencito tímido que escucha los secretos de alcoba de una amiga. El hilo de la conversación, más banal pero más íntimo, complementa a la perfección el retrato de Hart, tras las conversaciones mantenidas en la barra y en el diálogo con Rodgers.

En un acto de crueldad por parte de los guionistas, a su salida del improvisado refugio, Elisabeth será invitada por Rodgers a continuar la velada en su casa con un grupo reducido. Tras haber escuchado las batallas sexuales de Elisabeth, Hart descarga un comentario en referencia a la mujer del compositor. pero, aparentemente, nadie le presta atención y ambos marchan juntos dejando a Hart solo con el barman. El marqués de Bradomín se definía como feo, católico y sentimental. Con una puesta en escena calmada y respetuosa, atenta a los menores detalles de la conversación, Linklater presenta a Hart como feo, bajito y sentimental, pero, a la par, como un tipo brillante y entrañable con el que merecía la pena conversar y que necesitaba un respeto mucho mayor del que tuvo. Viendo las imágenes de esta Blue moon, apetece abrazar al personaje, animarle y dar consuelo en aquella noche tan funesta para él. Quién sabe, tomando un par de cócteles, podría ser el principio de una gran amistad.

Rodgers y Hammerstein cosecharían más triunfos con, entre otras, South Pacific, El rey y yo y Sonrisas y lágrimas, hasta que su estilo seria desplazado por nuevos autores que desarrollan musicales más íntimos (y más complejos, como los desarrollados por Stephen Sondheim, que aparece como un precoz fan de los musicales) o más próximos a la realidad social (Hair, Oh, Calcutta, Cabaret, Sweet Charity…). Cierto es que alguno de sus éxitos, muy especialmente My Favourite Things, son auténticos standard del jazz. Pero seguimos gozando con The Lady is a Tramp, Manhattan, My Funny Valentine y, por supuesto, Blue Moon.

[1] Hart media metro y medio, frente a la altura física superior de colaboradores como Rodgers y, especialmente, Hammerstein. Hawke mide cerca de metro ochenta. Más allá de retoques capilares, se han adaptado escenarios y ángulos de cámara para que aparezca como de una talla muy inferior a su altura real.

[2] Pese a una reformulación de un éxito anterior, A yankee in Connecticut, que elaboran antes de la muerte de Hart).

[3] El guion utiliza como referencia las cartas mutuas que Lorenz y Elisabeth se intercambiaron a raíz de una relación que el autor pretendía más intensa, más completa, pero que se limitó a una mutua admiración.

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