Inteligencia artificial

Vendrán lluvias suaves

«La casa era un altar con diez mil acólitos, grandes, pequeños, serviciales, atentos, en coros. Pero los dioses habían desaparecido y los ritos continuaban insensatos e inútiles.»
(Crónicas Marcianas. Ray Bradbury)

Al final de los tiempos, solo quedó David. Estertor último de la raza humana, modelo robótico sobre el que reconstruir la memoria de una especie que fracasó como fracasan las empresas que pretenden levantarse por encima de sus límites. La agonía del triunfo comenzó con el verano del cohete. Lo palpitante era retar a la máquina de la vida, y convertirse en un moderno Ícaro que abrazara un Sol mecánico. Ylla era una madre que sólo ansiaba perpetuar el legado de un hijo perdido, y saciar una necesidad truncada. Aquella noche de verano, los hombres de la Tierra le entregaron el amor incondicional de un Pinocho con tripas de metal.

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Mientras, Steven Spielberg se convertía en el último contribuyente de una generación que decidía matar al padre, aunque fuera la madre la que terminara apartando al hijo (no) deseado. Fue entonces cuando éste se unió a la tercera expedición, extraños de sí mismos, para recorrer la huida hacia el corazón de los suyos. Y los colonos de una tierra que sería para ellos, temerosos de la suplantación de su propio legado, les dieron caza con la Luna como testigo de las atrocidades de un pasado que siempre es presente.

La búsqueda del creador equivale al reencuentro del hombre con Dios, y el tomar consciencia que en el fondo no somos únicos. La elección de los nombres no es más que una pre-medida que busca la diferencia en el interior de lo homogéneo. Por ello resulta arduo discernir entre elección, destino, aprendizaje e innatismo. Como Marcus Wright, cuyo trayecto al conocimiento es una hoja de ruta genética que le conduce a Skynet y a la muerte de John Connor.

Usher II es Coney Island reconvertida en vertedero de cultura pop que será popular pero también legendaria. Un parque de atracciones que es tienda de equipajes para  aquellos que viven abrazados al recuerdo de lo que fueron o al deseo de lo que querrían ser. Un lugar tan fuera de temporada como este cuento de hadas futurista que hunde sus raíces en los surcos más profundos del ser humano.

Los largos años pasaron, y los pueblos se fueron apagando hasta convertirse en marcianos autistas, en holografías extraídas de restos congelados. Los de antes ocuparon su lugar dejando de ser observadores para convertirse en protagonistas de una Historia que empezaron a escribir desde los fósiles mecánicos del pasado.

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David y Wall-E tomaron asiento frente a un inmenso lago. Convertidos ellos en marcianos de una Tierra que nunca les perteneció, se miraron mutuamente mientras preparaban un suculento picnic de un millón de años.

«Vendrán lluvias suaves y olores de la tierra, / y golondrinas que girarán con brillante sonido; / y ranas que cantarán de noche en los estanques / y ciruelos de tembloroso blanco, / y petirrojos que vestirán plumas de fuego / y silbarán en los alambres de las cercas; / y nadie sabrá nada de la guerra, a nadie / le interesará que haya terminado. / A nadie le importará, ni a los pájaros ni a los árboles, / si la humanidad se destruye totalmente; / y la misma primavera, al despertarse al alba / apenas sabrá que hemos desaparecido.»

Pero cuando todos hayamos desaparecido, Inteligencia Artificial permanecerá como una obra de arte intemporal, tan ingenua, emotiva y profunda como el cálido abrazo de una madre. Para quién quiera, alguna vez, en algún momento, simplemente apreciarla.