Picnic extraterrestre, de Arkadi Strugatski y Borís Strugatski

Los hermanos Arkadi y Borís Strugatski son probablemente los autores más importantes de ciencia ficción de la antigua Unión Soviética. Conocidos por novelas como Qué difícil es ser Dios (1964) o El lunes empieza el sábado (1965), escribieron unos años más tarde Pícnic junto al camino, que Andrei Tarkovski adaptó en 1979 con el título Stalker y que ahora reedita Sexto Piso tras la anterior edición de Gigamesh, manteniendo la traducción directa del ruso a cargo de Raquel Marqués García, con el título Pícnic extraterrestre, y el interesante comentario final de Borís donde explica el origen de la novela, cómo surgió el término stalker y también ciertos problemas con la censura del momento.

Decir que el director de Solaris (1972) la adaptó, no obstante, sería hacer un flaco favor a la verdad, aun teniendo en cuenta que los propios hermanos ejercieron como guionistas del, todo hay que decirlo, maravilloso film del director ruso. Basta leer las palabras de Arkadi, el mayor de los hermanos, en la revista de literatura soviética Ficción contemporánea en referencia a La máquina de los deseos (Stalker), una historia corta que no dejaba de ser una primera versión del guion de la película: «Hace varios años tuvimos el honor de participar en la creación del film Stalker. En un principio como base para esta película nos sirvió el cuarto capítulo de nuestra novela Pícnic junto al camino. Pero en el proceso de trabajo (cerca de tres años) llegamos a la idea de que la película no tiene nada en común con la novela.». El propio Arkadi también se quedó a gusto en su texto As I Saw Him (aquí un revelador fragmento), donde dejaba bien claro cómo Tarkovski les buscó las vueltas para despojar el guion de casi todo elemento de ciencia ficción que poblaba la obra original, pero a la vez intentando que fuesen ellos los que llevasen su propio trabajo al terreno que él les demandaba, como si no les estuviese forzando a ello de forma indirecta.

El cambio desde el título original es bastante pertinente, haciendo referencia a un fragmento del tercer capítulo donde el premio Nobel de Física Valentine Pillman (que también aparece entrevistado en una breve fragmento introductorio que pone en contexto la historia) explica a su interlocutor una de las teorías más plausibles sobre la creación de La Zona (uno de los pocos conceptos de la novela que permanecieron en la película), que podría ser el producto de la visita de una inteligencia extraterrestre que no se molestó en contactar con los humanos, comparándola con unos jóvenes que hacen un pícnic en el bosque y cuando se marchan han dejado todo tipo de residuos y basura y a una fauna escondida y aterrorizada. La Zona contiene multitud de objetos presuntamente alienígenas, que los humanos no terminan de comprender pero que tienen elevados precios en el mercado negro. También está llena de peligros, la mayoría de ellos mortales. Y por supuesto, existe un gobierno totalitario que tiene controlado el acceso. En oposición a este, están los stalkers, especialistas en entrar, saquear y comerciar con los objetos obtenidos, jugándose la vida en cada incursión. «La Zona es así. Si vuelves con botín, es un milagro; si vuelves con vida, todo un éxito; si vuelves con una bala de las patrullas, has tenido suerte. El resto es el destino.» Pero para el protagonista, Redrick Schuhart, a quien la novela nos presenta en tres momentos diferentes de su trayecto vital, se trata de eso o la miseria, no solo económica, también moral: «Cuando uno trabaja, siempre es para alguien, por tanto es un esclavo y nada más, y yo siempre he querido ir a la mía, a mis cosas, para mandar a la mierda a todo el mundo, su angustia y su hastío.». A pesar del componente de ciencia ficción Pícnic extraterrestre es una historia con apariencia de noir y elementos fantásticos que podría haber escrito perfectamente Philip K. Dick, apoyándose en el género para construir un elaborado e inmersivo universo propio en torno a la Zona, con esos rusos emigrados a una ciudad de un país indeterminado y un trasfondo existencialista donde el protagonista se encuentra en un sistema que no le va a dar la más mínima oportunidad pero a pesar de ello trata de construir su destino. Una sociedad decadente y sin futuro, con una policía represora, en la que conviven (malviven) todos esos individuos, dueños de siniestros e ilustrativos apodos: el Babosa, el Buitre, el Gorila, el Llagas, el Faraón, el Carnicero, el Flaco, el Ronco, Betún, el Ardilla, que se ganan la vida a base de jugársela cada día y, cuando no perecen en el intento, pagan el precio de su afrenta con las mutaciones sufridas por sus descendientes. Una novela anticipativa que en los años setenta ya hablaba de gentrificación y que también juega adelántandose a la propia trama, sembrando señuelos que más tarde darán su fruto, generalmente podrido (el momento del contacto de Kiril con las telarañas, esa mención de los problemas con los hijos de los stalkers cuando Redrick todavía no tiene descendencia…). Como toda buena obra de ciencia ficción, Pícnic extraterrestre es más atemporal que futurista y, a pesar de su pesimismo atroz, en el que tienen cabida muertos que resucitan y se encuentran sin un lugar al que regresar, nos llega al alma a través de unos personajes poderosos desde una vertiente humanista, conservando un ápice de esperanza para que «todo el mundo se vaya contento».

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