Cuando un amigo supo que había considerado el tercer largometraje del guionista y director estadounidense J.C. Chandor uno de los diez mejores de entre los estrenados en cines españoles durante 2015, se limitó a comentar que a él le había parecido «una El Padrino de baja intensidad». Y, en efecto, El año más violento (A Most Violent Year, 2014) se articula con modos sobrios en torno a las películas realizadas hace cuarenta años por cineastas como Francis Ford Coppola, Sidney Lumet y William Friedkin. Lo que mi interlocutor no había captado —y es algo que creo generalizado dadas más opiniones leídas en el mismo sentido, así como la escasa repercusión de la cinta en términos de taquilla y premios— es que su naturaleza referencial, insoslayable en nuestros tiempos, está lejos de constituir un homenaje plácido, cómplice, a un cine añejo. Por el contrario, se erige en crítica al mismo: los males denunciados en pantalla, no se achacan con la inocencia de entonces a un determinado orden sociopolítico corrupto bajo las apariencias; sino a un sistema capitalista perfectamente engrasado, en el que las funciones y disfunciones de lo sociopolítico se delatan mero escenario que distrae la atención de los incautos. Las anteriores películas de Chandor, Margin Call (íd., 2011) y Cuando todo está perdido (All is Lost, 2013), eran borradores de la idea que eclosiona en El año más violento, prístina para cualquier que viva en el presente, que no juegue a engañarse a diario: el único orden imperante en el hoy, el único orden inasequible a las turbulencias que zarandean los demás aspectos de nuestras vidas, es el del dinero, transversal y determinante a todo lo que hacemos desde que despertamos hasta que dormimos. Como le descubre Anna (Jessica Chastain) a su marido Abel (Oscar Isaac), desbordado por la violencia implícita en lo que creía no eran más que ilusiones de progreso y negociaciones económicas, «no lo sabes, pero estás en guerra». Como todos.